11 noviembre 2018

Fake news y responsabilidad

Somos maestros en descargar nuestra responsabilidad en otros. Leo que se pide a Facebook y a Twitter que diferencien las publicaciones falsas de las ciertas y que borren las primeras. No puedo entenderlo, no solo porque la línea que separa la verdad de la falsedad es frecuentemente difícil de trazar, sino porque si lo hicieran tardaríamos diez segundos en acusar a estas empresas de ejercer la censura.
Va siendo hora de aceptar que la responsabilidad no es del medio sino nuestra. Obviamente, la parte principal recae sobre el que genera la "noticia" pero sería irrelevante si no hubiera una multitud entusiasta que la comparte y reenvía elevándola del gris montón que compone en 99.9% de las publicaciones dándole, ya de paso, cierta aura de certeza.
Creo que hay dos tipos principales de "replicadores" de la falsedad: los incondicionales y los ignorantes. Cuando hablo de replicadores no me refiero a que de vez en cuando caigamos en el engaño y le demos al botón erróneo, ya que todos hemos caido alguna vez en eso. Me refiero a aquellos que lo hacen con reiteración, a los que ves que, día tras día, promueven aquello que debería hacer sido ignorado, cuando no despreciado.


El primer grupo, los incondicionales, son aquellos que difunden la falsedad solo porque confirma sus creencias o porque sirve a sus intereses. Hay subgrupos, claro. Desde los que se lo creen todo sin la más mínima reflexión, hasta los que justifican la mentira porque contribuye a un imaginado bien mayor que, casualmente, coincide con los objetivos de su ideología (en sentido amplio, no sólo ideología política). En el fondo, todos comparten una propiedad común: la verdad no les importa demasiado si la mentira arrima el ascua a su sardina, su sacrificio es un efecto colateral.
El segundo grupo, los ignorantes, nos incluye a todos los demás aunque, lógicamente, en grados diversos. Todos ignoramos más de lo que conocemos por lo que separar lo cierto de lo falso no es siempre una tarea fácil. Por ese motivo, si algo nos llama la atención o nos asombra, tendemos a compartirlo y amplificarlo sin demasiada reflexión, incluso atendiendo sólo a los titulares. Lo que distingue a un extremo del eje de la ignorancia del otro son dos factores: el sentido crítico y la vagancia. El primero es nuestra única defensa contra la falsedad y se desarrolla con la educación: cuanto más sepas de historia, de política, de ciencia... más difícil será engañarte. Lamentablemente, educarse es trabajoso porque hay que leer, analizar, procesar la información, sintetizar y, en definitiva, ir construyendo un entramado congnitivo que soporte nuestros juicios dándoles solidez. Es tarea de toda la vida y, claro, es más fácil consumir juicios precocinados que construir los propios. Aquí interviene el segundo factor, la vagancia. Aunque no lo sepamos todo, hoy lo tenemos a nuestro alcance en internet. La mayoría de las noticias falsas se desmontan en un par de minutos si nos molestamos en buscar información complementaria.
El perfecto difusor de noticias falsas auna la vagancia con la indiferencia por la verdad y consigue como resultado que la mentira avance, que los indeseables que la generan triunfen y que el conocimiento se vaya perdiendo poco a poco entre un ruido que lo hace más difícilmente alcanzable.
Por eso pienso que los docentes tenemos una tarea añadida a enseñar materias concretas: convencernos y convencer de que sólo el sentido crítico, apoyado en una sólida base de conocimientos, hará que la sociedad avance.

27 mayo 2018

Incoherencia

Acabo de escuchar un debate en la radio sobre incoherencia y se me ha ocurrido improvisar cuatro líneas al respecto. Por adelantar mi primera conclusión, aunque parezca extraño, creo que hay muy poca gente incoherente, si es que la hay.
Ya comenté en otro momento que tenemos un gran banco de datos en nuestro cerebro fruto de la experiencia, la reflexión (poca o mucha, da igual) y la lectura o el estudio, entre otras cosas. Este banco de datos no son sólo hechos, sino también reglas, modelos, hipótesis... Tener esta herramienta nos permite tomar decisiones valorando múltiples factores y múltiples objetivos simultáneamente. Nuestra vida transcurre así, tomando decisiones de forma continua ante lo que nos pasa día a día. Si llamamos coherencia a aceptar y actuar de acuerdo con esas decisiones, que consideramos las mejores, considero casi imposible que resolvamos hacer algo que no creamos lo más adecuado, es decir, somos coherentes.
El problema viene, creo, de que confundimos la coherencia con observar reglas inmutables que deben respetarse con independencia de las circunstancias. Yo creo que el concepto puede abordarse de forma diferente.


Un ejemplo clásico es el médico que, mientras fuma, te dice que fumar es malo. Eso, para mí, no es incoherencia. En efecto, él te está dando una información correcta de acuerdo con lo que sabe pero, sin embargo, parece no aplicarse a sí mismo. ¿Cuál es la explicación? Creo que lo que pasa es que el médico, a la hora de decidir sobre fumar o no fumar, ha tomado una decisión basada en varios factores, no sólo en su salud (las decisiones rara vez son unifactoriales). Los otros pueden ser el placer que le da fumar y la dificultad que le supondría superar la adicción, por ejemplo. Otro factor, esta vez en contra, podría ser el coste económico de fumar. Ante estos factores, decide que, al menos por el momento, seguirá fumando. No ignora el daño a largo plazo, por supuesto, pero valora más el beneficio (placer) a corto. Advertirte a ti del peligro es su forma de introducir ese factor en tu sistema de decisión para que luego llegues a tu conclusión, la que sea, con la información adecuada (es también su obligación como profesional). Él ha tomado la suya y si ha valorado y ponderado los factores (aunque sea erróneamente), esa decisión es coherente.
Otro ejemplo es que yo defiendo respetar los límites de velocidad en la carretera. Y claro, no sólo lo defiendo, sino que lo creo, y como soy coherente, circulo siempre dentro de esos límites. Eso no fue obstáculo para que un día, hace un par de años, fuera a Sevilla superando holgadamente los 120 km/h de la autopista. ¿Qué pasó? Pues que nos retuvo un atasco a la salida de Mérida durante casi media hora y teníamos que llegar a un examen. Aquí el sistema de toma de decisiones usó las circunstancias del momento, no habituales, y el llegar a tiempo pesó más que los límites establecidos (y que yo, insisto, respeto porque creo que debo hacerlo).
En consecuencia: coherencia no es hacer siempre lo mismo, en toda circunstancia, sino hacer lo que consideras adecuado o "bueno" en función de los escenarios o circunstancias. Eso, obviamente, puede llevar a actuar de formas diferentes pero no necesariamente incoherentes. Respetar la velocidad será habitualmente lo que haga porque en circunstancias normales creo que es lo adecuado, pero eso no quita para que haya excepciones y ahí lo coherente, porque lo ves como opción idónea, sea llegar al examen.
Otro problema en esta discusión es que comúnmente y por error o mala interpretación, llamamos incoherencia a algo que no lo es.
El caso de Pablo Iglesias es de lo más comentado esta temporada: tras criticar en el año 2012 la compra de una propiedad por parte de Luis de Guindos (dice su tuit "¿entregarías la política económica de un país a quien se gasta 600.000 € en un ático de lujo?"), él hace algo similar en el 2018. Esto, en mi opinión, no manifiesta incoherencia sino falsedad, que es algo bastante diferente. Todo apunta que el tuit transmite un mensaje ideológico que realmente él no asume: lo escribió con el objetivo de vapulear a un personaje de un partido diferente y ganar crédito entre los que se podían sentir identificados con una posición ideológica en la que él no se integra. Obsérvese que yo no hablo sobre la ética de las compras, sino sobre las declaraciones hechas públicamente con suposición de veracidad.
Por no centrarme sólo en este ejemplo, ahora estamos asistiendo a las fintas y contorsiones que casi todos los partidos hacen para apuntarse o no a la moción de censura que presenta el PSOE contra el PP. ¿Son incoherentes los partidos que no se apuntan a pesar de autodefinirse en contra de la corrupción? Estoy seguro de que no, de que lo que pasa es que ese factor pesa muy poco en la estrategia de los partidos. Queda bien su mención porque la gente está sensibilizada con el tema de la corrupción y sería perjudicial no subirse al carro de la virtud, pero hay otro factor muy por encima de ese: la conveniencia política en cada momento. Hay partidos que prefieren mantener este gobierno durante un tiempo porque consideran que eso será beneficioso para ellos a medio plazo y ese, al final, es el bien mayor desde su punto de vista y desde su sistema de decisión. Es decir, falsedad (a la hora de criticar la corrupción de forma absoluta y sin matices) más que incoherencia, mensajes rotundos (porque venden) a sabiendas de que habrá que obviarlos cuando se presente un escenario donde el objetivo entra en contradicción con las declaraciones de moralidad.
Como resumen, tres conclusiones: 1) la incoherencia "privada" (de nosotros con nosotros mismos) no existe o es rarísima, 2) la aparente incoherencia "pública" (declaraciones dirigidas a los demás) suele ser, más bien, un indicador de falsedad y de mentira y 3) el pecado no es su incoherencia, es nuestra credulidad.

04 marzo 2018

El arte como creación de escenarios

Hace unos meses escuché una entrevista con un escritor de ciencia ficción. Nada memorable en general, pero hubo un par de frases que me llamaron la atención. Más o menos, decía que había pasado de escribir novela convencional a novela de ciencia ficción cuando se dio cuenta que en la primera podía crear personajes, inmersos en un mundo similar al real, pero que en la segunda podía crear universos, gigantescos escenarios donde nada tenía que someterse a lo que ocurre en nuestras vidas reales.
Toda creación humana que pueda ser considerada como "arte" no es más (ni menos) que la construcción de un escenario. En este contexto, un escenario es un modelo más o menos parecido a la realidad con unas referencias que nos orientan para su interpretación. Ese escenario, como modelo, es una simplificación donde sólo cabe contemplar unas pocas variables; el famoso comienzo de “Cien años de soledad” nos sitúa en un escenario donde las principales claves se dan explícitamente en las primeras frases. Luego, algunas partes de ese escenario se detallan y evolucionan mientras que otras se quedan de fondo, dando atmósfera a la narrativa, sin entrar en pormenores innecesarios que puedan distraer de lo fundamental.

Contrastes, enfrentamiento cromático, proporciones... un escenario creado por Alfredo Oliva en https://eyeshotstreetphotography.com/alfredo-oliva/
Creo que uno de los dos principales factores para apreciar la calidad del arte es, precisamente, la habilidad para crear ese escenario, eliminando lo accesorio, mostrando los factores necesarios para permitir que el objetivo general del arte se cumpla: que el observador se meta en el escenario y con ello, se despierten sus reacciones (personales y a veces únicas) a una situación expresamente construida para ello. Los escenarios se construyen llamando a todos los sentidos, a veces aislados, como en la música, que se escucha, o en la pintura y fotografía, que se ven. Otras veces, como en el cine, las herramientas son más abundantes.
La literatura fue históricamente la faceta del arte donde era más inmediato integrarse en el escenario ya que se describe con el lenguaje, una herramienta explícita y con la que es fácil llegar al lector. El cine superó ampliamente las posibilidades de la escritura al integrar la visión que en la literatura sólo podemos confiarlas a la capacidad de recreación del lector.
El segundo de los factores son las referencias que se dan al observador para que pueda integrarse en el escenario. Estas referencias han sido usadas en la definición de estilos: del realismo a la abstracción puede haber tanto un cambio en la selección de referencias como en las convenciones necesarias para entenderlas. El mal arte probablemente depende menos de la calidad técnica en el manejo de recursos (siempre deseable, a pesar de todo, para que no sea un lastre) que de la incapacidad para generar las referencias comprensibles: hay espectadores que no son capaces de meterse en según qué escenarios, pero también hay artistas que no saben diseñar las referencias que ayudan a la integración. Algunas de estas son constantes o invariantes culturales, muy comunes en mucha gente, incluso sin interés especial por el arte: la sensibilidad y la respuesta a algunas bases rítmicas son universales, lo mismo que algunas escalas cromáticas o ciertas proporciones de las formas. Otras son tan difíciles de aprehender que la obra artística resulta fallida en cuanto al objetivo de integración del observador. En mi caso particular, la música atonal o la pintura de Kazimir Malévich son buenos ejemplos.

A pesar de los milenios, algunas obras son comprendidas y apreciadas a través de la evolución cultural (imagen del Museo de Altamira y D. Rodríguez, licencia CC BY, Wikimedia Commons).
Esto nos lleva a reconocer que la experiencia en la observación de arte y la educación específica son valiosas en el sentido de ampliar los referentes con los que podemos abordar una obra, sea novela, pintura, escultura o videoclip. Según vemos, leemos y observamos, nuestra trama cognitiva se hace mayor y más compleja y tenemos más datos y herramientas para integrarnos en el mundo creado de una obra artística. Sin embargo, la recíproca también es cierta: el artista debe igualmente observar, aprender y educarse en la creación, así como en la destreza con el uso de sus instrumentos: luz, pinceles, guitarras o gubias. La creación se dificulta menos cuando los problemas técnicos han sido superados y el esfuerzo se dedica a construir la obra con solvencia y, sobre todo, manejando los referentes que serán el nexo con el observador.
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