Estamos programados para morirnos. No nos lo podemos tomar a mal porque la naturaleza no nos tiene especial manía, en todo caso una indiferencia algo molesta. Pero sí podemos preguntarnos es la esencia de ese final que casi siempre llega en un momento inoportuno.
Lo primero es tal vez reseñar que el concepto de muerte aplicado a los organismos unicelulares presenta situaciones escurridizas: las células se dividen en dos y siguen cada una como una entidad aislada y completamente funcional. En este sentido no puede hablarse de que la célula original haya muerto pero tampoco de que perviva.
En nuestro caso el concepto es más claro. Somos organismos formados por 30 a 60 billones de células funcionando armónicamente. esa armonía ha conseguido crear la complejidad suficiente como para que tengamos conciencia de nostros mismos como entidad. Nuestra muerte es más la pérdida definitiva de esa conciencia que la muerte de nuestras células. Vamos a ver algunos hechos y matices interesantes partiendo de lo simple.
En principio hay dos formas de que una célula muera: la necrosis y la apoptosis.
La necrosis es una muerte celular traumática. Las quemaduras, golpes, cortes, infecciones... provocan necrosis. Las células afectadas se rompen y "derraman" su contenido lo que produce una inflamación al atraer las células del sistema inmunitario. Si la necrosis afecta a un número suficiente de células, el resultado es la muerte del organismo, nuestra muerte. Pero aunque eludamos ese final nos queda el otro.
La apoptosis es una muerte programada. Por un lado nuestras células no son inmortales, sólo pueden dividirse un número limitado de veces y, por tanto, también viven sólo un tiempo limitado. En los humanos, el número de veces que esa división puede realizarse es variable pero siempre pequeño, de 50 o menos. Esa limitación fue descubierta por Leonard Hayflick hacia 1960 y se conoce hoy como el límite de Hayflick.
Hayflick L. (1965) The limited in vitro lifetime of human diploid cell strains. Experimental Cell Research, 37: 614-636.
Podríamos desear que la división celular fuera eterna con la esperanza de que esa circunstancia nos otorgara una vida indefinida, sólo sujeta a accidentes. Y en efecto, hay células en las que eso ocurre pero no nos gustaría adoptarlas porque, lamentablemente, todas son tumorales. Las células sanas se mueren cuando les toca y gracias a eso vivimos.
En condiciones normales y en organismos pluricelulares, las células que mueren por apoptosis son sustituidas por otras procedentes de la división celular. Hay un equilibrio en la renovación y el sistema funciona. La apoptosis no ocasiona problemas como la necrosis porque las células se fraccionan y son engullidas por las células vecinas sin reacciones negativas ni inflamación.
Sin embargo, no es necesario esperar al límite de Hayflick para que una célula muera por apoptosis ya que esta se desencadena por múltiples causas, entre ellas el daño al material genético. Por ejemplo, el paso del tiempo, el envejecimiento, multiplica los errores genéticos en la reproducción celular y, por lo tanto, la frecuencia de apoptosis se incrementa. Esto es demoledor en el caso de que afecte a las células nerviosas ya que su regeneración en muy limitada. Por otra parte, si la apoptosis no se desencadena con la oportunidad o frecuencia necesarias aparecerán tumores.
Vemos que la muerte progresiva y ordenada de nuestras células no es nuestra muerte sino más bien un seguro de supervivencia. Nuestra muerte se identifica con el desmontaje del sistema, cuya complejidad nos da la conciencia de ser algo diferenciado del entorno. Perdida esa complejidad certificarán nuestro paso al estado de fiambre aunque muchos millones de células seguirán vivas durante unas horas, ignorantes de que ya no contribuyen a la causa.
Lo interesante de esto es que no hay nada estable en nosotros: casi todas nuestras células se renuevan varias veces a lo largo de la vida. Al morir de viejo nadie se parece demasiado a sí mismo de joven en sus "componentes", todo ha cambiado menos nuestra conciencia de ser los mismos. ¿Qué somos exactamente?
Por cierto, que todo lo que conocemos ahora nos señala que nuestro límite biológico a la vida que está en unos 120-125 años. Las historias sonre longevos extremos no han sido nunca comprobadas con seguridad. Sólo se han constatado una veintena de personas en el mundo que hayan superado los 110 años. En tiempos pasados es imposible saberlo por la ausencia de documentos pero no es probable que las proporciones fueran mejores.