Acabo de escuchar un debate en la radio sobre incoherencia y se me ha ocurrido improvisar cuatro líneas al respecto. Por adelantar mi primera conclusión, aunque parezca extraño, creo que hay muy poca gente incoherente, si es que la hay.
Ya comenté en otro momento que tenemos un gran banco de datos en nuestro cerebro fruto de la experiencia, la reflexión (poca o mucha, da igual) y la lectura o el estudio, entre otras cosas. Este banco de datos no son sólo hechos, sino también reglas, modelos, hipótesis... Tener esta herramienta nos permite tomar decisiones valorando múltiples factores y múltiples objetivos simultáneamente. Nuestra vida transcurre así, tomando decisiones de forma continua ante lo que nos pasa día a día. Si llamamos coherencia a aceptar y actuar de acuerdo con esas decisiones, que consideramos las mejores, considero casi imposible que resolvamos hacer algo que no creamos lo más adecuado, es decir, somos coherentes.
El problema viene, creo, de que confundimos la coherencia con observar reglas inmutables que deben respetarse con independencia de las circunstancias. Yo creo que el concepto puede abordarse de forma diferente.
Un ejemplo clásico es el médico que, mientras fuma, te dice que fumar es malo. Eso, para mí, no es incoherencia. En efecto, él te está dando una información correcta de acuerdo con lo que sabe pero, sin embargo, parece no aplicarse a sí mismo. ¿Cuál es la explicación? Creo que lo que pasa es que el médico, a la hora de decidir sobre fumar o no fumar, ha tomado una decisión basada en varios factores, no sólo en su salud (las decisiones rara vez son unifactoriales). Los otros pueden ser el placer que le da fumar y la dificultad que le supondría superar la adicción, por ejemplo. Otro factor, esta vez en contra, podría ser el coste económico de fumar. Ante estos factores, decide que, al menos por el momento, seguirá fumando. No ignora el daño a largo plazo, por supuesto, pero valora más el beneficio (placer) a corto. Advertirte a ti del peligro es su forma de introducir ese factor en tu sistema de decisión para que luego llegues a tu conclusión, la que sea, con la información adecuada (es también su obligación como profesional). Él ha tomado la suya y si ha valorado y ponderado los factores (aunque sea erróneamente), esa decisión es coherente.
Otro ejemplo es que yo defiendo respetar los límites de velocidad en la carretera. Y claro, no sólo lo defiendo, sino que lo creo, y como soy coherente, circulo siempre dentro de esos límites. Eso no fue obstáculo para que un día, hace un par de años, fuera a Sevilla superando holgadamente los 120 km/h de la autopista. ¿Qué pasó? Pues que nos retuvo un atasco a la salida de Mérida durante casi media hora y teníamos que llegar a un examen. Aquí el sistema de toma de decisiones usó las circunstancias del momento, no habituales, y el llegar a tiempo pesó más que los límites establecidos (y que yo, insisto, respeto porque creo que debo hacerlo).
En consecuencia: coherencia no es hacer siempre lo mismo, en toda circunstancia, sino hacer lo que consideras adecuado o "bueno" en función de los escenarios o circunstancias. Eso, obviamente, puede llevar a actuar de formas diferentes pero no necesariamente incoherentes. Respetar la velocidad será habitualmente lo que haga porque en circunstancias normales creo que es lo adecuado, pero eso no quita para que haya excepciones y ahí lo coherente, porque lo ves como opción idónea, sea llegar al examen.
Otro problema en esta discusión es que comúnmente y por error o mala interpretación, llamamos incoherencia a algo que no lo es.
El caso de Pablo Iglesias es de lo más comentado esta temporada: tras criticar en el año 2012 la compra de una propiedad por parte de Luis de Guindos (dice su tuit "¿entregarías la política económica de un país a quien se gasta 600.000 € en un ático de lujo?"), él hace algo similar en el 2018. Esto, en mi opinión, no manifiesta incoherencia sino falsedad, que es algo bastante diferente. Todo apunta que el tuit transmite un mensaje ideológico que realmente él no asume: lo escribió con el objetivo de vapulear a un personaje de un partido diferente y ganar crédito entre los que se podían sentir identificados con una posición ideológica en la que él no se integra. Obsérvese que yo no hablo sobre la ética de las compras, sino sobre las declaraciones hechas públicamente con suposición de veracidad.
Por no centrarme sólo en este ejemplo, ahora estamos asistiendo a las fintas y contorsiones que casi todos los partidos hacen para apuntarse o no a la moción de censura que presenta el PSOE contra el PP. ¿Son incoherentes los partidos que no se apuntan a pesar de autodefinirse en contra de la corrupción? Estoy seguro de que no, de que lo que pasa es que ese factor pesa muy poco en la estrategia de los partidos. Queda bien su mención porque la gente está sensibilizada con el tema de la corrupción y sería perjudicial no subirse al carro de la virtud, pero hay otro factor muy por encima de ese: la conveniencia política en cada momento. Hay partidos que prefieren mantener este gobierno durante un tiempo porque consideran que eso será beneficioso para ellos a medio plazo y ese, al final, es el bien mayor desde su punto de vista y desde su sistema de decisión. Es decir, falsedad (a la hora de criticar la corrupción de forma absoluta y sin matices) más que incoherencia, mensajes rotundos (porque venden) a sabiendas de que habrá que obviarlos cuando se presente un escenario donde el objetivo entra en contradicción con las declaraciones de moralidad.
Como resumen, tres conclusiones: 1) la incoherencia "privada" (de nosotros con nosotros mismos) no existe o es rarísima, 2) la aparente incoherencia "pública" (declaraciones dirigidas a los demás) suele ser, más bien, un indicador de falsedad y de mentira y 3) el pecado no es su incoherencia, es nuestra credulidad.
27 mayo 2018
04 marzo 2018
El arte como creación de escenarios
Hace unos meses escuché una entrevista con un escritor de ciencia ficción. Nada memorable en general, pero hubo un par de frases que me llamaron la atención. Más o menos, decía que había pasado de escribir novela convencional a novela de ciencia ficción cuando se dio cuenta que en la primera podía crear personajes, inmersos en un mundo similar al real, pero que en la segunda podía crear universos, gigantescos escenarios donde nada tenía que someterse a lo que ocurre en nuestras vidas reales.
Toda creación humana que pueda ser considerada como "arte" no es más (ni menos) que la construcción de un escenario. En este contexto, un escenario es un modelo más o menos parecido a la realidad con unas referencias que nos orientan para su interpretación. Ese escenario, como modelo, es una simplificación donde sólo cabe contemplar unas pocas variables; el famoso comienzo de “Cien años de soledad” nos sitúa en un escenario donde las principales claves se dan explícitamente en las primeras frases. Luego, algunas partes de ese escenario se detallan y evolucionan mientras que otras se quedan de fondo, dando atmósfera a la narrativa, sin entrar en pormenores innecesarios que puedan distraer de lo fundamental.
Creo que uno de los dos principales factores para apreciar la calidad del arte es, precisamente, la habilidad para crear ese escenario, eliminando lo accesorio, mostrando los factores necesarios para permitir que el objetivo general del arte se cumpla: que el observador se meta en el escenario y con ello, se despierten sus reacciones (personales y a veces únicas) a una situación expresamente construida para ello.
Los escenarios se construyen llamando a todos los sentidos, a veces aislados, como en la música, que se escucha, o en la pintura y fotografía, que se ven. Otras veces, como en el cine, las herramientas son más abundantes.
La literatura fue históricamente la faceta del arte donde era más inmediato integrarse en el escenario ya que se describe con el lenguaje, una herramienta explícita y con la que es fácil llegar al lector. El cine superó ampliamente las posibilidades de la escritura al integrar la visión que en la literatura sólo podemos confiarlas a la capacidad de recreación del lector.
El segundo de los factores son las referencias que se dan al observador para que pueda integrarse en el escenario. Estas referencias han sido usadas en la definición de estilos: del realismo a la abstracción puede haber tanto un cambio en la selección de referencias como en las convenciones necesarias para entenderlas. El mal arte probablemente depende menos de la calidad técnica en el manejo de recursos (siempre deseable, a pesar de todo, para que no sea un lastre) que de la incapacidad para generar las referencias comprensibles: hay espectadores que no son capaces de meterse en según qué escenarios, pero también hay artistas que no saben diseñar las referencias que ayudan a la integración. Algunas de estas son constantes o invariantes culturales, muy comunes en mucha gente, incluso sin interés especial por el arte: la sensibilidad y la respuesta a algunas bases rítmicas son universales, lo mismo que algunas escalas cromáticas o ciertas proporciones de las formas. Otras son tan difíciles de aprehender que la obra artística resulta fallida en cuanto al objetivo de integración del observador. En mi caso particular, la música atonal o la pintura de Kazimir Malévich son buenos ejemplos.
Esto nos lleva a reconocer que la experiencia en la observación de arte y la educación específica son valiosas en el sentido de ampliar los referentes con los que podemos abordar una obra, sea novela, pintura, escultura o videoclip. Según vemos, leemos y observamos, nuestra trama cognitiva se hace mayor y más compleja y tenemos más datos y herramientas para integrarnos en el mundo creado de una obra artística. Sin embargo, la recíproca también es cierta: el artista debe igualmente observar, aprender y educarse en la creación, así como en la destreza con el uso de sus instrumentos: luz, pinceles, guitarras o gubias. La creación se dificulta menos cuando los problemas técnicos han sido superados y el esfuerzo se dedica a construir la obra con solvencia y, sobre todo, manejando los referentes que serán el nexo con el observador.
Toda creación humana que pueda ser considerada como "arte" no es más (ni menos) que la construcción de un escenario. En este contexto, un escenario es un modelo más o menos parecido a la realidad con unas referencias que nos orientan para su interpretación. Ese escenario, como modelo, es una simplificación donde sólo cabe contemplar unas pocas variables; el famoso comienzo de “Cien años de soledad” nos sitúa en un escenario donde las principales claves se dan explícitamente en las primeras frases. Luego, algunas partes de ese escenario se detallan y evolucionan mientras que otras se quedan de fondo, dando atmósfera a la narrativa, sin entrar en pormenores innecesarios que puedan distraer de lo fundamental.
Contrastes, enfrentamiento cromático, proporciones... un escenario creado por Alfredo Oliva en https://eyeshotstreetphotography.com/alfredo-oliva/ |
La literatura fue históricamente la faceta del arte donde era más inmediato integrarse en el escenario ya que se describe con el lenguaje, una herramienta explícita y con la que es fácil llegar al lector. El cine superó ampliamente las posibilidades de la escritura al integrar la visión que en la literatura sólo podemos confiarlas a la capacidad de recreación del lector.
El segundo de los factores son las referencias que se dan al observador para que pueda integrarse en el escenario. Estas referencias han sido usadas en la definición de estilos: del realismo a la abstracción puede haber tanto un cambio en la selección de referencias como en las convenciones necesarias para entenderlas. El mal arte probablemente depende menos de la calidad técnica en el manejo de recursos (siempre deseable, a pesar de todo, para que no sea un lastre) que de la incapacidad para generar las referencias comprensibles: hay espectadores que no son capaces de meterse en según qué escenarios, pero también hay artistas que no saben diseñar las referencias que ayudan a la integración. Algunas de estas son constantes o invariantes culturales, muy comunes en mucha gente, incluso sin interés especial por el arte: la sensibilidad y la respuesta a algunas bases rítmicas son universales, lo mismo que algunas escalas cromáticas o ciertas proporciones de las formas. Otras son tan difíciles de aprehender que la obra artística resulta fallida en cuanto al objetivo de integración del observador. En mi caso particular, la música atonal o la pintura de Kazimir Malévich son buenos ejemplos.
A pesar de los milenios, algunas obras son comprendidas y apreciadas a través de la evolución cultural (imagen del Museo de Altamira y D. Rodríguez, licencia CC BY, Wikimedia Commons). |
06 noviembre 2017
Lectura benevolente.
Ante un duelo dialéctico se puede optar por estrategias diversas. Hace tiempo que tengo apuntado escribir una nota mínima sobre una de ellas: la lectura benevolente. Hoy me he decidido por quitarme ese apunte del medio de una vez y porque los debates (por llamarlos de algún modo) de estos meses parecen indicar que ese concepto se ha olvidado.
Imaginaos que tras una catástrofe natural leeis: “el terremoto no es el problema, el problema es la corrupción que impide que la ayuda llegue”. Ante esa afirmación cabe reaccionar al menos de dos formas. En la primera, la más inmediata, clasificamos al tipo como imbécil porque es obvio (imaginemos el contexto) que, si no hay terremoto, no hay necesidad de ayuda y la corrupción es, en este caso, irrelevante. Según esta interpretación, el autor de la frase carece de razón y de lógica e, incluso, parece estar quitando importancia al terremoto que posiblemente ha dejado cientos de muertos: encima, un insensible.
La segunda forma de lectura es diferente: entiendo que el tipo no quiere quitar importancia al terremoto y no se le escapa que es la causa principal del problema, pero quiere enfatizar que la corrupción añade daños al resultado generando una situación aún más lamentable por lo evitable. La frase original no es afortunada, pero si somos benevolentes en nuestra lectura, podemos suponer qué quiere decir realmente de forma que esa persona se salva de la descalificación instantánea.
La lectura benevolente muestra flexibilidad ante los errores de comunicación del otro y suaviza los errores de interpretación propios. Lo difícil es que hay que tener generosidad para aplicarla y eso va, frecuentemente, en contra del pensamiento fácil, de las sentencias de ejecución inmediatas, de la descalificación absoluta que reafirma nuestras ideas.
Recuerdo hace unos años en un debate en un blog donde, en cierto momento, me equivoqué en una preposición que cambió parcialmente el sentido de la frase. Mi contrincante gritó (virtualmente) feliz: ¡te pillé! ¡has dicho X con lo que te contradices de todos tus argumentos anteriores! Fue inútil decirle que no, que no sólo no había querido decir X sino que, precisamente porque contradecía mis argumentos anteriores, debía darse cuenta de que había sido un error de redacción fácilmente explicable. La lectura benevolente hubiera llevado a esa persona a admitir la posibilidad de que yo me hubiera equivocado realmente al teclear tres letras y que con pedirme explicaciones se aclararía el asunto, pero no fue así.
¿Cuál es el problema de la lectura benevolente? Que es difícil porque, obviamente, exige esa virtud escasa: la benevolencia. Admitir que esto que estoy escribiendo se puede redactar de mil formas y que todas son distintas, que algunas pueden no entenderse bien, que a veces no estamos inspirados o concentrados como para hacer del lenguaje un vehículo de comunicación optimizado, exige generosidad y algo de “respeto preventivo” al adversario. Nada que abunde hoy.
Imaginaos que tras una catástrofe natural leeis: “el terremoto no es el problema, el problema es la corrupción que impide que la ayuda llegue”. Ante esa afirmación cabe reaccionar al menos de dos formas. En la primera, la más inmediata, clasificamos al tipo como imbécil porque es obvio (imaginemos el contexto) que, si no hay terremoto, no hay necesidad de ayuda y la corrupción es, en este caso, irrelevante. Según esta interpretación, el autor de la frase carece de razón y de lógica e, incluso, parece estar quitando importancia al terremoto que posiblemente ha dejado cientos de muertos: encima, un insensible.
La segunda forma de lectura es diferente: entiendo que el tipo no quiere quitar importancia al terremoto y no se le escapa que es la causa principal del problema, pero quiere enfatizar que la corrupción añade daños al resultado generando una situación aún más lamentable por lo evitable. La frase original no es afortunada, pero si somos benevolentes en nuestra lectura, podemos suponer qué quiere decir realmente de forma que esa persona se salva de la descalificación instantánea.
La lectura benevolente muestra flexibilidad ante los errores de comunicación del otro y suaviza los errores de interpretación propios. Lo difícil es que hay que tener generosidad para aplicarla y eso va, frecuentemente, en contra del pensamiento fácil, de las sentencias de ejecución inmediatas, de la descalificación absoluta que reafirma nuestras ideas.
Recuerdo hace unos años en un debate en un blog donde, en cierto momento, me equivoqué en una preposición que cambió parcialmente el sentido de la frase. Mi contrincante gritó (virtualmente) feliz: ¡te pillé! ¡has dicho X con lo que te contradices de todos tus argumentos anteriores! Fue inútil decirle que no, que no sólo no había querido decir X sino que, precisamente porque contradecía mis argumentos anteriores, debía darse cuenta de que había sido un error de redacción fácilmente explicable. La lectura benevolente hubiera llevado a esa persona a admitir la posibilidad de que yo me hubiera equivocado realmente al teclear tres letras y que con pedirme explicaciones se aclararía el asunto, pero no fue así.
¿Cuál es el problema de la lectura benevolente? Que es difícil porque, obviamente, exige esa virtud escasa: la benevolencia. Admitir que esto que estoy escribiendo se puede redactar de mil formas y que todas son distintas, que algunas pueden no entenderse bien, que a veces no estamos inspirados o concentrados como para hacer del lenguaje un vehículo de comunicación optimizado, exige generosidad y algo de “respeto preventivo” al adversario. Nada que abunde hoy.
14 octubre 2017
Fotografía de monedas
Aunque la fotografía numismática incluiría formalmente otros objetos, asumiré que hablamos exclusivamente de monedas de metal, cuya historia es ya bastante extensa, con probable origen en el siglo VI a.C.
Por el tamaño de los objetos, las técnicas usadas se encuadran dentro de la macrofotografía y algunos de los problemas son los clásicos dentro de esta disciplina como la escasa profundidad de campo. Otros son específicos y derivados de la naturaleza del objeto, a veces muy reflectan-te, lo que aconseja técnicas de iluminación adecuadas.Los objetivos de la fotografía numismática son los mismos que cualquier foto documental: buen detalle del objeto y una razonable fidelidad al color.
La imagen de abajo muestra el montaje para realizar este tipo de fotos y creo que es un comienzo adecuado para ir comentando los detalles de la toma.
Fotografiando monedas. |
Cámara
La cámara que aparece en la foto es una Pentax 645Z de formato medio pero usamos también una Nikon D7000. La principal diferencia es el tamaño del sensor, que suele condicionar el número de píxeles de la imagen resultante. La Pentax tiene un sensor de 43.8 x 32.8 mm con 51 Mpx (imagen de 8256 x 6192 píxeles) y la Nikon de 23.6 x 15.7 mm con 16 Mpx (imagen de 4928 x 3264 píxeles). Lógicamente, a mayor número de píxeles, mayor es la resolución de la imagen si el objeto ocupa la misma superficie sobre el sensor. Para hacernos una idea, si una moneda de un euro mide 25 mm de diámetro, podríamos tener una resolución de 0.004 mm con la Pentax y de 0.008 mm con la Nikon, aproximadamente.La realidad es que hay otros factores que no permiten llegar ni por asomo a este nivel de detalle: movimiento de la cámara, calidad del objetivo, efecto del valor de diafragma sobre la aberración óptica, perfección del enfoque, profundidad de campo, trepidación debida al espejo...
Uno más, no muy conocido, es el llamado filtro anti-aliasing, que incorporan casi todas las cámaras. Este filtro se incluye para reducir el efecto moiré ante patrones geométricos repetitivos pero tiene un efecto secundario de importancia: degrada la imagen. ¿Hasta dónde llega esta degradación? Es difícil localizar información técnica sobre esto, pero algo he encontrado: en la imagen siguiente puede verse un punto luminoso aislado sobre el sensor sin filtro AA (izquierda) y con filtro (derecha).
Efecto del filtro anti-aliasing en la nitidez sobre el sensor. |
Objetivo
El objetivo de la imagen es un Pentax macro de 120 mm con una relación de ampliación máxima de 1:1. La calidad del objetivo es otro factor crítico en este tipo de fotografía por lo que, en su momento, se buscó uno de focal fija, macro y para el cual la cámara integra la corrección óptica automática de la imagen (aunque esto no es muy importante en este caso). Cuando se usa la cámara Nikon, el objetivo es un Tokina macro de 100 mm con una relación igualmente 1:1.Es sabido que la aberración cromática de los objetivos aumenta con diafragmas abiertos y, por otro lado, que los problemas derivados de la difracción son mayores con diafragmas cerrados. Ambos efectos, aunque diferentes, penalizan la nitidez de la imagen. Hemos hecho pruebas fotografiando patrones muy contrastados y de bordes nítidos y hemos visto que los valores óptimos están en el rango f:8 a f:11 en ambos objetivos, aunque son perfectamente aceptables hasta f:16 (con lo que ganaríamos profundidad de campo).
Soporte
La cámara está en posición vertical sobre un soporte que algunos reconocerán como una ampliadora de las de antes. Las ventajas son obvias: no hace falta comprar nada nuevo, el soporte es sólido y la regulación de altura se hace con una manivela de ajuste bastante fino. Lo único que hemos hecho ha sido un nuevo taladro para colocar la columna en una esquina.Iluminación
A la derecha, sobre la mesa, se puede ver un flash. No es nada muy sofisticado, un Yongnuo YN-560 II que solo tiene un contacto para el disparo y solo puede usarse en modo manual, no TTL.La iluminación, en general, se puede hacer de bastantes formas, entre las cuales destacan los focos o paneles de luz continua y los flashes. ¿Por qué usar flash en vez de paneles LED, por ejemplo? La principal razón es la calidad de la luz; hemos medido la distribución de frecuencias de emisión de varias fuentes de luz (gracias a PJP, de física) y, como era sabido, la más plana y que cubre un amplio rango de longitudes de onda es la de las lámparas de xenón del flash. Aparte, es un trasto pequeño y manejable y cuya intensidad es regulable desde la máxima potencia hasta un mínimo de 1/128, algo que usaremos según el color y la reflectividad de la moneda.
Aunque la foto está tomada con la luz ambiente de la habitación, la toma real se realiza a oscuras (o casi) para que sea sólo la luz del flash la que ilumine el objeto. La sincronización se hace con dos disparadores Yongnuo RF-603N, uno en la cámara y otro en el flash, con lo que no es necesario usar cable.
Puede llamar un poco la atención la posición del flash y el artilugio donde está la moneda. Se trata de un sistema de iluminación denominado “axial”. El objetivo es que la luz llegue a la moneda como si se emitiera desde el eje óptico de la cámara (no valen los flashes anulares). Para ello se dispone un vidrio delgado (y limpio) a 45º sobre la moneda y se ilumina de forma que parte de la luz se refleje hacia la misma. Otra parte, lógicamente, atraviesa el vidrio y no tiene efecto sobre la foto. Hace falta otro elemento que actúe de barrera para que el flash no incida directamente sobre la moneda (un rectángulo negro de plástico que se ve entre la moneda y el flash). Esta forma de iluminar es adecuada para monedas muy brillantes. Las otras monedas se iluminan sin el vidrio y poniendo un difusor al flash pero colocando éste como si la luz llegara por la parte superior derecha de la moneda (en la foto, más o menos donde está el mando del disparador por cable).
Buscando la estabilidad
Además de estar fija en un soporte estable, se usan parámetros en la cámara intentando mantenerla inmóvil y sin trepidación. Por un lado, se usa el modo de bloqueo del espejo y se dispara, bien mediante cable, bien conectando la cámara a un ordenador.Cuando trabajamos con la Nikon, la cámara se conecta al ordenador con un cable USB para manejarla mediante la aplicación de código abierto digiCamControl. Con Pentax esto no es posible ya que parece que sólo existe un complemento para Adobe Lightroom muy elemental solo permite disparar la cámara (nos interesa, al menos, cambiar los valores del diafragma).
Cuando no se usa el ordenador, el disparo se realiza mediante cable (puede verse en la parte trasera izquierda de la foto) en dos pasos: espejo arriba y, un par de segundos después, disparo de cámara y flash. El cable permite no tocar la cámara y evita moverla accidentalmente.
Posición y fondo
La moneda se levanta un par de cm por encima del fondo mediante un pequeño soporte para que éste quede fuera de foco. El fondo puede ser de cualquier color; a mí me gusta negro, pero hay muchas fotos perfectas con fondos blancos o grises. El problema de usar directamente un fondo negro es que en el postproceso no suele quedar uniforme y se hace necesario hacer una máscara y oscurecerlo o colorearlo. Aunque esto es posible, una máscara que separe con exactitud la moneda del fondo no es fácil de hacer, especialmente con monedas oscuras. Para solucionar el problema se puede usar, como se ve en la imagen, un fondo de un color que no esté presente en la moneda y que se llama en inglés chroma key. Se trata de usar un color que pueda ser fácilmente aislado en el postproceso y sustituido por otro color. La máscara se hace en Photoshop con la herramienta “selección por color” y se cambia la zona pintando con el color que se quiera. Aunque la iluminación del fondo no es tan crítica como en cine, hay que asegurar que no hay sombras profundas, algo que aún no tengo bien resuelto con la iluminación lateral.Otros factores
Como no estamos usando el modo TTL, la exposición correcta es cosa de ensayar. Las fotos se toman cambiando la intensidad del flash hasta que, más o menos, la exposición correcta coincida con el diafragma f:11. Luego, por si acaso, tomamos una serie con valores desde f:16 hasta f:8 para elegir la mejor en el proceso posterior (no siempre es evidente a la hora de la toma). La velocidad de obturación es irrelevante y usamos habitualmente 1/100 s.Cada vez que se cambia o gira la moneda, el enfoque se hace en modo automático y, a continuación, se bloquea a modo manual para que quede fijo. Lógicamente, las fotos se toman en formato RAW (NEF en Nikon y DNG en Pentax). Finalmente, se hace una foto de una carta de colores que servirá para hacer un perfil específico de la sesión y corregir bien el color o, al menos, hacer bien el balance de grises (la carta de color está dentro del sobre gris al fondo e izquierda del tablero).
Moneda romana del emperador Tetricus I. Iluminación lateral con flash. |
Moneda conmemorativa en plata, nueva y muy reflectante. Iluminación axial. |
Moneda de dos euros, bimetálica y usada. Iluminación axial. |
22 julio 2017
Primer recuerdo
Dicen que es imposible recordar algo que haya ocurrido antes de los tres años de edad, que tal vez se pueda cuando eres niño pero que, poco a poco, hay una línea de olvido temprano que va avanzando inexorable y va borrando los primeros recuerdos. Cuando intentamos traer esa memoria temprana al presente también puede pasar que no sepamos asignar con precisión el tiempo en el que ocurrieron las cosas o, por supuesto, que hayamos retocado el recuerdo hasta desfigurarlo de acuerdo con lo que debió ser y no con lo que fue..
Hoy sólo tengo recuerdos muy fragmentarios de mi niñez (o tal vez no he hecho el ejercicio de memoria suficiente) pero creo que el más antiguo corresponde a una situación excepcional: yo estaba en un gran barco jugando en el suelo de un salón con un par de niños. No sé con qué jugábamos pero sí que había que sujetarlo porque se iba de un lado a otro. Más tarde, mi madre me contó que eso pasó en el barco que nos llevaba a los Estados Unidos de América y que tuvo algunos días muy movidos en alta mar. Gracias a ese entorno tan específico, puedo fechar ese recuerdo a mediados del año 1960, cuando yo no había cumplido aún los tres años. De la estancia posterior en Detroit (eso he podido saberlo al encontrar correspondencia antigua en cajas almacenadas en el desván) con tíos abuelos de la rama materna me quedan dos recuerdos más. En uno estoy buscando infructuosamente algo que una ardilla había enterrado minutos antes en el jardín de la casa; en otro, estoy jugando en una calle y ante la casa hay ropa tendida y una valla pintada de blanco.
Mi documentación de inmigrante me recuerda que los que hoy somos nativos, ayer éramos extraños y anteayer unos pobres primates más o menos inteligentes que andaban dando tumbos por el mundo en busca, simplemente, de un lugar acogedor para vivir.
Hoy sólo tengo recuerdos muy fragmentarios de mi niñez (o tal vez no he hecho el ejercicio de memoria suficiente) pero creo que el más antiguo corresponde a una situación excepcional: yo estaba en un gran barco jugando en el suelo de un salón con un par de niños. No sé con qué jugábamos pero sí que había que sujetarlo porque se iba de un lado a otro. Más tarde, mi madre me contó que eso pasó en el barco que nos llevaba a los Estados Unidos de América y que tuvo algunos días muy movidos en alta mar. Gracias a ese entorno tan específico, puedo fechar ese recuerdo a mediados del año 1960, cuando yo no había cumplido aún los tres años. De la estancia posterior en Detroit (eso he podido saberlo al encontrar correspondencia antigua en cajas almacenadas en el desván) con tíos abuelos de la rama materna me quedan dos recuerdos más. En uno estoy buscando infructuosamente algo que una ardilla había enterrado minutos antes en el jardín de la casa; en otro, estoy jugando en una calle y ante la casa hay ropa tendida y una valla pintada de blanco.
Mi documentación de inmigrante me recuerda que los que hoy somos nativos, ayer éramos extraños y anteayer unos pobres primates más o menos inteligentes que andaban dando tumbos por el mundo en busca, simplemente, de un lugar acogedor para vivir.
25 junio 2017
Cómo hacer tu genealogía
Una de mis más recientes aficiones es la reconstrucción de los árboles genealógicos familiares. Lo digo en plural porque incluyo al mío y al de mi mujer, por aquello de dejar un pequeño legado documental a mis hijos. Hoy he decidido aprovechar una novedad para hacer un mínimo guión de cómo remontarse, documento a documento, hacia el pasado, rellenando con nombres y apellidos esos nichos vacíos a los que debemos el estar aquí.
Hay formas diversas de explorar una genealogía. Una de ellas, la más segura, es contratar a un genealogista. Su dominio del oficio y sus recursos ofrecerán los mejores resultados. La desventaja es que nos perdemos la diversión y la emoción del descubrimiento.
Otras formas de investigar están al alcance de aficionados como somos la mayoría de los curiosos de este tema. Antes de entrar en el tema concreto que me apetece comentar hoy, el principio de toda investigación genealógica es recuperar los registros de nacimiento que haya en el Registro Civil. Lógicamente, empezaremos por el nuestro, los de nuestros padres y los de nuestros abuelos. Este trámite se suele poder hacer presencialmente, por carta o por internet a través de esta página del Ministerio. Es necesario aportar el nombre, apellidos, fecha y lugar de nacimiento de la persona de interés.
Lo interesante de estos certificados es que no sólo incluyen los datos de la persona sino de sus padres y abuelos y muy frecuentemente su edad y lugar de nacimiento, con lo que podremos ir remontando el árbol genealógico hacia el pasado.
El Registro Civil se instituyó de forma general en la década de 1870 (en algunos casos hay anotaciones desde 1840, ver aquí) con lo que para superar esa barrera habrá que acudir a los registros parroquiales.
Los archivos parroquiales se instituyeron en la segunda mitad del siglo XVI por orden del Concilio de Trento con lo que, con suerte, podríamos remontarnos casi cinco siglos hacia el pasado o más en algunos casos ya que había párrocos que llevaban estos libros por iniciativa propia. Los libros parroquiales incluyen nacimientos, confirmaciones, matrimonios y defunciones (ver detalles aquí).
¿Dónde consultar estos libros parroquiales? El caso es que en 1975, la Conferencia Episcopal estableció la posible concentración de “los libros parroquiales y la documentación con más de cien años de antigüedad” conservada en los archivos parroquiales, en la forma que se establezca por el obispo de cada diócesis. En muchos casos, los libros están en los correspondientes archivos diocesanos, en otros casos no, lo cual complica un tanto el acceso en función de la diócesis que nos interese.
En este punto entra al ruedo un espontáneo: la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, es decir, los mormones. Sin entrar en más detalles, los mormones crearon FamilySearch, una organización que se dedica desde 1938 a fotografiar registros de interés genealógico. Al día de hoy tienen datos de un centenar de países, con 2.4 millones de rollos de microfilm entre otras cosas. Lógicamente, la cobertura mundial es irregular porque sólo han podido fotografiar registros donde les han dejado, pero la información es inmensa.
La buena noticia es que allá donde fotografiaban los libros parroquiales y demás documentos que se les ponían a tiro, dejaban siempre una copia, normalmente en microfilm. En Extremadura, estas copias están en la Biblioteca del Marqués de la Encomienda, en el Centro Cultural Santa Ana de Almendralejo. El sistema hasta el momento era pedir hora a la persona responsable (enormemente amable y colaboradora, por cierto) y acceder a unas vetustas máquinas de ver microfilm en los horarios que hubiera libres.
La segunda buena noticia es que recientemente, estos documentos de Extremadura han sido digitalizados y puestos a libre disposición en internet. El lugar es FamilySearch.org donde es posible buscar personas o catálogos de lugares. La forma de localizar qué hay de nuestro pueblo es la siguiente:
No es raro encontrarse con bloques de dos mil páginas por lo que, si no tenemos pistas claras de las fechas que hay que buscar, hay que armarse de paciencia e ir poco a poco pasando de página en página hasta encontrar la entrada que nos interesa y rellenar un hueco más en el árbol de antepasados. La imagen de abajo es uno de estos hallazgos, un antecesor de mi mujer llamado Juan de Dios, nacido el 4 de diciembre de 1804, hijo de Francisco Lombardo y Ana Alexos, nieto por la parte paterna de Cristóbal Lombardo e Inés Granada y por la materna de Bartolomé Alexos y María (indescifrable), todos vecinos y naturales de Campillo de Llerena.
Vereis que no aparece la edad de los padres ni de los abuelos; bueno, pues mala suerte, para buscarlos habrá que estimar un periodo razonable y mirar página a página. Algunas recomendaciones:
Hay formas diversas de explorar una genealogía. Una de ellas, la más segura, es contratar a un genealogista. Su dominio del oficio y sus recursos ofrecerán los mejores resultados. La desventaja es que nos perdemos la diversión y la emoción del descubrimiento.
Otras formas de investigar están al alcance de aficionados como somos la mayoría de los curiosos de este tema. Antes de entrar en el tema concreto que me apetece comentar hoy, el principio de toda investigación genealógica es recuperar los registros de nacimiento que haya en el Registro Civil. Lógicamente, empezaremos por el nuestro, los de nuestros padres y los de nuestros abuelos. Este trámite se suele poder hacer presencialmente, por carta o por internet a través de esta página del Ministerio. Es necesario aportar el nombre, apellidos, fecha y lugar de nacimiento de la persona de interés.
Lo interesante de estos certificados es que no sólo incluyen los datos de la persona sino de sus padres y abuelos y muy frecuentemente su edad y lugar de nacimiento, con lo que podremos ir remontando el árbol genealógico hacia el pasado.
El Registro Civil se instituyó de forma general en la década de 1870 (en algunos casos hay anotaciones desde 1840, ver aquí) con lo que para superar esa barrera habrá que acudir a los registros parroquiales.
Los archivos parroquiales se instituyeron en la segunda mitad del siglo XVI por orden del Concilio de Trento con lo que, con suerte, podríamos remontarnos casi cinco siglos hacia el pasado o más en algunos casos ya que había párrocos que llevaban estos libros por iniciativa propia. Los libros parroquiales incluyen nacimientos, confirmaciones, matrimonios y defunciones (ver detalles aquí).
¿Dónde consultar estos libros parroquiales? El caso es que en 1975, la Conferencia Episcopal estableció la posible concentración de “los libros parroquiales y la documentación con más de cien años de antigüedad” conservada en los archivos parroquiales, en la forma que se establezca por el obispo de cada diócesis. En muchos casos, los libros están en los correspondientes archivos diocesanos, en otros casos no, lo cual complica un tanto el acceso en función de la diócesis que nos interese.
En este punto entra al ruedo un espontáneo: la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, es decir, los mormones. Sin entrar en más detalles, los mormones crearon FamilySearch, una organización que se dedica desde 1938 a fotografiar registros de interés genealógico. Al día de hoy tienen datos de un centenar de países, con 2.4 millones de rollos de microfilm entre otras cosas. Lógicamente, la cobertura mundial es irregular porque sólo han podido fotografiar registros donde les han dejado, pero la información es inmensa.
La buena noticia es que allá donde fotografiaban los libros parroquiales y demás documentos que se les ponían a tiro, dejaban siempre una copia, normalmente en microfilm. En Extremadura, estas copias están en la Biblioteca del Marqués de la Encomienda, en el Centro Cultural Santa Ana de Almendralejo. El sistema hasta el momento era pedir hora a la persona responsable (enormemente amable y colaboradora, por cierto) y acceder a unas vetustas máquinas de ver microfilm en los horarios que hubiera libres.
La segunda buena noticia es que recientemente, estos documentos de Extremadura han sido digitalizados y puestos a libre disposición en internet. El lugar es FamilySearch.org donde es posible buscar personas o catálogos de lugares. La forma de localizar qué hay de nuestro pueblo es la siguiente:
- En la página principal: Buscar > Catálogo
- En Lugar, escribir el nombre del pueblo; si existe algo sobre él, aparecerán opciones en la parte inferior de la entrada, por ejemplo:
- Elegiremos la opción adecuada, desplegamos los documentos y vemos que, por ejemplo, de Zalamea de la Serena tenemos registros parroquiales desde 1715 hasta 1922, además de registros notariales desde 1621.
- Eligiendo los registros parroquiales accedemos a una página en cuya cabecera nos indican que hay cuatro rollos de microfilm guardados en Salt Lake City. En la parte inferior de la página nos vienen ya separados los libros de bautismos, matrimonios y defunciones. Si el icono que aparece a la derecha es una cámara fotográfica tenemos suerte: los registros están accesibles vía internet. Si es un rollo de película, seguimos teniendo que ir personalmente a la biblioteca mencionada antes.
- Finalmente, pinchando sobre el rollo entraremos en una aplicación con las fotos de cada página:
No es raro encontrarse con bloques de dos mil páginas por lo que, si no tenemos pistas claras de las fechas que hay que buscar, hay que armarse de paciencia e ir poco a poco pasando de página en página hasta encontrar la entrada que nos interesa y rellenar un hueco más en el árbol de antepasados. La imagen de abajo es uno de estos hallazgos, un antecesor de mi mujer llamado Juan de Dios, nacido el 4 de diciembre de 1804, hijo de Francisco Lombardo y Ana Alexos, nieto por la parte paterna de Cristóbal Lombardo e Inés Granada y por la materna de Bartolomé Alexos y María (indescifrable), todos vecinos y naturales de Campillo de Llerena.
Vereis que no aparece la edad de los padres ni de los abuelos; bueno, pues mala suerte, para buscarlos habrá que estimar un periodo razonable y mirar página a página. Algunas recomendaciones:
- usa una pantalla grande para ir barriendo las imágenes sin dejarte la vista en el proceso.
- la aplicación es muy buena pero se beneficia de un buena conexión a internet.
- no te fíes de los índices y de los títulos ya que me he encontrado con cosas fuera de sitio que resultaron ser la solución al problema.
- haz un índice de las secciones del microfilm y apunta los años de comienzo y fin de cada una de ellas.
- hay páginas bien conservadas y con una caligrafía excelente; otras no, a veces se han estropeado, desteñido o roto y en otras ocasiones la letra del párroco dejaba mucho que desear, no tiene solución pero por suerte son un porcentaje pequeño del total.
- cuando encuentres la página con el registro que buscas, descárgala y consérvala.
- usa un programa específico para ir rellenando los árboles genealógicos, FamilySearch integra uno al que puedes anexar los documentos que vas encontrando. Otro excelente es Family Tree Builder.
- haz tu árbol antes de que sea tarde, de que tus parientes mayores desaparezcan y ya no te puedan contar cosas, escanea las fotos familiares, recupera documentos... merece la pena.
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