Creo que es un sentimiento universal que la reducción del dolor es algo deseable para nosotros y contribuye a mejorar el mundo. Este objetivo tiene sus matices y no es absoluto. Hay ocasiones en las que el dolor temporal es un precio a pagar para una mejora duradera de nuestra salud: nadie diría que una luxación no deba reducirse por ser una manipulación dolorosa cuando la perspectiva es quedar impedido de forma permanente. En este sentido, también ponderamos los efectos colaterales de la reducción del dolor: poca gente estaría dispuesta a sedarse de forma permanente hasta el estad vegetativo por evitar un dolor débil o moderado ya que anteponemos vivir de forma consciente, aunque sea con sufrimiento, siempre que lo consideremos soportable. Dentro de estos balances, complicados y llenos de variaciones, creo que hay una generalización razonable con la que estaríamos de acuerdo de forma general: la reducción del dolor gratuito, innecesario, es algo "bueno" y contribuye, aunque sea en una proporción minúscula, a que este mundo sea mejor.
"El picador", grabado de la colección Génesis de tauromaquia de Eduardo Naranjo |
Quiero usar el párrafo anterior para defender la idea de que la reducción del dolor es algo deseable tanto para humanos como para no humanos. Nadie salvo un psicópata consideraría una mejora para el mundo si se pusiera de moda tener a un perro colgado por una pata, agonizando, a la entrada de nuestras casas. Todos, creo, consideraríamos "bueno" que, de repente, nadie apaleara sus animales domésticos para desahogarse por una frustración. Es cierto que la mayoría de los animales, tal vez todos, no son conscientes de que les espera su muerte pero eso solamente elimina la angustia por el futuro, no el sufrimiento físico.
Obviamente, valorar la "fiesta" de los toros como algo indeseable se deduce directamente de las anteriores reflexiones. Las "faenas" taurinas finalizan con la muerte del toro pero ese no es el problema principal sino el sufrimiento. Es cierto que hace unos cien años el espectáculo era mucho más sangriento: hasta la década de 1930, los caballos usados en el tercio de varas morían destripados en la propia plaza en una proporción de tres caballos por cada toro. Parece, sin embargo, que no fue precisamente la compasión por los caballos la causa de hacer obligatorio el peto protector, sino un suceso en el que una invitada extranjera de Miguel Primo de Rivera se vio regada por los intestinos de uno de los jacos en una corrida en Aranjuez, en el año 1928. Lo desagradable del asunto motivó que el dictador ordenara el uso de petos a partir de ese momento. Hoy vemos esos petos como algo obvio pero hubo opositores que defendían que la suerte de varas había quedado devaluada y se había perdido la autenticidad.
"La cogida", grabado de la colección Génesis de tauromaquia de Eduardo Naranjo |
Las corridas de toros son una tradición centenaria, con orígenes aún más antiguos, pero este hecho no es una justificación para que se perpetúe. Muchas costumbres han sido erradicadas debido a que actualmente hay gente más sensible al sufrimiento, aunque sea de animales. En cada corrida, seis toros son heridos reiteradamente mediante picas, arpones y espadas hasta que mueren debido a las heridas y la pérdida de sangre. Incluso una suerte de matar bien ejecutada tiene por objetivo seccionar la aorta para provocar una hemorragia interna masiva. Es un sufrimiento que solo tiene su justificación en el placer que tienen los espectadores viendo el espectáculo. Es cierto que el incentivo de esos espectadores no es ver el sufrimiento sino la habilidad, estética y adaptabilidad del torero en la ejecución de su faena. El punto clave, a pesar de esto, es que ese sufrimiento se produce.
Los argumentos a favor de la tauromaquia son diversos aunque los más habituales se refieren a que forman parte de la cultura, que son una tradición centenaria y que se trata de un arte. No se niega el sufrimiento pero se propone que todo lo anterior son valores positivos y que, en conjunto, serían suficientes para justificar el espectáculo. Desde mi punto de vista esos planteamientos no son correctos. La ablación es una tradición centenaria (milenaria) y forma parte de la cultura de los países donde se realiza pero es absolutamente rechazable según nuestra manera de ver las cosas. La antigüedad y la tradición no son, por tanto, propiedades necesariamente positivas (ni negativas) y su existencia no es condición suficiente para perpetuar ninguna costumbre.
Creo que las corridas de toros desaparecerán más pronto que tarde. Las sociedades cambian y, al menos las nuestras, se hacen menos indiferentes ante este tipo espectáculos. Otros, como las peleas de perros están prohibidas en España, los enfrentamientos de otros animales parecen haber desaparecido, las peleas de gallos son ilegales salvo en algunos lugares de Andalucía y Canarias (¡alegando la costumbre o tradición!). Hubo épocas en las que ver la arena de los cosos teñida de sangre era común. Hoy, de esos espectáculos cruentos sólo está legalmente extendida la tauromaquia. También hubo épocas en las que la gente se reunía en la plaza mayor para ver las ejecuciones, frecuentemente realizadas con la mayor crueldad. Hoy eso se nos haría insoportable. Espero que en breve, lo antes posible, las corridas de toros caigan en el olvido o queden registradas como un espectáculo que hubo, durante unos siglos, en algunos países donde torturar un animal para diversión del "respetable" era considerado de "interés cultural".
Nota: he escrito este post a causa de una discusión estos días atrás. Hay otros blogs donde este mismo tema se ha discutido ampliamente pero con énfasis en otras cuestiones, como la naturaleza de los derechos de los animales. A mí ese enfoque no me parece correcto: no importa si concedemos derechos a los animales (a fin de cuentas los derechos no existen por sí mismos, sólo son un convenio social), lo que importa es tender a la reducción del sufrimiento innecesario, sea nuestro o ajeno. Todo sin excesivos aspavientos pero con claridad y firmeza.