En la entrada anterior de esta serie-culebrón hablé del aprendizaje. Tocaré en ésta un tema de discusión recurrente sólo para manifestar que lo veo desde otro punto de vista: Dios(es), religiones e iglesias.
La anécdota: llegaron hace unos años dos Testigos de Jehová a mi casa. Desde hacía tiempo tenía preparada la estrategia que coincide sinceramente con mi forma de ver este asunto. El diálogo fue más o menos así, empezando por una pregunta de ellos a bocajarro:
- Buenos días ¿cree usted en Dios?
- ¿Perdón? No entiendo de qué me habla.
- Le preguntaba que si cree usted en Dios.
- Sigo sin entender ¿me explica qué quiere decir?
- Dios es nuestro padre, el creador del mundo, el que nos premia o castiga por nuestros actos...
- Ahora sí que no entiendo nada, disculpe ¿quién dice que es mi padre?
....
El diálogo de sordos siguió sólo durante unos minutos porque quería dejarles con la sensación de que su visión teísta del mundo no era necesariamente algo natural y podía ser absolutamente incomprensible para algunas personas.
Lo importante para mí de la anécdota es que cuando se habla de dioses se parte de unas premisas que no hay porqué asumir. Por ejemplo, se supone que todo el mundo sabe qué o quién es Dios y que si un ateo y un creyente discuten al respecto el tema será sobre su existencia.
Mi manera de ver estas cosas es algo diferente. Los dioses están tan lejos de mi pensamiento cotidiano (incluso cuando me pongo trascendente después de dos copas de Mascaró) que hacer confesión de ateísmo me parece completamente irrelevante. Y como esa divinidad que mucha gente tiene presente a lo largo de su vida no figura en la mía, me permito, cada vez que alguien me habla del tema, preguntar desde cero: ¿de qué me hablas que no entiendo nada? No tenemos base de discusión, me suena la palabra dios pero no sé que es. Y es curioso que nadie ha sabido explicármelo construyendo el edificio desde abajo.
Consecuentemente, no suelo comentar mi posición dentro de la dicotomía ateo/creyente porque es irrelevante. Sería como tener que decir obligatoriamente de qué equipo de béisbol eres, no siendo de ninguno y, además, no pensando nunca en ese deporte, nada popular en España.
Lo menciono aquí porque cuando sale el tema de qué pinta uno en este mundo, parece que los dioses son un punto que conviene dejar aclarado. Pues quede aclarado: están tan lejos de mi pensamiento cotidiano como puede estarlo la hípica: sé lo que es, a veces me pilla de observador involuntario, pero me aburre y cambio de canal en la TV.
La segunda parte va de religiones, no de dioses. Y es que no son lo mismo. Por ejemplo, vaya por delante mi convencimiento de que ningún dios ha hecho mal al mundo. No pueden. Las que sí han intervenido e intervienen son las religiones. Algunas son, hasta donde yo sé, esencialmente inocuas, como el budismo o algunas suertes de panteísmo. Otras son esencialmente nocivas: todas aquellas que son proselitistas y que tienen como objetivo convertirse en ecuménicas. La religión patibularia es una de ellas, el islamismo otra.
En este sentido no diferencio entre religiones oficiales y sectarias porque es sólo una cuestión de éxito evolutivo: las sectas lo son porque aún no han conseguido suficientes acólitos.
Y finalmente, en tercer lugar, están las iglesias, esas estructuras que se arrogan la representación de la religión en la vida colectiva. En sentido estricto, las relaciones con los dioses suelen tener una base esencialmente privada pero en el tiempo eso no es viable. Las religiones que se hacen colectivas tienen más éxito evolutivo: es el sentido de tribu biológica aplicado a las ideas. Y aquí tienen que aparecer los atributos de los que ninguna religión colectiva carece: los rituales colectivos y la progresiva toma de las riendas por una jerarquía de "expertos" o canalizadores de la conexión con el dios. El que encuentre diferencias sustanciales entre los sacerdotes y los mediums que avise.
Aparecida la estructura iniciática siempre estrictamente jerárquica, su programa de actuaciones se hace siempre más ambicioso. Las metas iniciales, básicamente espirituales, se amplían de forma que las iglesias se entremeten en la vida pública con la intención de ganar prosélitos a través de la injerencia en las leyes y en la educación.
Las iglesias son, por tanto, estructuras que sólo se sostienen si su intervención en la vida pública se hace fuerte. Y mi hostilidad hacia ellas (todas) es debido a algunas de sus coincidencias: ninguna promueve la cultura, sólo el adoctrinamiento; ninguna promueve la libertad de actuación, sino la sujección a una red de normas dictadas por la jerarquía; ninguna promueve la tolerancia, sino la visión de los demás a través del filtro doctrinal.
¿Qué tiene que ver el primer post con este? Verán, si tienen paciencia, que son piezas que encajan para definir una postura razonable ante el destino que nos espera a todas las máquinas biológicas. Y recuerden que la culpa la tiene Bujanda, que empezó a filosofar primero.