La cuestión se pone aún más inquietante cuando esos mínimos recuerdos que nos llegan ni siquiera son fieles, sino distorsiones introducidas por el tiempo y por nuestras propias sensaciones y deseos. El hecho real se perdió, nos queda apenas un montaje teatral, esquemático y sesgado, que recreamos cada vez que lo recordamos. El recuerdo, traído al presente, nunca vuelve intacto a la memoria: o se añade algo o algo se pierde, sea en el hecho mismo o en el escenario en el que se produjo. Son más lo que queremos que sean que lo que realmente fueron.
Este verano voy a iniciar un experimento mínimo. He comprado una pequeña cámara de grabación continua y pretendo usarla, ya veremos hasta qué punto, en las visitas y desplazamientos. Luego haré una selección, eliminando una parte. O no, quién sabe. El caso es que hoy daría mucho por poder rehacer un paseo por Argos, por vernos de nuevo en las cenas del verano de Nauplia o, sin ir tan lejos, volver a pasear por Pome o por Angón o descender a toda velocidad por los pedreros del Mampodre.
Es cuestión de tiempo que llevemos una cámara minúscula encima con la que amplificar la memoria, con la que fijar el tiempo que pasa. Luego podremos conservar el recuerdo o condenarlo al olvido, como hacemos hoy, sin tener otra opción, con ese casi cien por cien de lo que nos pasa. Tal vez eso, cuando ocurra, tenga un efecto secundario que podría ser más importante que la propia memoria: cuando nos demos cuenta de que borramos el 99% de lo que hemos grabado cada día por considerarlo intrascendente hasta para el recuerdo, demos más importancia al tiempo que transcurre y a aprovecharlo con experiencias dignas de ser conservadas.
Playa de Buelna, Llanes, invierno de finales de los 80. |
2 comentarios:
¿Cumpliste con lo que te proponías hacer?
Sí aunque solo en las vacaciones, aún repaso algunas cosas de vez en cuando, como hago con las fotografías viejas.
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