El cardenal Christoph Schönborn, que ya ha aparecido alguna vez en este blog, ha hablado de nuevo ante la Academia Pontificia de las Ciencias y ha dicho "no existe contraposición entre evolucionismo y creencia en la Creación". Notarán que hoy estoy positivo porque la expresión me gusta: habla de "creencia" en la Creación, algo ajustado a lo que realmente es, mientras que no parece haber hablado de "creencia" en la evolución. O tal estoy hilando demasiado fino, puede ser.
¿Dónde está el problema entonces? Aclara Schönborn que lo que existe es:
"un conflicto entre dos concepciones diversas del hombre y de su racionalidad, entre la visión cristiana y un racionalismo que pretende reducir al hombre a su dimensión biológica".
Y me alegro de estar de acuerdo de nuevo: ese es el problema. Bueno, más exactamente, ese es su problema. Schönborn añade
"aun enriqueciendo nuestro conocimiento de la vida, esta teoría [de la evolución] no responde a la gran pregunta filosófica: ¿De dónde viene todo y cómo ese todo toma un camino hasta llegar al hombre?"
Como ya me conocen, no insistiré en que las respuestas de las religiones a esa pregunta no me parecen más satisfactorias que las de un horóscopo de periódico, por poner un ejemplo. El caso es que a Schönborn las respuestas de su religión sí le satisfacen y aparentemente le resuelven todas las dudas sobre "de donde viene todo".
Sin necesidad de meternos en filosofía, opino que la ciencia sí hace alguna propuesta sobre nuestros orígenes y el camino seguido hasta el presente. Otra cosa es que sean propuestas incómodas e incompatibles con las premisas que Schönborn, después del buen rollo inicial, nos señala para marcar el territorio y definir qué debe ser y qué no:
se trata de descubrir "que existe una idea precedente, que el hombre no es fruto del caos, sino que 'ha sido pensado', 'querido' y amado" por el Creador.
Dejando aparte lo del "caos", un error clásico en los críticos de la evolución (y una falacia de los creacionistas) se trata de sostener esa posición privilegiada de nuestra especie ante el resto de los seres vivos. Antes eso era fácil pero la cosa se complicó cuando la teoría de la evolución y la genética nos bajaron del pedestal sin anestesia. De considerarnos seres nada menos que a imagen y semejanza de Dios, pasamos a un estatus mucho más terrenal. La incómoda sugerencia de la ciencia es, para escándalo de muchos, que somos simplemente una de tantas ramitas de un árbol evolutivo común. Nada de seres privilegiados, nada de dueños del mundo, nada que sugiera otra cosa que un sistema biológico complejo y nada disonante con sus parientes vivos.
Y ese es todo el problema: por un lado, una realidad que nos sugiere que no somos más que unos primates sociales con un destacable y tal vez efímero éxito evolutivo. Por otro, una afirmación de que somos "seres espirituales" lo que exige la existencia de algo sobrenatural que necesita, a su vez, un ente creador de las mismas extrañas características.
El pecado de la evolución, y en general de la ciencia, está en que conduce sin grandes conflictos lógicos, al materialismo. Y de ahí al descreimiento no hay ni medio paso; recordemos la gran cantidad de no creyentes entre los científicos en comparación con el resto de la sociedad (1).
Y por terminar bien y que alguno no se enfade conmigo :-( , valoro que Schönborn parezca en primera instancia aceptar los resultados de la ciencia. Que se oponga luego al "racionalismo" porque lleva a descartar en la práctica la existencia de espíritus inmortales, entes sobrenaturales y tal, es otra cuestión y va en el precio. Allá cada cual con su credulidad si no intenta meterse en terrenos ajenos. Pero esto no ha terminado, ahora les queda la incómoda cuestión de cuando al prehomínido se le insufló ese espíritu en el continuo de la evolución humana. De Prada dice que en las cavernas pero no me parece que sea un vocero de gran calidad, a ver si gente más ilustrada se aclara y nos lo explica.
(1) He perdido la referencia, si alguien me la recuerda se lo agradecería.