03 octubre 2007

Una delgada capa

La ballena azul, el panda gigante, el lince ibérico... son estandartes de la causa conservacionista. Aún así es muy probable que tengan los años contados. Los motivos son diversos pero sobre todo hay tres: la pérdida de hábitat natural, la consanguinidad en las reducidas poblaciones y la caza furtiva o consentida.

Los estandartes son útiles pero no realmente importantes. Son unas pocas especies entre miles que sufren la misma o peor amenaza. Eso sí, algunas se parecen a peluches y nos despiertan mayor simpatía. Por ese motivo casi nadie aprecia la pérdida de otros menos "amorosos", por no hablar de grupos como arácnidos, coleópteros, anélidos...

Y en cuanto a las pérdidas de hábitat solemos pensar siempre en las selvas tropicales o en los arrecifes de coral, altamente televisivos. Pero nunca en la piel de la Tierra de la que todos, vegetales y animales, vivimos. El mayor de los hábitats terrestres.

Lo pisamos todos los días (bueno, algunos ya ni siquiera pueden). Es una delgada, muy delgada, capa que recubre la superficie terrestre y que solemos llamar suelo. Parecería que el suelo no es más que un recurso útil para soportar los cimientos de las edificaciones o el asfalto de las autovías pero claro, es algo más.

Desde los gigantescos Armillaria, los organismos más extensos del mundo, hasta una monumental y prácticamente desconocida diversidad bacteriana, las raíces de la vegetación con sus extrañas simbiosis... todo está en los suelos.

Unas cifras de esas de titular de periódico:

  • en un metro cuadrado de bosque de hayas en Europa pueden encontrarse más de 1000 especies de invertebrados (1).
  • en un gramo de suelo aparecen varios millones de bacterias pertenecientes a un par de miles de especies (2).

Entre los grupos de animales que encontramos en los suelos aparecen los hongos, bacterias y arqueas, protozoos, nematodos, ácaros, colémbolos, diplópodos, isópodos, isópteros, hormigas, oligoquetos... un sinfin de grupos que son generalmente desconocidos para la gente.

Lámina de perfiles de suelos de Kubiëna (ver al final del post)

Hemos maltratado los suelos desde siempre pero antes se hacía con más justificación: había que comer. Y aún así, las prácticas tradicionales, salvo los incendios, eran poco agresivas por la nula mecanización y la escasa fuerza que se podía aplicar a la tarea del destrozo.

Ahora es distinto, ahora se hace por puro desprecio. Preocupados por otras cosas, nuestras actividades no miran el sustrato en el que se desempeñan. Los suelos son erosionados (previa destrucción de la vegetación, otro bien irrecuperable), desestructurados (pierden su función), envenenados (vertidos, fumigaciones, abonados masivos), desecados (extracciones abusivas de agua, "saneamiento" de humedales), salinizados (técnicas de riego inadecuadas), impermeabilizados (recubrimientos de asfalto, hormigón, apisonamiento)...

Con ello se pierden las funciones que el suelo, una auténtica piel de la Tierra, realiza: retención de agua y posterior evacuación regulada, intercambio de gases, retención de carbono, depuración de compuestos tóxicos, descomposición y reciclado de materia orgánica... funciones que acabaremos echando mucho de menos.

Y el problema es que los suelos no son, en la práctica, recuperables, ya que resultan de la interacción entre la vegetación y la roca durante milenios. Por eso, cuando un suelo se destruye, no volverá a existir dentro de la escala temporal humana. Lo que perdemos cada día no lo recuperaremos.

Para finalizar, les propongo un experimento sencillo: recojan un par de paletas de tierra de una zona no muy castigada después de un par de días de lluvia. Hundan la paleta desde la superficie hasta unos 20 o 30 cm de profundidad. Depositen después la tierra, ya en casa, en un embudo y metan su extremo en un tarro de vidrio. Pongan encima una lámpara de mesa (un flexo) iluminando la superficie de la tierra desde unos 10 cm de distancia. El calor irá secando la tierra poco a poco y los organismos se moverán hacia abajo hasta caer al tarro. Les garantizo que se llevarán una sorpresa.

Y un pequeño regalo para los interesados en estas cosas: en 1954, el CSIC editó las láminas del "Atlas de perfiles de suelos" de W. L. Kubiëna. Son 22 acuarelas con 44 perfiles y sus textos explicativos al reverso. Como probablemente ya no se editará más, aquí tienen un archivo comprimido con todas las láminas escaneadas (13 Mb) en formato JPG. Si alguien quiere los ficheros en formato TIF que me escriba (son bastante más grandes).

(1) Schaefer, M. and J. Schauermann (1990). The soil fauna of beech forests: comparison between a mull and a moder soil. Pedobiologia, 34: 299-314.

(2) Torsvik, V., J. Goksøyr, F.L. Daae, R. Sørheim, J. Michalsen and K. Salte (1994). Use of DNA analysis to determine the diversity of microbial communities. In: K. Ritz, J. Dighton and K.E. Giller (eds.), Beyond the biomass: Composition and functional analysis of soil microbial communities. John Wiley and Sons, Chichester, U.K. pp. 39-48.

1 comentarios:

Hurón dijo...

Se que no tiene mucho que ver con esto, pero recuerdo una pequeña anécdota que me pasó cuando estudiaba edafología. Teníamos un extraño catálogo de colores, parecido a los de pinturas, con muestras con un agujero que ponías sobre el suelo para compararlo. Así sabías el valor exacto del color de ese suelo, uno de los factores importantes para el análisis.

Un día un científico del CSIC que estudiaba el mimetismo en los huevos de alcaravanes en Doñana, nos pidió ayuda para determinar las diferencias de color entre ellos. Quería sacar una media de estudiantes que pensábamos que tal o cual huevo era más o menos parecido a tal suelo.

Entonces le comentamos: "¿Por qué no usas la clave de colores de edafología? ¿Quizá funcione también con los huevos?". Gracias a esto consiguió un resultado mucho más exacto en su trabajo.

Quizá sea un buen ejemplo de como los conocimientos en una materia, pueden ser útiles para otra.

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