Llevo impartiendo y recibiendo clases casi toda mi vida. Como receptor comencé probablemente a los cinco o seis años de edad y terminé, al menos formalmente, a los veintiuno, con mi último examen en la universidad. Bastantes años más tarde empecé mi carrera como profesor universitario, no sin antes participar en algunos programas de doctorado, maestrías y demás. Con todo esto, aún hoy me pregunto qué tenemos que impartir exactamente, para qué, cómo debemos hacerlo y qué hay que valorar. Tal vez en la universidad esas decisiones sean algo más simples que en la escuela pero ni siquiera estoy seguro de eso. Intentando comprender el problema (es la primera fase necesaria aunque no suficiente para solucionarlo) me llevo planteando un tiempo cuál es la función que la educación debería tener.
Creo que hay una forma interesante de abordar este asunto que se basa en el comportamiento diario de cada uno de nosotros.
Somos animales sociales, vivimos en grupos que han ido creciendo y haciéndose más complejos con los siglos. Inicialmente, el grupo era familiar y las relaciones sociales eran poco complejas o, al menos, más simples que cuando los grupos se ampliaron, las ciudades nacieron y cada persona tuvo que relacionarse con círculos extraños, más allá de su propia familia. Dejamos de conocer a todas las personas y tuvimos que asumir que en cualquier momento podíamos encontrarnos con un desconocido con el cual había que interactuar para, por ejemplo, comprar un alimento o una herramienta. La red de relaciones entre ajenos sólo es posible si hay convenciones que conforman un contexto cultural común que permite, entre otras cosas, que dos extraños se entiendan. No sólo se trata del idioma sino de una serie de reglas, sobreentendidos, protocolos y asunciones que crean esa trama cognitiva de contextos comunes sobre la cual se construyen esas relaciones.
Es fácil comprender esta idea con un ejemplo: yo puedo ir por una calle de Sevilla comprendiendo la base sobre la cual esa sociedad, en esa calle, se desenvuelve. Mi familiaridad con esa trama me da la seguridad de que si veo un bar, puedo entrar libremente, que está bien visto saludar al camarero, que es a él a quien debo pedir el refresco, que no debo preguntar si tienen marihuana, que no está mal visto que me quede sentado o de pie en la barra, que no debo quitarme la camiseta si tengo calor ni escupir en el suelo y que debo pagar antes de irme; también me dice qué cantidad aproximada es razonable pagar y que no debo usar el billete de diez libras que me sobró del último viaje. También somos capaces de leer e interpretar el lenguaje no verbal, los gestos, las expresiones. Es decir, estoy interactuando con una sociedad usando un conjunto de conocimientos sobre su funcionamiento que me permiten hacer las cosas con eficacia, usando normas que se han establecido por costumbre, sin ofender a nadie por actuar de forma extravagante y con la seguridad de conseguir mi objetivo (el refresco) sin problemas.
Si me muevo a otro lugar, las cosas pueden cambiar. En Rabat o en Marrakech me encontraré en una sociedad no muy diferente pero mi incertidumbre será mayor: no estaré seguro de si debo pedir una cerveza con alcohol en un bar, de si puedo sentarme en una mesa directamente o debo preguntarle al camarero, de si debo pagar una consumición cuando me la sirven o cuando he terminado. Podemos imaginarnos sociedades cada vez más alejadas, en cada una de las cuales nos resultará más difícil e incómodo movernos, no porque tengan costumbres inadecuadas sino porque nosotros no las conocemos: nuestras tramas cognitivas se solapan cada vez menos.
Las tramas cognitivas están formadas por un compleja amalgama de datos, modelos, hipótesis… que nos sirven de orientación a la hora de analizar, evaluar, comunicar, comprender, valorar y predecir. De ahí el desconcierto ante una sociedad diferente y el desamparo que sentimos cuando nos sacan de un medio al que nuestra trama está adaptada y entramos, por ejemplo, en una subcultura para la que no tenemos tendidos los hilos correspondientes.
¿Cómo enlaza esto con la educación y su papel? La idea es que la educación puede entenderse al menos de dos formas. La primera es la educación mediante las interacciones con nuestro círculo social inmediato: familia, compañeros de colegio, conocidos del barrio. Esa interacción sirve para tender los hilos básicos de la trama cognitiva y es suficiente para desenvolverse en las relaciones sociales normales.
La segunda es la educación adquirida en el colegio, instituto y universidad, el origen de nuestro debate. Esta educación también es social pero tiene una función más: ampliar la trama cognitiva más allá de las posibilidades de nuestro entorno inmediato. El conocimiento de la ciencia, de la literatura, de la historia de la filosofía, de la geografía, de las sociedades pasadas y presentes pero lejanas… amplía el tamaño y la complejidad de nuestra trama cognitiva personal. La facilidad que tenemos hoy para acceder a una inmensa cantidad de obras literarias puede ampliarla casi indefinidamente al entrar en contacto con la experiencia real o imaginada de otros, al conocer su pensamiento incluso aunque no estemos de acuerdo con él.
Actitudes como leer y viajar, como conversar con gente extraña, añaden hilos a nuestra trama, suman relaciones y datos no disponibles en nuestra experiencia inmediata, rompen, incluso, vínculos previos excesivamente unívocos e inflexibles con nueva información. Probablemente la actitud de conocer, de ampliar la complejidad de nuestras relaciones, sea de lo mejor que podemos hacer para que nuestra trama sea lo más grande y compleja posible. Sólo falta añadir que nuestras relaciones por internet, esa inmensa ventana al mundo y a los demás, pueden ser una aportación significativa a todo lo anterior, amplificando aún más lo que las otras experiencias nos han aportado.
La trama cognitiva de una persona media ha crecido exponencialmente des las primeras sociedades humanas hasta la actualidad debido a la mayor posibilidad de interacciones, a la mayor comunicación, al invento de la escritura para acceder a experiencias ajenas y al acceso ilimitado que hoy tenemos en la infinita red que es internet.
Sólo falta el último paso del argumento ¿por qué la educación tiene interés y qué materias deberían estar presentes en ella?
La respuesta ya está esbozada en líneas anteriores, cuando propuse que nuestra trama cognitiva es la base sobre la que analizamos, evaluamos, comunicamos, comprendemos, valoramos y actuamos. Una trama elemental impedirá que compremos un kilo de manzanas pagando 50 euros porque sabemos que en nuestro contexto, ese precio no tiene sentido. Una trama algo más elaborada hará que tengamos herramientas como para tomar decisiones complejas con un mayor conocimiento y, por tanto, unos mejores resultados.
Es decir, nuestra trama alimenta un flexible sistema de decisión cuya mayor complejidad nos permite acceder a una mayor cantidad de opciones y decidir sobre ellas con un contexto más rico. La educación debería estar orientada a ampliar esa complejidad añadiendo datos, procesos de elaboración de información, modelos de predicción sobre situaciones no banales, métodos de procesamiento del conocimiento… La idea es que todo ello permitirá hacer mejores análisis, comprender mejor la complejidad de las situaciones y, al final, tomar mejores decisiones en escenarios como en los que nos desenvolvemos todos los días. No se trata, por supuesto, sólo de conocer muchos datos sino de saber cómo relacionarlos y cómo usarlos.
La trama cognitiva es, por supuesto, cultura, aunque debe añadirse procedimientos de análisis y de decisión de naturaleza variada. ¿Debe ser la educación de “ciencias” o de “letras”? Si se ha tenido la paciencia de leer lo anterior, será bastante obvio que ambas son convenientes y complementarias. Las “ciencias” nos dan conocimiento y herramientas sobre el funcionamiento del mundo, sobre qué está pasando, cómo funciona, cuáles son las incertidumbres y qué consecuencias puede tener una actitud, un fenómeno o una política. También nos ayudan a la síntesis y elaboración de información realizando mejor los procesos de inferencia; igualmente pueden reducir el riesgo de caer en argumentaciones falaces, de tomar la anécdota por la regla, de confundir opiniones con hechos, así como amplían nuestra capacidad para valorar críticamente las pruebas o evidencias que apoyan una afirmación. Las “letras”, además de tener disciplinas que se solapan con las anteriores, nos ayudan a entender la dinámica de las sociedades, los procesos históricos, las formas de pensamiento (muchas de ellas ya caducas pero no por ello menos educativas); nos abren ventanas al conocimiento del pensamiento de otros a través de la literatura, de la historia de la filosofía, de las obras y corrientes artísticas) que son, entre otras cosas, reflejo y consecuencia de la trama cognitiva de cada persona encuadrada en cada sociedad).
Todo ello, si se tiene claro el objetivo, hará que la educación amplíe nuestra trama en cantidad, calidad y complejidad mucho más allá de lo que estaría a nuestro alcance en una sociedad que se limitara a cubrir sus necesidades inmediatas y no mirara a su futuro. Las consecuencias para una sociedad culta no solo será la conservación del saber, sino su generalización. Históricamente no hay precedentes de sociedades cultas en su integridad pero lo que podemos observar sugiere que la ampliación de las tramas cognitivas parece ayudar a un mayor bienestar general, a la reducción de las desigualdades extremas y a una organización social más beneficiosa para todos. Igualmente, permite el desarrollo tanto de las ciencias como de las letras y con ello realimenta un círculo probablemente virtuoso.
Por eso es necesaria una educación que alcance a toda la población y que garantice una base sólida para que cada ciudadano ejerza su papel y su influencia lo mejor posible. Por eso son necesarias tanto las disciplinas de ciencias como las de letras, actuando como una salvaguarda que la propia sociedad implementa para aumentar su probabilidad de supervivencia y su avance en la mejora de las condiciones de vida de sus ciudadanos.