Va siendo hora de aceptar que la responsabilidad no es del medio sino nuestra. Obviamente, la parte principal recae sobre el que genera la "noticia" pero sería irrelevante si no hubiera una multitud entusiasta que la comparte y reenvía elevándola del gris montón que compone en 99.9% de las publicaciones dándole, ya de paso, cierta aura de certeza.
Creo que hay dos tipos principales de "replicadores" de la falsedad: los incondicionales y los ignorantes. Cuando hablo de replicadores no me refiero a que de vez en cuando caigamos en el engaño y le demos al botón erróneo, ya que todos hemos caido alguna vez en eso. Me refiero a aquellos que lo hacen con reiteración, a los que ves que, día tras día, promueven aquello que debería hacer sido ignorado, cuando no despreciado.
El primer grupo, los incondicionales, son aquellos que difunden la falsedad solo porque confirma sus creencias o porque sirve a sus intereses. Hay subgrupos, claro. Desde los que se lo creen todo sin la más mínima reflexión, hasta los que justifican la mentira porque contribuye a un imaginado bien mayor que, casualmente, coincide con los objetivos de su ideología (en sentido amplio, no sólo ideología política). En el fondo, todos comparten una propiedad común: la verdad no les importa demasiado si la mentira arrima el ascua a su sardina, su sacrificio es un efecto colateral.
El segundo grupo, los ignorantes, nos incluye a todos los demás aunque, lógicamente, en grados diversos. Todos ignoramos más de lo que conocemos por lo que separar lo cierto de lo falso no es siempre una tarea fácil. Por ese motivo, si algo nos llama la atención o nos asombra, tendemos a compartirlo y amplificarlo sin demasiada reflexión, incluso atendiendo sólo a los titulares. Lo que distingue a un extremo del eje de la ignorancia del otro son dos factores: el sentido crítico y la vagancia. El primero es nuestra única defensa contra la falsedad y se desarrolla con la educación: cuanto más sepas de historia, de política, de ciencia... más difícil será engañarte. Lamentablemente, educarse es trabajoso porque hay que leer, analizar, procesar la información, sintetizar y, en definitiva, ir construyendo un entramado congnitivo que soporte nuestros juicios dándoles solidez. Es tarea de toda la vida y, claro, es más fácil consumir juicios precocinados que construir los propios. Aquí interviene el segundo factor, la vagancia. Aunque no lo sepamos todo, hoy lo tenemos a nuestro alcance en internet. La mayoría de las noticias falsas se desmontan en un par de minutos si nos molestamos en buscar información complementaria.
El perfecto difusor de noticias falsas auna la vagancia con la indiferencia por la verdad y consigue como resultado que la mentira avance, que los indeseables que la generan triunfen y que el conocimiento se vaya perdiendo poco a poco entre un ruido que lo hace más difícilmente alcanzable.
Por eso pienso que los docentes tenemos una tarea añadida a enseñar materias concretas: convencernos y convencer de que sólo el sentido crítico, apoyado en una sólida base de conocimientos, hará que la sociedad avance.