04 febrero 2013

Los rincones oscuros que genera la curiosidad

Cae un rayo y un árbol arde. Los animales se limitan a huir de las llamas que causan dolor o, sin llegar a tanto, una sensación de malestar insoportable cuando se acercan. Sin embargo, en algún momento, algunos de nuestros antepasados miraron ese fuego con curiosidad y algo nuevo ocurrió: no solo anotaron en su memoria que ese raro fenómeno produce calor y luz sino que se les ocurrió llevar una rama ardiente a su cueva y  alimentarlo con otras. No debió ser fácil acercarse a algo incomprensible y claramente peligroso, dominar el miedo y llevarlo al refugio.
Este acontecimiento que parece casi banal implica procesos mentales en los que aparece  la base de nuestra esencia humana. El más importante es la capacidad de imaginar el fuego en otro lugar, el siguiente, la capacidad de imaginar (crear un modelo de una realidad que aún no ha ocurrido) las consecuencias de la primera acción. Imaginar es crear un modelo mental de la realidad y usarlo para predecir consecuencias. A partir de ahí se vence el miedo y las condiciones de vida cambian: se elimina el frío, se protegen mejor de los predadores, se crean condiciones para liberarse de la noche. La trasmisión de ese conocimiento de generación en generación es el nacimiento de la cultura.

Cueva de las manos, Santa Cruz, Argentina (fuente: Mariano, Wikipedia)
Somos humanos porque empezamos a imaginar, a crear modelos del mundo y a usarlos para prever situaciones más allá de la pura actualidad. Huir de un predador es una reacción inmediata, “en tiempo real”. Preparar un fuego a la entrada de la cueva o poner una empalizada es tener en cuenta un futuro posible, algo mucho más elaborado y que supone ubicarse en un escenario posible pero que aún no se ha producido, evaluar escenarios alternativos y anticiparse o corregir posibles problemas. Hacer modelos de la realidad y usarlos para prever el futuro supuso un cambio esencial a la hora de vivir en el mundo.

En nuestro ejemplo, la capacidad recién adquirida condujo inevitablemente a un segundo paso, hacerse preguntas. Es el comienzo, impulsado por la necesidad, de la curiosidad, nuestra característica más significativa como humanos. Probablemente los dioses surgieron cuando comenzamos a preguntarnos las razones de las cosas y no había conocimiento para encontrar una explicación terrenal. ¿De dónde viene el rayo que tan profundamente cambió nuestras vidas? ¿Cómo podemos conseguir que caiga otro cuando nuestro fuego se apagó por un terrible accidente? Existe alguien o algo tan poderoso que puede generar el rayo, pidámosle que lo haga ya que nuestra vida depende de ello. Fue ésta una consecuencia de nuestra recién adquirida necesidad de entenderlo todo, de buscar las razones de las cosas para anticiparse a las catástrofes.

Los dioses rellenaron espacios en los modelos de la realidad cuando no había piezas que pudieran hacerlo. Los dioses habitaron siempre en los rincones oscuros. En un tiempo, ninguna creencia contradecía la realidad ya que nada sabíamos de ella. Hoy nuestro conocimiento sobre el mundo ha empujado a los dioses apenas a rendijas y minúsculos agujeros; sus continuas apariciones, antes tan frecuentes, ya no se producen. Ya no nos maldicen con enfermedades o hambre, ya no nos bendicen con buenas cosechas. Ya no es necesario ofrecerles sacrificios para que salga el Sol cada mañana. Los dioses se han vuelto sospechosamente indiferentes. Podría decirse que están como ausentes.
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