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05 marzo 2012

Vacunas y autismo, una relación inventada

Estos días vuelve a la escena el supuesto problema de las vacunas y sus consecuencias para la salud infantil. Traigo un post de hace dos años, modificado y completado, que escribí cuando la revista The Lancet retiró el artículo que había dado origen a todo, publicado nada menos que en 1998 y titulado Ileal-lymphoid-nodular hyperplasia, non-specific colitis, and pervasive developmental disorder in children. En ese artículo se relacionaba (o no, veremos después) la vacuna triple vírica con el autismo. Diez de los trece firmantes ya se habían desvinculado del trabajo años atrás (¿por qué habían firmado?) y los tres restantes fueron sometidos a una investigación.

Sus problemas comenzaron cuando en el año 2004 un periodista se puso a rebuscar y denunció que los niños participantes en el estudio habían sido seleccionados por los abogados de una pareja que quería demandar a los fabricantes de la vacuna triple vírica. Estos mismos abogados también habían contratado al autor principal, Andrew Wakefield, para confirmar la relación entre la vacuna y la enfermedad.

A raíz de esas denuncias, el General Medical Council de Gran Bretaña inició una investigación cuyas conclusiones se hicieron públicas muy tarde, a finales de 2010. Se verificaron problemas de tipo diverso que llevaron a concluir que la conducta de Wakefield había sido "deshonesta e irresponsable". El artículo original aún puede encontrarse, por si alguien tiene curiosidad, aquí sin figuras o aquí completo en formato PDF.

The Lancet es una de las revistas médicas más importantes del mundo, con un factor de impacto de 28, y también una de las más antiguas ya que fue fundada en 1823.
Leyendo el artículo me llama la atención la enorme repercusión que tuvo (motivó un fuerte descenso en la vacunación en Gran Bretaña y sirvió de argumento para grupos antivacunación en los EE.UU. donde este movimiento es bastante potente). El motivo de mi asombro es, sobre todo, porque el artículo presenta problemas de fiabilidad enormes. Por ejemplo, el número de niños que fueron examinados: doce. Sí, doce, once de ellos varones y una chica, con edades entre los 3 y los 11 años. Se supone que estos chicos aparecieron por el servicio de gastroenterología con una historia similar: habían tenido un desarrollo normal inicial y una fuerte regresión posterior (que incluía la pérdida del lenguaje) junto con diarrea y dolores abdominales. Los niños fueron sometidos a un montón de pruebas: colonoscopias, biopsias, resonancias magnéticas, electroencefalografías, punciones lumbares... A partir de eso, los autores concluyeron en su artículo (ahorro un par de párrafos no relacionados con el autismo; los enlaces y las cursivas son míos):
La aparición de los síntomas de comportamiento estuvo asociado, según los padres, con la vacuna del sarampión, paperas y rubeola en ocho de los doce niños, con una infección de sarampión en uno más y con una otitis en otro. Los desórdenes de comportamiento incluyen autismo (en nueve de los niños), psicosis desintegrativa (en uno) y una encefalitis, posiblemente postviral o postvacunación. 
Y en la discusión se dice lo siguiente:
No podemos probar la asociación entre la vacuna y el síndrome descrito. Hay estudios virológicos en marcha que pueden ayudar a resolver este asunto. Si hay una relación causal entre la vacuna y el síndrome podría constatarse una creciente incidencia de este tras la introducción de la vacuna en UK en 1988. Las publicaciones existentes son insuficientes para demostrar cambios en la incidencia o en una relación con la vacuna.
Y ya está. Eso es todo. Visto hoy es incomprensible el impacto del artículo en la sociedad por varios motivos. El primero es que el estudio se hace con una muestra minúscula desde cualquier punto de vista y además claramente sesgada, no aleatoria. El segundo es que en el artículo no aparece ninguna evidencia de asociación entre la vacuna y los síntomas infantiles. El tercero es que la sospecha de la relación causal vacuna-autismo viene exclusivamente de "impresiones" de los padres.
¿Por qué publicó una revista como The Lancet un trabajo que, a todas, luces, era deficiente?

En la investigación tras la denuncia del periodista aparecieron otros detalles inquietantes. Por ejemplo, en el artículo se afirma que los problemas de los niños comenzaron unos días después de recibir la vacuna, pero una revisión de los archivos del hospital reveló que varias de las familias habían comunicado los problemas antes de la fecha de vacunación. También se encontró que parte de los fondos fueron utilizados para fines diferentes de los declarados (aunque no para lucro personal), motivo por el cual la conducta de Wakefield se declaró "dishonest" y "misleading". Finalmente, se confirmó que los niños fueron sometidos a pruebas invasivas cuya justificación era dudosa y para algunas de las cuales Wakefield carecía del preceptivo permiso de la comisión de ética de su institución. Lamentablemente, la comisión investigadora también llegó a la conclusión de que Wakefield manifestó una "total indiferencia por el sufrimiento y el dolor que sabía o debería haber sabido que los niños podían sufrir" con ese pruebas.

Acabemos, mucho más brevemente, con una segunda noticia sobre otro trabajo titulado Independent and dependent contributions of advanced maternal and paternal ages to autism risk. Aquí han utilizado una muestra "algo" más amplia: 4 947 935 casos. Teniendo en cuenta que la prevalencia del autismo es baja, esta muestra parece algo más adecuada que la anterior. Los autores, de la Universidad de California, hicieron un seguimiento de esos casi 5 millones de niños desde su nacimiento encontrando con algo más de doce mil manifestaron síntomas de autismo. Los resultados más importantes fueron que se encontró una relación entre las edades de los padres y la prevalencia del trastorno. En concreto, la edad materna está asociada con el riesgo de tener un niño autista, mientras que la edad del padre lo está solamente cuando la madre es mayor de 30 años. El riesgo crece rápidamente, un 18% por cada cinco años de edad materna.

El autismo sigue siendo un trastorno de causa desconocida y además hay una discusión sobre si su incidencia está o no creciendo o, en su caso, hasta qué punto. Algunos estudios afirman que la prevalencia del trastorno se ha multiplicado por diez en la última década en EE.UU. Otros indican que este crecimiento es un efecto de que el diagnóstico no se hace siempre con criterios coherentes, que estos no son fáciles de aplicar y que actualmente se incluyen bajo dicha denominación cuadros que antes no se consideraban. A falta de mejores cifras, me quedo con las de la OMS:
La prevalencia del autismo varía considerablemente en función del método de identificación de los casos, oscilando entre 0,7 y 21,1 por 10 000 niños (mediana de 5,2 por 10 000), mientras que la prevalencia de trastornos del espectro autístico se calcula que es del orden de 1 a 6 por 1000.
Lamentablemente, la desidia y la resistencia a la vacunación dejan ver sus efectos en España, donde vacunarse es un derecho y no una obligación. El resultado es el resurgimiento de algunas infecciones víricas como el sarampión, perfectamente prevenibles. Como argumento gráfico les dejo la evolución del sarampión en los EE.UU. en las últimas décadas.

La vacuna contra el sarampión comenzó a administrarse en 1964 en EE.UU (la licencia se obtuvo en 1963).
El número de casos está expresado en miles.
La viruela se declaró erradicada del mundo en 1980. El sarampión podría también ser erradicado ya que los humanos somos el único reservorio del virus. Lamentablemente habrá que esperar a que un grupo de irresponsables se entere del daño que está haciendo. Sobre su dimensiones, la OMS comenta que en el año 2008 el sarampión provocó unas 164000 muertes, la mayoría de niños:
En los países en desarrollo, entre el 1% y el 5% de los niños con sarampión mueren a causa de las complicaciones provocadas por la enfermedad. Esta tasa de mortalidad puede ascender hasta el 25% entre las poblaciones desplazadas, malnutridas y con acceso deficiente a la atención de salud. El sarampión puede ocasionar también graves complicaciones de salud como neumonía, encefalitis, diarrea aguda y ceguera.
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