Los experimentos de la vida en este periodo han sido muchos y variados pero bajo la constante de explorar la complejidad. Un experimento de gran éxito fue el de la endosimbiosis que probablemente originó las células eucariotas. Pero nosotros mismos somos resultado de la fusión de células individuales que permiten la aparición de propiedades emergentes de un conjunto que, como el hormiguero, es más que la mera suma de sus partes. Otros experimentos han resultado fallidos, por causas internas o externas, como las grandes extinciones, de las cuales sólo nos resulta familiar la última, que acabó con los dinosaurios y permitió que comenzara la era de los mamíferos. La vida siguió adelante incluso después de la más masiva extinción que ha conocido la Tierra, en la transición entre el Pérmico y el Triásico, hace uno 250 millones de años.
Lo que pretendo decir con esto es que la vida no sólo no es una casualidad sino que es una consecuencia inevitable de la selección ejercida a nivel molecular, individual y poblacional. Como dice Wagensberg en “La rebelión de las formas”:
“Lo inerte está y tiende a seguir estando, lo vivo vive y tiende a seguir viviendo, y lo culto conoce y tiende a seguir conociendo.”
Yo añado que lo inerte, lo vivo y lo pensante no son más que escalones en la escalera de la complejidad, larga, cambiante y llena de bifurcaciones. Y que cada uno lleva al siguiente de forma inevitable, sólo es una cuestión de tiempo y de dejar actuar (qué remedio) a la leyes físicas.
Visto esto, nuestra perspectiva como individuos y como especie en este mundo puede cambiar. No somos un accidente, somos una consecuencia de la existencia de la propia materia. Pero tampoco la vida será eterna porque para mantenerse necesita un universo heterogéneo, desequilibrado, cambiante, vivo... Y eso es lo que hay ahora, disfrutémoslo.
Esta perspectiva hace que personalmente haya adoptado una ética vital (no se me ocurre mejor nombre) donde lo deseable se alinea con la tendencia a la complejidad y lo indeseable nos acercaría a la muerte, donde no hay desequilibrio: es el pecado de oponerse a la evolución. “No destruyas la complejidad” sería el primer y casi único mandamiento.
Pero hay más. Nuestra especie es pensante, ha conseguido una herramienta extraordinaria que nos permite reflexionar sobre donde estamos y qué somos. Y creo que la selección se aplica también a esta nueva esfera de complejidad, pero eso lo dejo para otra ocasión.
0 comentarios:
Publicar un comentario