Un día en el pueblo para llevar a la familia, apenas ida y vuelta, y ete aquí que una conversación con el párroco basta para convencerme de la existencia de universos paralelos. Imposible encontrar un mínimo nexo, siquiera semántico, para el encuentro. Y en función de esa conversación que ya relataré en agosto con más tranquilidad les comento, sabiendo que no invento nada, que como Dawkins tampoco creo que la ciencia y la religión estén en planos diferentes y deban mantenerse aisladas. Eso de que "la ciencia no tiene nada que decir acerca de las creencias religiosas" es más falso que un euro de chocolate. Todo está en el mismo espacio, el espacio de la verosimilitud, el espacio de la verdad y la falsedad.
Ya hace un tiempo escribí en este blog sobre el proceso de asignar valores de verosimilitud a las afirmaciones sobre hechos (Ciencia y no-ciencia: 1 y 2). Por muy relativistas que seamos, hay hechos que se acercan a uno de ambos extremos (verdadero/falso) mientras que otros están en algún lugar entre ellos, en función de la evidencia que exista para su valoración. Y, para ser completos, cada asignación de valor de certeza se acompañará de un valor de incertidumbre que hará al anterior más o menos útil. Por ejemplo, "hay otros planetas con vida en el universo" posee un valor de incertidumbre tan grande que cualquier valor de certeza que le demos es igualmente inútil. Probablemente acabemos cerrando esa grieta poco a poco (o de golpe, con la constatación) pero no va a ser ahora. Al contrario: "el paludismo se debe a una infección por un protozoo" es una afirmación con un grado de certeza indistinguible de 1 y un grado de incertidumbre indistinguible de 0.
Hablando con el cura del pueblo comentaba yo que las religiones suelen complacerse en hacer afirmaciones rocambolescas que a la luz del conocimiento actual tienen un grado de certeza infinitesimal. Algunas se escabullen no porque haya evidencia a su favor sino porque se mantienen arropadas en esos exóticos universos paralelos que comentaba antes. Por ejemplo, en 1854 se hizo "verdad de fe" la CIM o "concepción inmaculada de María", es decir, que se había librado del "pecado original" sin que sirva de precedente. La verosimilitud de la CIM ni siquiera puede comenzar a analizarse ya que ninguno de los conceptos implicados tiene más sentido real que asegurar que Thor tiene un martillo o Shiva tres ojos.
En cambio, en otros casos, las religiones hacen sin rubor afirmaciones que tienen consecuencias sobre el mundo real y que entran de lleno en terrenos susceptibles de contraste. Por ejemplo, se mantiene que María era virgen (dogma desde 1555) y a pesar de ello llevó adelante un embarazo y además el resultado fue un niño. Tal vez hace siglos esa afirmación no era más sorprendente que otras (Minerva naciendo del cerebro de Júpiter tras haberse comido éste a Metis, por ejemplo). Hoy, en cambio, la cosa se complica, obliga a explicaciones imposibles y plantea interrogantes biológicos molestos. Y ahí la ciencia sí tiene cosas que decir. Todas ellas reducen la historia a lo que es: un cuento con verosimilitud indistinguible de cero.
La segunda parte es preguntarse cómo se mete la Iglesia Católica en estos callejones sin salida. ¿No le bastaba con llenar la dogmática de detalles esotéricos excluyentes con el mundo real? Lamentablemente para ella, la actual IC es tributaria de muchos siglos de historia y sus dificultades son consecuencia de un mecanismo muy simple: el avance del conocimiento. Hace siglos los dioses intervenían directa y cotidianamente en el mundo. El Antiguo Testamento es tan prolífico en estas intervenciones (normalmente terroríficas y malvadas) como el resto de las mitologías. Las disidencias, fueran de origen político, religioso o racional, se zanjaban con la declaración de herejía y, cuando pudieron, con la ruina, el destierro, la tortura o la muerte.
Cuando la difunde la idea de Descartes, que plantea la duda racional como necesidad metodológica, el edificio se agrieta. Antes, los espacios oscuros y los vacíos en la comprensión del mundo se rellenaban de religión ya que era lo único que parecía ofrecer respuestas. Cuando el conocimiento avanza las zonas oscuras se van iluminando y se hace patente el fraude de lo que antes se aceptaba. Ese es el motivo por el cual el porcentaje de ateos entre científicos se hace poco a poco abrumadoramente alto (ver aquí): se han iluminado tantos huecos y esta nueva luz ha sido tan satisfactoria que las religiones pierden crédito y son expulsadas de los otros múltiples rincones oscuros que quedan y que surgen.
Por ese motivo las religiones privilegian el dogma (obediencia obligatoria) y la fe (creer sin pruebas o ignorando las existentes). Y también por ese motivo intentan aprovecharse de los ingenuos que consideran que ciencia y religión pueden acabar viviendo en armonía. A este respecto, el ejemplo de Ratzinger, Schönborn y Schuster es antológico (1 y 2).
Lamentablemente, en paralelo al extraordinario éxito de la ciencia y tecnología en el mundo real, estamos asistiendo al resurgimento de lo más duro de los movimientos religiosos. Los fundamentalismos, el creacionismo cristiano o islámico o, a nivel local, la pataleta de los obispos españoles con la educación pública son pistas y motivo suficiente para no ceder el más mínimo espacio a la superstición.