07 enero 2011

El dudoso caso de las iniciales mortíferas

Nicholas Christenfeld, David P. Phillips y Laura M. Glynn llamaron bastante la atención hace unos años con un artículo titulado What's in a name: mortality and the power of symbols [1].
En esta publicación hicieron un estudio donde mostraban que las gente con iniciales "positivas" vivía más que las que tenían iniciales "negativas" (me enteré de este estudio por el blog colectivo Genciencia).
Lo que dijeron los autores fue nada menos que las personas con iniciales "positivas" (ACE, GOD, HUG, JOY, LIF, LIV, LOV, LUV, VIP, WEL, WIN, WOW) vivían  años más que las de iniciales "negativas" (APE, ASS, BAD, BUG, BUM, DED, DIE, DTH, DUD, HOG, ILL, MAD, PIG, RAT, ROT, SAD, SIC, SIK, UGH). Usando los archivos de certificados de defunción en el periodo 1969-1995 en el estado de California, excluyendo a los hispanos y a los negros, encontraron a 1200  varones y 533 mujeres con iniciales positivas y 2287 varones y 3512 mujeres con iniciales negativas. A continuación examinaron las muertes año por año localizando los difuntos, adjudicándolos en su caso al grupo positivo o negativo y mirando su edad.
Los resultados fueron bastante contundentes: los varones con iniciales positivas vivían 4,48 años más (P<0,0001) que el grupo de control mientras que los "negativos" morían 2,80 años antes  (P<0,0001). En el caso de las mujeres hubo también un incremento de vida de 3,36 años para las "positivas" y no hubo diferencia en las "negativas".
El estudio tuvo bastante repercusión, no por las posibles explicaciones que sugieren los autores, bastante cogidas por los pelos, sino por lo rotundo de las cifras. Hay que reconocer que si eso de que las iniciales "matan" fuera cierto, los padres tendríamos una responsabilidad muy seria a la hora de elegir los nombres de nuestros hijos por aquello de que no nos saliera un Pedro Ignacio García, por poner un ejemplo (o, alternativamente, prohibirle aprender inglés y así nunca se enteraría de nada).
El caso es que a Gary Smith y a Stilian Morrison, de la universidad de California, les pasó lo mismo que a ustedes y a mí: no acabaron de creérselo. Se pusieron a replicar el estudio y encontraron un pequeño problema en la metodología no demasiado evidente.
Por ejemplo, una variable que no se controló fue que la frecuencia de grupos de iniciales puede variar con el tiempo e influir potencialmente en los resultados generales. Este efecto se verificó y las consecuencias sobre los resultados son complejas pero se resumen en una sobreestimación de la vida media de los "positivos" debido a que la frecuencia de "negativos" aumentó un 40% entre 1969 y 1995 mientras que la de "positivos" se mantuvo sin cambios. El sesgo se debió a la forma de verificar las edades de defunción, año a año.
Smith y Morrison lo hicieron de forma que ese efecto no se produjera lo cual era simple: se mira la edad por años de nacimiento. Me parece interesante que la ausencia de efectos se probó mediante simulaciones informáticas antes de aplicar el método a los datos.
También hicieron algunos cambios en los conjuntos de iniciales sometiéndolas a votación para separar aquellos cuya percepción era más claramente positiva o negativa. Encontraron que la coincidencia con las iniciales elegidas en el trabajo original era pobre. Algunas de ellas, como LOV, LUV, SIC, UGH... ni siquiera fueron consideradas en las votaciones como positivas o negativas. A pesar de eso, las pruebas se hicieron tanto con las iniciales originales de Christenfeld como con las más ajustadas, elegidas por votación.
Les resumo los resultados: nada de nada. No existen diferencias entre "positivos" y "negativos" ni con las iniciales originales ni con las "depuradas".
El trabajo de Smith y Morrison pueden encontrarlo en este PDF o en [2].

Más allá de que las iniciales no tienen influencia demostrable en la longevidad ¿qué podemos aprender de esta historia?

  1. Que el diseño experimental es a veces difícil y que nos tiende trampas poco evidentes. En este caso, una variable que cambia con el tiempo (y que no fue controlada) ejerció una influencia sobre los resultados finales debido a la forma de hacer los recuentos.
  2. Que los resultados sorprendentes tienen mucha más publicidad que sus refutaciones y que tendemos a quedarnos con ellos simplemente porque nos llaman la atención aunque su verosimilitud sea dudosa. 
  3. Que en casos de diseño experimental complejo, unas simulaciones informáticas pueden darnos información muy valiosa sobre el comportamiento de las variables y su potencial influencia en los resultados.
  4. Que mi peculiar apellido unido a mi angélico nombre me garantiza una larga vida ya que se ha refutado la influencia de las iniciales pero no la de nombres y apellidos :-)

[1] Christenfeld, N.; Phillips, D.P.; Glynn, L.M. 1999. What's in a name: mortality and the power of symbols. Journal of Psychosomatic Research, 47(3): 241–254.
[2] Morrison, S.; Smith, G. 2005. Monogrammic determinism? Psychosomatic Medicine, 67(5): 820-824.

1 comentarios:

Nicolás dijo...

Difícil creerse un resultado como ese. Por otro lado, muy interesante lo del error en el método; me voy a guardar el estudio para leerlo bien cuando me haga de un rato libre.

Saludos.

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