Rodeados por el tiempo
La entrada al Centro Universitario de Mérida está bordeada por fósiles vivientes. Y no, no fumo ni he tomado ninguna sustancia especial salvo para intentar olvidar la gripe de estos días. Es que para encontrar fósiles vivientes no hace falta ir a Parque Jurásico sino que tenemos algunos más cercanos. Los tiburones por ejemplo, llevan unos cuantos millones de años sin cambios aparentes. Tampoco los necesitan demasiado porque son bichos de diseño perfecto.
¿Algo más exótico? Bueno, tenemos los celacantos, descubiertos en 1938 y que se creían extintos 65 millones de años atrás. Ya tenían una larga historia como grupo porque se conocen fósiles de hace más de 400 millones de años. Aún así, los celacantos decidieron seguir vivos y sin complejos en el refugio de las profundidades marinas entre Madagascar y la costa Este de África.
Era el año 1938 y Marjorie Courtenay Latimer era conservadora de un museo local en Ciudad El Cabo. El 23 de diciembre, un barco de pesca llamado Nerine entró en el puerto con un extraño huésped en sus redes. Marjorie fue a verlo y confesó no tener la más remota idea de qué era el pez en cuestión: un metro y medio de largo, de color entre azul y malva y marcas dispersas plateadas. Mirando en los libros del museo sólo encontró algo similar en un libro de paleontología. Aunque inicialmente nadie le hizo mucho caso, un par de meses después, un profesor de una universidad local llamado Smith, identificó por fin el ejemplar como un auténtico celacanto. Por su parte, Marjorie perpetuó su apellido más allá de la familia porque el hallazgo pasó a llamarse
Latimeria en el lenguaje científico
Como habían transcurrido dos meses y del pez quedaba más bien poco, Smith quiso obtener otro en un estado más presentable. Puso anuncios en los puertos del Este africano. Tuvo que esperar 14 años para que un pescador de las Islas Comores capturara otro celacanto.
Desde entonces han sido pescados y filmados más ejemplares, no muchos, pero ha sido más sorprendente descubrir que su presencia se extiende a las Islas Célebes, a casi 10000 km de las Comores.
El descubrimiento del celacanto ha sido de interés biológico pero también puede suponer el principio de su fin: un grupo de peces que reinó antes que los dinosaurios y que ha sobrevivido a las extinciones masivas desde hace 400 millones de años puede desaparecer en las próximas décadas por las razones de siempre. A pesar de la dificultad de estimar poblaciones, no se cree que haya más de unos centenares de celacantos en las aguas de las Comores lo que le pone en una difícil situación. Por suerte su interés gastronómico es nulo porque sino veríamos especialidad de sushi de celacanto. Si quieren verlo cara a cara unos breves instantes, cómo no,
en Youtube. Y si no, aquí abajo tienen uno.
Celacanto capturado en Mozambique; con casi 1.80 m y 100 kg es el mayor ejemplar capturado hasta la fecha. Pero antes del pescado este, hablaba de fósiles vivientes en Mérida. No me refería a ningún profesor en concreto sino a algo mucho más inocuo y que Linneo llamó, allá por 1771,
Ginkgo biloba. Es un arbolito discreto que no llama la atención por nada y que a un jardinero que me gustaría conocer le dio por plantar ante la fachada del centro universitario.
Dentro de su aparente sosez, el ginkgo es un caso algo especial. Es la única especie de un único Género, de una única Familia, de un Orden único en la única Clase del Filum
Ginkgophyta. Tiene menos parientes que mi apellido paterno, que ya es decir.
Su nombre viene del chino, donde aparece en un diccionario ilustrado de 1668 y que fue la fuente de un botánico llamado Engelbert Kaempfer para la primera descripción de la especie en Europa.
La semejanza del ginkgo con el celacanto reside en que es otro fósil viviente, relacionado con un grupo de plantas cuyo fósil más antiguo data de hace 270 millones de años.
Impresiones fósiles de hojas de ginkgo Una hoja actual de ginkgo pasada por el escáner Actualmente se ha extendido por los jardines de clima templado por su enorme resistencia ante las plagas y la contaminación. Eso sí, sólo los ejemplares macho (es una especie donde cada pie tiene un sexo único) porque los frutos huelen bastante mal al descomponerse en el suelo.
Aparte de la antigüedad, ya de por sí venerable, el ginkgo es una fuente permanente de sorpresas. Les cuento sólo una: se ha descubierto hace poco que dentro de sus células vegetales hay algas eucarióticas viviendo en una relación que aún no se comprende. Algas con su propia dinámica y material genético y sólo en algunos tipos de células lo que supone una rareza no observada en ningún otro vegetal.
También merece la pena citar otro trabajo donde se mantuvieron ginkgos durante tres años bajo concentraciones de CO2 similares a las que se supone había en el Mesozoico. Los resultados básicos fueron que los estomas de las hojas, unos poros por donde se intercambian los gases en la fotosíntesis y respiración, se redujeron a un tamaño similar al observado en las hojas fósiles de aquellos lejanos tiempos. En mi opinión, el experimento no demuestra nada pero desde un punto de vista menos estricto es casi un melancólico salto en el tiempo.
Si es que ya lo decía mi profesor de fisiología vegetal que siempre se refería a él como “el nunca bien ponderado
Ginkgo biloba”.
Nota. “Fósil viviente” es una expresión que se aplica a organismos actuales cuyo aspecto externo es muy similar al de sus parientes lejanos. El tiempo ha pasado por ellos sin cambios morfológicos aparentes aunque es posible que la evolución haya inducido cambios en factores menos visibles.
Algunas referencias:
Tremouillaux-Guiller, J. et al., 2002, Discovery of an endophytic alga in Ginkgo biloba, American Journal of Botany 89(5): 727–733. 2002.
Beerling, D., McElwain, J, Osborne, C., 1998, Stomatal responses of the 'living fossil' Ginkgo biloba L. to changes in atmospheric CO2 concentrations. Journal of Experimental Botany 49(326), 1603-1607.