Estamos en España algo liados con disquisiciones semi-apocalípticas sobre la organización del Estado. Sin meterme en la política de los partidos, que me importa una higa, me gustaría plantear las cosas desde otro punto de vista, no sé si escéptico pero si librepensador (creo). Vaya por delante que los conceptos de Nación y Estado no son nuevos y que su sentido original está bastante claro por lo que una nueva interpretación debería justificarse adecuadamente. Vaya aquí la mía.
Las Naciones son agrupaciones humanas que en cierta medida funcionan como un metaorganismo. Tienen su individualidad y como consecuencia, tienen su identidad, su metabolismo y su filogenia. Cada uno de estos tres factores suele tener dos componentes: el físico y el cultural. Por ejemplo, la identidad física está definida por la población que forma esa Nación, por las personas. No por el territorio, que es carácter identitario sólo de los Estados. La identidad cultural está definida por un conjunto de rasgos de conducta y conocimiento que consolidan el grupo y mantienen su identidad ante otras Naciones. El idioma, cuando existe, es un rasgo importantísimo porque además de ser carácter distintivo, facilita la comunicación dentro del grupo y la dificulta con los “otros”, aumentando el aislamiento que garantiza la continuidad de las “esencias”.
El metabolismo físico se refiere a su dinámica como población humana. Hay naciones que crecen progresivamente o que decrecen hasta desaparecer, teniendo en cuenta que una nación debe compartir características genéticas para poder mantenerse como tal en el tiempo. Hablamos, por tanto, de una extensión en magnitud de la tribu, que ya comenté hace unas semanas. El mestizaje es una estrategia inadecuada para la supervivencia de la Nación poque conduce a la dilución de las imprescindibles relaciones de parentesco.
El metabolismo cultural se refiere a los mecanismos de consumo interno de los elementos identitarios culturales. Una Nación debe mantener y promocionar deliberada y reiterativamente las tradiciones, cultos y ritos que refuerzan su identidad ante las demás. Normalmente, todos los aspectos esenciales de su vida estarán acompañados de ritos propios, venga a cuento o no, con el fin de que acaben siendo inseparables los unos de los otros. Estos ritos pueden pervivir incluso después de degradarse en su significado y función.
Finalmente, las filogenias física y cultural son las respectivas historias como población y como cultura. La primera puede estar jalonada por mitos de origen cultural y pueden no ser fácilmente separables. Los orígenes de una Nación suelen ser difusos pero las lagunas estrictamente históricas se cubren con invenciones miticas que, como otros factores tribales, ayudan a consolidar el grupo. ¿Ejemplos de naciones? Los coya, los bosquimanos, los aborígenes australianos, los kurdos, los gitanos... Las Naciones son lo que aún queda de una antigua segregación geográfica que llevó a una identidad genética. La globalización las deshace lo cual no me preocupa nada en el componente físico y sí mucho en el cultural.
La historia ha hecho que las Naciones se diluyan por mestizaje. La mezcla genética es en general positiva para las especies (también la especie humana) pero es nefasta para las Naciones porque tanto la identidad física como cultural se mezclan, el metabolismo se desequilibra y las filogenias convergen impidiendo separar lo “nuestro” de lo de los “otros”.
Los Estados son otra cosa. Son una forma de organización social y su estructura es esencialmente administrativa. En este sentido pueden carecer de rasgos identitarios más allá de unos límites o fronteras que son necesarios porque aquí no hay identidades genéticas o culturales o están enormemente diluidas. Mientras las naciones son de origen tribal y filogenia genética, los estados, salvo raras excepciones, son el resultado de conquistas territoriales alcanzadas mediante guerras. Su identidad es frágil y para reforzarla es frecuente que se intente hacer equivalentes Nación y Estado, cuando no lo son.
Debido a su carácter administrativo, su filogenia es errática: Filipinas, Cuba, y antes muchos otros territorios fueron parte del Estado español. Ahora conforman estados independientes sin que sus pobladores hayan cambiado significativamente. Alaska fue comprada por los EE.UU. a Rusia. Alemania se unificó, Checoeslovaquia hizo lo contrario. En estos casos, como en el aún más reciente de Montenegro, los procesos se realizaron sin violencia, cosa inédita en la historia. Con las Naciones, las divisiones o agrupaciones son insólitas: los gitanos no cambian a payos, ni un bosquimano puede sentirse kurdo.
El diseño de los Estados debería ser exclusivamente la eficacia en la gestión de la res publica. Sin embargo, hasta ahora no ha sido así porque su filogenia se ha basado en criterios de dominación.
Mantengo, por tanto, que las Naciones existen aunque su razón original y su sentido biológico pierden fuerza poco a poco. La conservación de una identidad cultural es el argumento básico de los defensores de la persistencia de las Naciones y es una razón que merece atención porque contribuye a la complejidad de nuestro mundo y eso es algo que ya he mencionado como valioso. La pérdida de culturas es una pérdida objetiva y debe evitarse a toda costa.
Defiendo también que los Estados carecen del carácter de las Naciones y pueden y deben modificar su organización y límites de forma flexible con el objetivo de aumentar su eficacia.
No veo, por tanto, motivo objetivo alguno para que un Estado no se separe, se una o evolucione de cualquier forma que le parezca pertinente a sus integrantes. La idea de “España se rompe” parte de un principio falso al identificar el Estado con una Nación que a mí me parece de identidad borrosa. No en vano somos una de las zonas del mundo con mayor mestizaje histórico de lo cual, por cierto, me alegro: celtas, iberos, cartagineses, griegos, romanos, árabes, godos... un sinfín de Naciones ha pasado por aquí dejando genes y cultura, una riqueza enorme. Yo creo que si hablamos de Nación deberíamos extender el término a todos los que rodeamos el Mare Nostrum, ya que compartimos muchas más cosas que las que nos separan.
Pero tampoco cabe acudir a la Nación para defender modificaciones en el Estado. Estas modificaciones, que deben realizarse sin complejos, deben definirse con criterios de eficacia y equilibrio administrativos y económicos, no llamando a rebato a la tribu y mezclando las churras con las merinas.
Pero esto es sólo mi idea, probablemente sesgada por lo poco que me llaman las músicas militares y los pendones nacionales. Ya argumentarán ustedes las suyas.