Sam Harris escribió en el año 2005 un breve ensayo con título An Atheist Manifesto. Aquí lo tienen traducido al español: Un manifiesto ateo (enlace alternativo).
26 mayo 2012
09 mayo 2012
Elucubrar sobre pedos de dinosaurio
Could methane produced by sauropod dinosaurs have helped drive Mesozoic climate warmth? ¿Ha contribuido el metano producido por los dinosaurios saurópodos al calentamiento del clima en el Mesozoico?
Pues si. O no. O vaya usted a saber.
El artículo se publicó en Current Biology (¡con un factor de impacto de 10!) y alguien había tomado algo que no debía. Puede que los autores no (tal vez querían reírse un rato) pero el editor seguro que no estaba en plenas facultades. De los revisores ni hablamos.
Les cuento mi recreación del asunto: alguien lee que las vacas, sensu lato, tienen bacterias en el tracto digestivo que producen metano. Ese metano se expulsa por los dos extremos del tracto digestivo y se asume que tiene efecto en el clima como gas de efecto invernadero. El alguien en cuestión (esa es la brillante idea) se da cuenta de que hace tiempo había unos dinosaurios enormes circulando por ahí, con lo que la producción de metano debía ser de escándalo. Pues ya está: mezclamos un poco de cambio climático con dinosaurios, aderezamos con el detalle escatológico y publicación estrella con repercusión mediática segura.
Y así fue. Se han hecho eco multitud de blogs, diarios y revistas. Si quieren un buen resumen en español miren en la mula Francis que, como siempre, lo hace muy bien.
Foto de publicenergy |
El artículo no llega a dos páginas y es probable que después de la epifanía original no les llevara más de un par de días redactarlo. Me muero de envidia. Voy a ver si se me ocurre algo con el guano de los pterosaurios y el pH de los mares. O algo así.
06 mayo 2012
De deseos incumplidos y chicos con guitarra
1.
No les he comentado aún que mi escasa aparición por este blog se debe en buena parte a problemas en casa, derivados de la enfermedad mental de un familiar. Un efecto colateral de este problema ha sido que me refugie a ratos en proyectos como escanear mis dispositivas antiguas o recopilar música a la que debería haber prestado más atención.
Entre la música que me ha ocupado estos días destaca el más famoso festival del siglo pasado: Woodstock. Yo no estaba disponible en aquel 1969 y no me enteré del asunto hasta muchos años más tarde pero viendo el material gráfico del festival me hubiera encantado estar allí y poder recordarlo. Y, ya de paso, eché en falta otras cosas.
2.
Por ejemplo, por alguna relación de ideas me acordé de que con veinte años preparé con un amigo un viaje que debería haber sido memorable. Nos íbamos a Nepal, donde queríamos recorrer el camino a Kalapatar, cerca del campamento base sur del Everest. Justo cuando íbamos a comprar los billetes de avión, en aquel país se percataron de que la monarquía era un tanto indeseable y se pusieron al borde de la guerra civil. Suspendimos el proyecto y han pasado ya tres décadas de aquello. Desde entonces he viajado pero aun tengo Nepal como asignatura pendiente. Aunque mi interés por ese lugar concreto ha disminuido mucho supongo que cuando pueda tendré que acercarme por allá.
3.
Estar en Woodstock era imposible, por lo que me he puesto a disfrutar de los vídeos. Es curioso ver como una parte de los artistas pasó al olvido mientras otros no solo acrecentaron su fama sino que se mantienen aún hoy en activo. El ambiente no es difícil de valorar: unos par de cientos de miles de personas en plena resaca hippie y tres días de música aderezados por una tormenta para que no faltara nada. Supongo que hubo momentos aburridos pero algunos de los otros mantienen su fuerza intacta.
4.
Un chico camina con una guitarra colgada en su espalda. Sorteando coches y respondiendo a los saludos de varias personas se acerca al escenario desde donde puede ver algo así:
A media tarde del día siguiente, un grupo liderado por un tal Carlos Santana, nacido en el mismo año que Arlo Guthrie, cerró su actuación con Soul sacrifice.
Sobre Woodstock hay mucho material disperso por internet, a veces mal etiquetado. Buscando torrents por "The Woodstock diaries" y "Woodstock complete version" se localizan los mejores montajes, mucho más completos que los primeros que se editaron.
No les he comentado aún que mi escasa aparición por este blog se debe en buena parte a problemas en casa, derivados de la enfermedad mental de un familiar. Un efecto colateral de este problema ha sido que me refugie a ratos en proyectos como escanear mis dispositivas antiguas o recopilar música a la que debería haber prestado más atención.
Entre la música que me ha ocupado estos días destaca el más famoso festival del siglo pasado: Woodstock. Yo no estaba disponible en aquel 1969 y no me enteré del asunto hasta muchos años más tarde pero viendo el material gráfico del festival me hubiera encantado estar allí y poder recordarlo. Y, ya de paso, eché en falta otras cosas.
2.
Por ejemplo, por alguna relación de ideas me acordé de que con veinte años preparé con un amigo un viaje que debería haber sido memorable. Nos íbamos a Nepal, donde queríamos recorrer el camino a Kalapatar, cerca del campamento base sur del Everest. Justo cuando íbamos a comprar los billetes de avión, en aquel país se percataron de que la monarquía era un tanto indeseable y se pusieron al borde de la guerra civil. Suspendimos el proyecto y han pasado ya tres décadas de aquello. Desde entonces he viajado pero aun tengo Nepal como asignatura pendiente. Aunque mi interés por ese lugar concreto ha disminuido mucho supongo que cuando pueda tendré que acercarme por allá.
3.
Estar en Woodstock era imposible, por lo que me he puesto a disfrutar de los vídeos. Es curioso ver como una parte de los artistas pasó al olvido mientras otros no solo acrecentaron su fama sino que se mantienen aún hoy en activo. El ambiente no es difícil de valorar: unos par de cientos de miles de personas en plena resaca hippie y tres días de música aderezados por una tormenta para que no faltara nada. Supongo que hubo momentos aburridos pero algunos de los otros mantienen su fuerza intacta.
4.
Un chico camina con una guitarra colgada en su espalda. Sorteando coches y respondiendo a los saludos de varias personas se acerca al escenario desde donde puede ver algo así:
Arlo Guthrie en Woodstock |
Se llama Arlo Guthrie y tiene 22 años. El 15 de agosto de 1969, al filo de la medianoche, justo antes de Joan Baez, subió al escenario y en solo media hora entró en la historia de la música. Para hacernos una idea he elegido Coming into Los Angeles:
A media tarde del día siguiente, un grupo liderado por un tal Carlos Santana, nacido en el mismo año que Arlo Guthrie, cerró su actuación con Soul sacrifice.
Sobre Woodstock hay mucho material disperso por internet, a veces mal etiquetado. Buscando torrents por "The Woodstock diaries" y "Woodstock complete version" se localizan los mejores montajes, mucho más completos que los primeros que se editaron.
03 mayo 2012
Sin ciencia no hay futuro
Me gusta plantearme problemas e intentar resolverlos. Me gusta pensar e intentar llegar a soluciones elegantes. Otra cosa es que lo consiga. Pero éxitos o fracasos en esa tarea sólo tienen repercusiones personales. Haciendo balance (ya tengo años para mirar atrás) la ciencia ha contribuido a hacer mi vida más interesante y a darme momentos felices. Para mí es suficiente.
Sin embargo, cuando miro a mi alrededor y veo a mis hijos, o a aquella chica de la biblioteca, o a un niño corriendo por el puente romano, las cosas cambian. Esas personas tienen un futuro cuyos detalles desconozco. Sé, sin embargo, que su futuro puede ser luminoso porque en nuestra sociedad la medicina ha ampliado la esperanza de vida a más del doble que antes. Sé que su futuro puede ser pleno porque los medios tecnológicos permiten acceder a una cantidad infinita de libros donde está volcado el saber y el sentir de la historia del mundo.En su vida puede haber momentos maravillosos cuando entiendan, por ejemplo, que estamos hechos de estrellas y que somos el último eslabón de una cadena de vida que se inició hace 3500 millones de años. La comprensión de esos hechos cambia irrevocablemente nuestra concepción del mundo.
Todo eso nos lo ha dado la ciencia, que no es otra cosa que el reflejo de lo que nos hace humanos: la curiosidad, la necesidad de comprender el mundo, la rebelión ante los caprichosos dioses que nos querían hurtar el árbol del conocimiento.
Tenemos muchos retos por delante, algunos de una enorme transcendencia: acabar de comprender qué es la vida y cómo se originó, dominar la fusión nuclear, viajar a otros mundos, tal vez descubrir vida en algún lugar más allá de nuestra Tierra. O tal vez el único reto real sea sobrevivir los próximos milenios. Todo eso sólo podrá hacerse con el conocimiento científico. Sin ciencia no hay futuro. Sin ciencia nuestra humanidad se queda ciega.
29 abril 2012
Sam Harris, una lúcida reflexión sobre las drogas
Copio la traducción que han hecho en Cannabiscafe (que conocí por De avanzada) del post de Sam Harris Drugs and the Meaning of Life. Es una reflexión donde se habla de algunos aspectos de las drogas muy polémicos pero, tal vez porque yo también tengo hijos en edad de probarlas, las referencias a la responsabilidad parental ante este hecho me han parecido brillantes, tal vez porque coincido con ellas, claro. Aparte de eso, todo el planteamiento es luminosamente racional, sin prejuicios ni estereotipos (ni para lo bueno ni para lo malo), por lo que les recomiendo su lectura. Hay referencias bibliográficas en el original que he obviado aquí para quedarnos sólo con la pura reflexión. Escribe Harris (y empieza fuerte):
Todo lo que hacemos, lo hacemos con el propósito de alterar la conciencia. Formamos amistades para poder sentir ciertas emociones, como el amor, y evadir otras, como la soledad. Comemos comidas específicas para disfrutar sus fugaces presencias en nuestras lenguas. Leemos por el placer de pensar las ideas de otra persona. Cada momento de vigilia –e incluso en nuestros sueños- luchamos para dirigir el flujo de sensación, emoción y cognición hacia estados de conciencia que valoramos.
Las drogas son también un medio para este fin. Algunas son ilegales, otras están estigmatizadas, algunas son peligrosas –aunque, perversamente, estos conjuntos apenas se cruzan. Hay drogas de extraordinario poder y utilidad, como la psilocibina (el componente activo de los "hongos mágicos") y la dietilamida de ácido lisérgico (LSD), que no poseen riesgos aparentes de adicción y son bien toleradas psicológicamente, y aún así uno puede ser mandado a prisión por su uso –cuando drogas como el tabaco y el alcohol, que han arruinado incontables vidas, son disfrutadas ad limitum en casi todas las sociedades del planeta. Hay otros puntos en este sentido: la 3,4-metilendioximetanfetamina (MDMA o "éxtasis") tiene un potencial terapéutico remarcable, pero también es susceptible a abusos, y aparentemente es neurotóxica.
Una de las grandes responsabilidades que tenemos como sociedad es educarnos junto con las siguientes generaciones acerca de qué sustancias vale la pena ingerir (y con qué propósito) y cuales no. El problema, sin embargo, es que nos referimos a todos los compuestos biológicamente activos con el único término de "drogas" y esto hace casi imposible tener una discusión inteligente acerca de los asuntos psicológicos, médicos, éticos y legales alrededor de su uso. La pobreza de nuestro lenguaje ha sido sólo un poco aliviada por la introducción de términos como "psicodélicos" para diferenciar ciertos compuestos visionarios, que pueden producir extraordinarios estados de éxtasis e iluminación, de los “narcóticos” y otros agentes clásicos de estupefacción y abuso.
El abuso de drogas y la adicción son problemas reales, por supuesto, pero su remedio es la educación y el tratamiento médico, no la cárcel. De hecho, las peores drogas de abuso en los Estados Unidos parecen ser los analgésicos de prescripción, como la oxicodona. ¿Algunas de estas medicinas deberían de ser ilegales? Claro que no. La gente debe de estar informada acerca de ellas y los adictos necesitan tratamiento. Y todas las drogas –incluyendo alcohol, cigarros y aspirinas- deben ser alejadas de las manos de los niños.
En mi primer libro, El fin de la fe, discuto un poco algunos asuntos de las políticas sobre las drogas y mi opinión al respecto no ha cambiado. La "guerra contra las drogas" definitivamente ha sido perdida y nunca debió de haberse librado. Si bien no está expresamente protegido por la constitución de los EEUU, no puedo pensar en ningún derecho político más fundamental que el derecho a dirigir pacíficamente los contenidos de nuestra propia conciencia. El hecho de que arruinamos inútilmente las vidas de los usuarios de drogas no violentos encarcelándolos, con un gasto enorme, constituye una de las más grandes fallas morales de nuestro tiempo (y el hecho de que hacemos lugar para ellos en nuestras prisiones dejando en libertad bajo palabra a asesinos y violadores lo hace pensar a uno si la civilización no está simplemente condenada).
Tengo una hija que un día tomará drogas. Por supuesto, haré todo lo que esté en mi poder para asegurarme que ella escoja sus drogas sabiamente, pero una vida sin drogas no es ni posible ni deseable, creo yo. Algún día, espero, mi hija disfrutará la mañana con una copa de te o de café tanto como lo hago yo. Si ella bebe alcohol de adulta, como probablemente lo hará, la animaré a hacerlo de forma segura. Si ella elige fumar marihuana, le recomendaré moderación. El tabaco debe ser evitado, por supuesto, y haré todo lo posible dentro de los límites de la buena paternidad para mantenerla alejada de él. Y no es necesario decir que si mi hija desarrolla, eventualmente, una afición por la metanfetamina o el crack, posiblemente yo ya no pueda volver a dormir. Pero si ella no prueba algún psicodélico, como la psilocibina o el LSD al menos una vez en su edad adulta, me preocuparía de que ella se esté perdiendo uno de los más importantes ritos de paso que un humano pueda experimentar.
Con esto no digo que todos deban probar un psicodélico. Como mencionaré después, estas drogas tienen ciertos peligros. Sin lugar a dudas, hay gente que no puede permitirse el lujo de levantar el ancla de la cordura, o incluso darle el más leve tirón. Han pasado ya varios años desde que he dejado de usar psicodélicos, de hecho, mi abstinencia nace de un sano respeto hacia los riesgos que involucran. Sin embargo hubo un periodo de mis tempranos veintes en el que encontré en drogas como la psilocibina y el LSD herramientas indispensables de iluminación, y algunas de las horas más importantes de mi vida las tuve bajo su influencia. Creo que es muy posible que yo nunca descubriera que hay todo un paisaje interior de la mente que vale la pena explorar si nunca hubiera tenido esta ventaja farmacológica.
Mientras los seres humanos han ingerido plantas psicodélicas por milenios, la investigación científica de sus componentes no comenzó hasta la década de 1950. Para 1965, cientos de estudios ya habían sido publicados, principalmente sobre psilocibina y LSD. Muchos de ellos atestiguaron la utilidad de los psicodélicos en los tratamientos para la depresión clínica, el trastorno obsesivo compulsivo, la adicción al alcohol y para el miedo y la ansiedad asociados al cáncer terminal. Pocos años después, sin embargo, este campo de investigación fue abolido en un esfuerzo por detener la propagación de estas drogas en el público en general. Después de una pausa que duró toda una generación, la investigación científica de los valores farmacológicos y terapéuticos de los psicodélicos se ha venido reanudando lentamente.
Los psicodélicos incluyen químicos como psilocibina, LSD, DMT y mescalina, los cuales alteran poderosamente la conciencia, la percepción y el humor. La mayoría parece ejercer su influencia a través del sistema serotoninérgico en el cerebro, principalmente uniéndose a los receptores 5-HT2A (aunque algunos tienen afinidad por otros receptores también), provocando el incremento de la actividad neuronal en la corteza prefrontal. Mientras la corteza prefrontal, a su vez, modula la producción de dopamina subcortial, el efecto de los psicodélicos parece tener lugar principalmente fuera de las vías de la dopamina (lo que puede explicar el por qué estas drogas no formen hábito).
La mera existencia de los psicodélicos parece establecer las bases materiales de la vida mental y espiritual más allá de cualquier duda. Es posible, sin embargo, si no plausible, ver este dato desde la otra perspectiva y argumentarlo como Aldous Huxley lo hizo en su ensayo Las puertas de la Percepción al decir que la función primaria del cerebro podría ser eliminativa: su propósito sería evitar una vasta y transpersonal dimensión de la mente que podría inundar a la conciencia, permitiendo así a primates como nosotros tener su camino en el mundo sin ser apabullados a cada momento por fenómenos visionarios irrelevantes para su supervivencia. Huxley pensaba que si el cerebro era una especie de “válvula reductora” de una “Mente Libre” esto explicaría la eficacia de los psicodélicos: ellos podrían ser medios materiales para abrir el grifo.
Desafortunadamente, Huxley operaba bajo la suposición errónea de que los psicodélicos decrecían la actividad mental. Sin embargo las técnicas modernas de neuroimagen han mostrado que estas drogas tienden a incrementar la actividad en varias regiones de la corteza (así como en las estructuras subcorticales). Lógicamente, la acción de las drogas no descarta el dualismo o la existencia de reinos de la mente más allá del cerebro, pero es que nada lo hace. Este es uno de los problemas con puntos de vista de este tipo: parecen ser infalsables.
Por supuesto, el cerebro sí filtra una extraordinaria cantidad de información de la conciencia. Y como muchos que han probado estas drogas, yo puedo atestiguar que los psicodélicos ciertamente abren las puertas. No es necesario decir que plantear la existencia de una “Mente Libre” es más tentador en algunos estados de conciencia que en otros. Y la cuestión de cuáles visiones de la realidad debemos privilegiar es una cuestión que a veces vale la pena considerar. Pero estas drogas pueden producir estados mentales que son vistas en términos clínicos como formas de psicosis. De hecho, creo que debemos ser cautelosos de realizar alguna conclusión sobre la naturaleza del cosmos basándonos en una experiencia interior, no importa qué tan profunda sea esta.
Sin embargo, no hay duda de que la mente es más vasta y fluida que lo que sugiere nuestra ordinaria conciencia en vigilia. Consecuentemente, es imposible comunicar la profundidad (o la aparente profundidad) de un estado psicodélico a aquellos que nunca han tenido esas experiencias por sí mismas. Es, de hecho, difícil recordarse a sí mismo todo el poder de esos estados una vez que ya han pasado.
Muchas personas se preguntan sobre la diferencia entre la meditación (y otras prácticas contemplativas) y los psicodélicos. ¿Son estas drogas una forma de hacer trampa, o son ellas realmente el vehículo indispensable para un auténtico despertar? No son ninguno. Mucha gente no se da cuenta de que toda droga psicoactiva modula la neuroquímica ya existente en el cerebro –ya sea imitando específicos neurotransmisores o causando que los mismo neurotransmisores sean más activos–. No hay nada que uno no pueda experimentar por medio de una droga que no sea, hasta cierto punto, una expresión del potencial del cerebro. Por lo tanto, lo que sea que uno haya experimentado tras ingerir una droga como el LSD es muy parecido a lo que alguien experimentó, en algún lugar, sin ella.
Sin embargo, no se puede negar que los psicodélicos son un medio particularmente potente para alterar la conciencia. Si una persona aprende a meditar, rezar, cantar, hacer yoga, etc., no hay garantía de que algo vaya a pasar. Dependiendo de su aptitud, interés, etc., el aburrimiento podría ser la única recompensa para sus esfuerzos. En cambio, si una persona ingiere 100 microgramos de LSD, lo que ocurra a continuación dependerá de una variedad de factores pero no hay duda alguna de que algo va a pasar. Y el aburrimiento no está entre las opciones. En una hora, el significado de su existencia se derrumbará sobre nuestro héroe como una avalancha. Como Terence Mckenna nunca se cansó en señalar, esta garantía de un efecto profundo, para bien o para mal, es lo que separa a los psicodélicos de cualquier otro método de indagación espiritual. Es, sin embargo, una diferencia que trae consigo ciertas responsabilidades.
Ingerir una dosis poderosa de una droga psicodélica es como encerrarse a sí mismo en un cohete sin un sistema de guía. Uno puede ir a un lugar que vale la pena ir, y, dependiendo del compuesto y de dónde y cómo lo ingerimos, ciertas trayectorias son más probables que otras. Pero sea como sea que uno se prepare para el viaje, aun así uno puede ser lanzado hacia estados de la mente dolorosos y confusos, a veces indistinguibles de la psicosis. Por lo tanto, los términos "psicotomimético" y "psicógeno" se aplican en ocasiones a estas drogas.
Yo he visitado los dos extremos del continuo psicodélico. Las experiencias positivas fueron más sublimes de lo que yo hubiera podido imaginar o de lo que ahora puedo fielmente recordar. Esos químicos revelan capas de belleza que el arte es incapaz de capturar y para el que la belleza de la Naturaleza misma es mero simulacro. Una cosa el ser apabullado al ver a una secuoya gigante y maravillarse por los detalles de su historia y su biología subyacente y otra el pasar una aparente eternidad en una comunión sin ego con ella. Positivamente, las experiencias psicodélicas a menudo revelan cómo puede un ser humano estar tan maravillosamente a gusto con el universo, y para la mayoría de nosotros, la conciencia normal de vigilia no ofrece ni siquiera un atisbo de esas profundas posibilidades.
La gente generalmente regresa de dichas experiencias con un sentimiento de que nuestros estados convencionales de conciencia oscurecen y truncan pensamientos y emociones que son sagrados. Si los patriarcas y matriarcas de las religiones mundiales experimentaron con dichos estados, muchas de sus afirmaciones sobre la naturaleza de la realidad pueden tener un sentido subjetivo. Las hermosas visiones no nos dicen nada sobre el nacimiento del cosmos, pero nos revelan cómo una mente puede ser profundamente transfigurada por una colisión con el momento presente.
Pero así como los picos son altos, los valles son profundos. Mis malos viajes fueron, sin duda, las más desgarradoras horas que he sufrido, y hace que la noción del infierno, como metáfora y no como destino, se aplique perfectamente. No hay duda de que estas agudas experiencias pueden convertirse en fuentes de compasión. Yo creo que sería imposible tener alguna idea de lo que es sufrir de una enfermedad mental sin haber tocado brevemente sus costas.
En ambos extremos del continuo se dilata el tiempo de manera que no se puede describir aparte de decir que estas experiencias pueden parecer eternas. He tenido sesiones, tanto positivas como negativas, en las que todo conocimiento de que yo haya ingerido una droga se extinguió por completo, junto con todas las memorias de mi pasado. La inmersión total en el momento presente, en este punto, es sinónimo de la sensación de que uno siempre ha estado y siempre estará precisamente en esa condición. Dependiendo del carácter de la propia experiencia, en este punto, las nociones de salvación y condenación no parecen hipérboles. En mi experiencia, la línea de Blake sobre la contemplación de "la eternidad en una hora", ni promete ni amenaza demasiado.
En el principio, mis experiencias con psilocibina y LSD fueron tan positivas que ni siquiera creía que un mal viaje fuera posible. La noción del “set y setting” (lugar y preparación para el viaje), admitida vagamente, me parecía suficiente para salvarme de uno. Mi set mental estaba exactamente como necesitaba estar -yo era un investigador serio de mi propia mente-, y mi setting era generalmente o en bellezas naturales o en seguras soledades.
No podía dar cuenta de por qué mis aventuras con psicodélicos eran tan uniformemente placenteras hasta que dejaron de serlo, entonces, las puertas del infierno finalmente se abrieron, y parecía que fuera para siempre. En lo sucesivo, ya sea que el viaje fuera bueno o no en su conjunto, por lo general había un desvío en el camino a lo sublime. ¿Alguna vez has viajado más allá de todas las simples metáforas, a la montaña de la vergüenza y te quedaste durante mil años? No te lo recomiendo.
En mi primer viaje a Nepal tomé un bote de remos en el Lago Phewa, en Pokhara, que ofrece una apabullante vista de los Annapurna. Era temprano en la mañana y estaba solo. Al salir el sol sobre el agua ingerí 400 microgramos de LSD. Tenía 20 años y había tomado esta droga al menos diez veces con anterioridad. ¿Qué podría ir mal?
Pero todo salió mal. Bueno, no todo: no me ahogué. Y tengo un vago recuerdo de haber llegado a tierra y de ser rodeado por un grupo de soldados nepalíes. Luego de mirarme por un rato mientras yo los veía fijamente por la borda como un lunático, se veían como decidiendo qué hacer conmigo. Unas palabras educadas en Esperanto, y algunos movimientos locos del remo y ya estaba alejándome de la costa. Así que supongo que eso pudo haber acabado de manera diferente.
Pero al poco tiempo ya no había lago, ni montañas, ni bote, y si hubiera caído en el agua estoy bastante seguro de que no habría habido nadie para sacarme. Por las siguientes horas, mi mente se convirtió en un perfecto instrumento de autotortura. Lo que quedó fue un continuo y aplastante terror para el cual no tengo palabras.
Estos encuentros sacan algo de ti. Incluso si drogas como el LSD son completamente seguras, el potencial de tener una extremadamente desagradable y desestabilizadora experiencia representa un riesgo. Yo creo que mis buenos viajes me afectaron positivamente por semanas y meses, y que mis malos viajes me afectaron de forma negativa. Debido a estas posibilidades en cierta forma azarosas, uno puede sólo recomendar precaución.
Mientras la meditación puede abrir la mente a un rango similar de estados concientes, éstos son menos azarosos. Si el LSD es como ser metido en un cohete, aprender a meditar es como levantar suavemente la vela de un barco. Si, es posible, incluso con guías, llegar a algún lugar terrorífico, y hay personas que probablemente no deban pasar grandes periodos de práctica intensiva. Pero el efecto general de la medicación entrenada es como meterse cuidadosamente dentro de la propia piel, sufriendo menos, en vez de más.
Como planteaba en El fin de la fe, encuentro la mayoría de las experiencias psicodélicas como potencialmente malinterpretables. Los psicodélicos no garantizan la sabiduría. Únicamente garantizan más contenido. Y las experiencias visionarias, consideradas en su totalidad, me parecen éticamente neutrales. Por lo cual, me parece que el éxtasis psicodélico debe de ser dirigido hacia nuestro bienestar personal y común según otro principio. Como Daniel Pinchbeck señaló en su muy entretenido libro Breaking Open the Head el hecho de que tanto los mayas como los aztecas usaran psicodélicos mientras al mismo tiempo practicaran con entusiasmo el sacrificio humano hacen que cualquier liga idealizada entre el uso de plantas chamánicas e iluminación colectiva suenen terriblemente ingenuas.
Como discutiré en ensayos futuros, la forma de trascendencia que parece enlazar directamente con el comportamiento ético y el bienestar humano es la trascendencia de la “egoidad” en medio de la conciencia ordinaria de vigilia. Es por medio de dejar de aferrarse a los contenidos de la conciencia, a nuestros pensamientos, humores, deseos, etc., que progresamos. Dicho proyecto no implica, en principio, que experimentemos más contenidos. La libertad del yo que es a la vez el objetivo y fundamento de la vida "espiritual" es coincidente con la percepción normal y la cognición, sin embargo, admitámoslo, esto puede ser difícil de realizar.
El poder de los psicodélicos, sin embargo, es que en ocasiones revelan, en el lapso de unas pocas horas, profundos sentimientos de respeto y entendimiento que nos podría llevar toda una vida aprender. Como suele ser el caso, William James lo dijo tan bien como las palabras lo pueden permitir:
Todo lo que hacemos, lo hacemos con el propósito de alterar la conciencia. Formamos amistades para poder sentir ciertas emociones, como el amor, y evadir otras, como la soledad. Comemos comidas específicas para disfrutar sus fugaces presencias en nuestras lenguas. Leemos por el placer de pensar las ideas de otra persona. Cada momento de vigilia –e incluso en nuestros sueños- luchamos para dirigir el flujo de sensación, emoción y cognición hacia estados de conciencia que valoramos.
Sam Harris |
Una de las grandes responsabilidades que tenemos como sociedad es educarnos junto con las siguientes generaciones acerca de qué sustancias vale la pena ingerir (y con qué propósito) y cuales no. El problema, sin embargo, es que nos referimos a todos los compuestos biológicamente activos con el único término de "drogas" y esto hace casi imposible tener una discusión inteligente acerca de los asuntos psicológicos, médicos, éticos y legales alrededor de su uso. La pobreza de nuestro lenguaje ha sido sólo un poco aliviada por la introducción de términos como "psicodélicos" para diferenciar ciertos compuestos visionarios, que pueden producir extraordinarios estados de éxtasis e iluminación, de los “narcóticos” y otros agentes clásicos de estupefacción y abuso.
El abuso de drogas y la adicción son problemas reales, por supuesto, pero su remedio es la educación y el tratamiento médico, no la cárcel. De hecho, las peores drogas de abuso en los Estados Unidos parecen ser los analgésicos de prescripción, como la oxicodona. ¿Algunas de estas medicinas deberían de ser ilegales? Claro que no. La gente debe de estar informada acerca de ellas y los adictos necesitan tratamiento. Y todas las drogas –incluyendo alcohol, cigarros y aspirinas- deben ser alejadas de las manos de los niños.
En mi primer libro, El fin de la fe, discuto un poco algunos asuntos de las políticas sobre las drogas y mi opinión al respecto no ha cambiado. La "guerra contra las drogas" definitivamente ha sido perdida y nunca debió de haberse librado. Si bien no está expresamente protegido por la constitución de los EEUU, no puedo pensar en ningún derecho político más fundamental que el derecho a dirigir pacíficamente los contenidos de nuestra propia conciencia. El hecho de que arruinamos inútilmente las vidas de los usuarios de drogas no violentos encarcelándolos, con un gasto enorme, constituye una de las más grandes fallas morales de nuestro tiempo (y el hecho de que hacemos lugar para ellos en nuestras prisiones dejando en libertad bajo palabra a asesinos y violadores lo hace pensar a uno si la civilización no está simplemente condenada).
Tengo una hija que un día tomará drogas. Por supuesto, haré todo lo que esté en mi poder para asegurarme que ella escoja sus drogas sabiamente, pero una vida sin drogas no es ni posible ni deseable, creo yo. Algún día, espero, mi hija disfrutará la mañana con una copa de te o de café tanto como lo hago yo. Si ella bebe alcohol de adulta, como probablemente lo hará, la animaré a hacerlo de forma segura. Si ella elige fumar marihuana, le recomendaré moderación. El tabaco debe ser evitado, por supuesto, y haré todo lo posible dentro de los límites de la buena paternidad para mantenerla alejada de él. Y no es necesario decir que si mi hija desarrolla, eventualmente, una afición por la metanfetamina o el crack, posiblemente yo ya no pueda volver a dormir. Pero si ella no prueba algún psicodélico, como la psilocibina o el LSD al menos una vez en su edad adulta, me preocuparía de que ella se esté perdiendo uno de los más importantes ritos de paso que un humano pueda experimentar.
Con esto no digo que todos deban probar un psicodélico. Como mencionaré después, estas drogas tienen ciertos peligros. Sin lugar a dudas, hay gente que no puede permitirse el lujo de levantar el ancla de la cordura, o incluso darle el más leve tirón. Han pasado ya varios años desde que he dejado de usar psicodélicos, de hecho, mi abstinencia nace de un sano respeto hacia los riesgos que involucran. Sin embargo hubo un periodo de mis tempranos veintes en el que encontré en drogas como la psilocibina y el LSD herramientas indispensables de iluminación, y algunas de las horas más importantes de mi vida las tuve bajo su influencia. Creo que es muy posible que yo nunca descubriera que hay todo un paisaje interior de la mente que vale la pena explorar si nunca hubiera tenido esta ventaja farmacológica.
Mientras los seres humanos han ingerido plantas psicodélicas por milenios, la investigación científica de sus componentes no comenzó hasta la década de 1950. Para 1965, cientos de estudios ya habían sido publicados, principalmente sobre psilocibina y LSD. Muchos de ellos atestiguaron la utilidad de los psicodélicos en los tratamientos para la depresión clínica, el trastorno obsesivo compulsivo, la adicción al alcohol y para el miedo y la ansiedad asociados al cáncer terminal. Pocos años después, sin embargo, este campo de investigación fue abolido en un esfuerzo por detener la propagación de estas drogas en el público en general. Después de una pausa que duró toda una generación, la investigación científica de los valores farmacológicos y terapéuticos de los psicodélicos se ha venido reanudando lentamente.
Los psicodélicos incluyen químicos como psilocibina, LSD, DMT y mescalina, los cuales alteran poderosamente la conciencia, la percepción y el humor. La mayoría parece ejercer su influencia a través del sistema serotoninérgico en el cerebro, principalmente uniéndose a los receptores 5-HT2A (aunque algunos tienen afinidad por otros receptores también), provocando el incremento de la actividad neuronal en la corteza prefrontal. Mientras la corteza prefrontal, a su vez, modula la producción de dopamina subcortial, el efecto de los psicodélicos parece tener lugar principalmente fuera de las vías de la dopamina (lo que puede explicar el por qué estas drogas no formen hábito).
La mera existencia de los psicodélicos parece establecer las bases materiales de la vida mental y espiritual más allá de cualquier duda. Es posible, sin embargo, si no plausible, ver este dato desde la otra perspectiva y argumentarlo como Aldous Huxley lo hizo en su ensayo Las puertas de la Percepción al decir que la función primaria del cerebro podría ser eliminativa: su propósito sería evitar una vasta y transpersonal dimensión de la mente que podría inundar a la conciencia, permitiendo así a primates como nosotros tener su camino en el mundo sin ser apabullados a cada momento por fenómenos visionarios irrelevantes para su supervivencia. Huxley pensaba que si el cerebro era una especie de “válvula reductora” de una “Mente Libre” esto explicaría la eficacia de los psicodélicos: ellos podrían ser medios materiales para abrir el grifo.
Desafortunadamente, Huxley operaba bajo la suposición errónea de que los psicodélicos decrecían la actividad mental. Sin embargo las técnicas modernas de neuroimagen han mostrado que estas drogas tienden a incrementar la actividad en varias regiones de la corteza (así como en las estructuras subcorticales). Lógicamente, la acción de las drogas no descarta el dualismo o la existencia de reinos de la mente más allá del cerebro, pero es que nada lo hace. Este es uno de los problemas con puntos de vista de este tipo: parecen ser infalsables.
Por supuesto, el cerebro sí filtra una extraordinaria cantidad de información de la conciencia. Y como muchos que han probado estas drogas, yo puedo atestiguar que los psicodélicos ciertamente abren las puertas. No es necesario decir que plantear la existencia de una “Mente Libre” es más tentador en algunos estados de conciencia que en otros. Y la cuestión de cuáles visiones de la realidad debemos privilegiar es una cuestión que a veces vale la pena considerar. Pero estas drogas pueden producir estados mentales que son vistas en términos clínicos como formas de psicosis. De hecho, creo que debemos ser cautelosos de realizar alguna conclusión sobre la naturaleza del cosmos basándonos en una experiencia interior, no importa qué tan profunda sea esta.
Sin embargo, no hay duda de que la mente es más vasta y fluida que lo que sugiere nuestra ordinaria conciencia en vigilia. Consecuentemente, es imposible comunicar la profundidad (o la aparente profundidad) de un estado psicodélico a aquellos que nunca han tenido esas experiencias por sí mismas. Es, de hecho, difícil recordarse a sí mismo todo el poder de esos estados una vez que ya han pasado.
Muchas personas se preguntan sobre la diferencia entre la meditación (y otras prácticas contemplativas) y los psicodélicos. ¿Son estas drogas una forma de hacer trampa, o son ellas realmente el vehículo indispensable para un auténtico despertar? No son ninguno. Mucha gente no se da cuenta de que toda droga psicoactiva modula la neuroquímica ya existente en el cerebro –ya sea imitando específicos neurotransmisores o causando que los mismo neurotransmisores sean más activos–. No hay nada que uno no pueda experimentar por medio de una droga que no sea, hasta cierto punto, una expresión del potencial del cerebro. Por lo tanto, lo que sea que uno haya experimentado tras ingerir una droga como el LSD es muy parecido a lo que alguien experimentó, en algún lugar, sin ella.
Sin embargo, no se puede negar que los psicodélicos son un medio particularmente potente para alterar la conciencia. Si una persona aprende a meditar, rezar, cantar, hacer yoga, etc., no hay garantía de que algo vaya a pasar. Dependiendo de su aptitud, interés, etc., el aburrimiento podría ser la única recompensa para sus esfuerzos. En cambio, si una persona ingiere 100 microgramos de LSD, lo que ocurra a continuación dependerá de una variedad de factores pero no hay duda alguna de que algo va a pasar. Y el aburrimiento no está entre las opciones. En una hora, el significado de su existencia se derrumbará sobre nuestro héroe como una avalancha. Como Terence Mckenna nunca se cansó en señalar, esta garantía de un efecto profundo, para bien o para mal, es lo que separa a los psicodélicos de cualquier otro método de indagación espiritual. Es, sin embargo, una diferencia que trae consigo ciertas responsabilidades.
Ingerir una dosis poderosa de una droga psicodélica es como encerrarse a sí mismo en un cohete sin un sistema de guía. Uno puede ir a un lugar que vale la pena ir, y, dependiendo del compuesto y de dónde y cómo lo ingerimos, ciertas trayectorias son más probables que otras. Pero sea como sea que uno se prepare para el viaje, aun así uno puede ser lanzado hacia estados de la mente dolorosos y confusos, a veces indistinguibles de la psicosis. Por lo tanto, los términos "psicotomimético" y "psicógeno" se aplican en ocasiones a estas drogas.
Yo he visitado los dos extremos del continuo psicodélico. Las experiencias positivas fueron más sublimes de lo que yo hubiera podido imaginar o de lo que ahora puedo fielmente recordar. Esos químicos revelan capas de belleza que el arte es incapaz de capturar y para el que la belleza de la Naturaleza misma es mero simulacro. Una cosa el ser apabullado al ver a una secuoya gigante y maravillarse por los detalles de su historia y su biología subyacente y otra el pasar una aparente eternidad en una comunión sin ego con ella. Positivamente, las experiencias psicodélicas a menudo revelan cómo puede un ser humano estar tan maravillosamente a gusto con el universo, y para la mayoría de nosotros, la conciencia normal de vigilia no ofrece ni siquiera un atisbo de esas profundas posibilidades.
La gente generalmente regresa de dichas experiencias con un sentimiento de que nuestros estados convencionales de conciencia oscurecen y truncan pensamientos y emociones que son sagrados. Si los patriarcas y matriarcas de las religiones mundiales experimentaron con dichos estados, muchas de sus afirmaciones sobre la naturaleza de la realidad pueden tener un sentido subjetivo. Las hermosas visiones no nos dicen nada sobre el nacimiento del cosmos, pero nos revelan cómo una mente puede ser profundamente transfigurada por una colisión con el momento presente.
Pero así como los picos son altos, los valles son profundos. Mis malos viajes fueron, sin duda, las más desgarradoras horas que he sufrido, y hace que la noción del infierno, como metáfora y no como destino, se aplique perfectamente. No hay duda de que estas agudas experiencias pueden convertirse en fuentes de compasión. Yo creo que sería imposible tener alguna idea de lo que es sufrir de una enfermedad mental sin haber tocado brevemente sus costas.
En ambos extremos del continuo se dilata el tiempo de manera que no se puede describir aparte de decir que estas experiencias pueden parecer eternas. He tenido sesiones, tanto positivas como negativas, en las que todo conocimiento de que yo haya ingerido una droga se extinguió por completo, junto con todas las memorias de mi pasado. La inmersión total en el momento presente, en este punto, es sinónimo de la sensación de que uno siempre ha estado y siempre estará precisamente en esa condición. Dependiendo del carácter de la propia experiencia, en este punto, las nociones de salvación y condenación no parecen hipérboles. En mi experiencia, la línea de Blake sobre la contemplación de "la eternidad en una hora", ni promete ni amenaza demasiado.
En el principio, mis experiencias con psilocibina y LSD fueron tan positivas que ni siquiera creía que un mal viaje fuera posible. La noción del “set y setting” (lugar y preparación para el viaje), admitida vagamente, me parecía suficiente para salvarme de uno. Mi set mental estaba exactamente como necesitaba estar -yo era un investigador serio de mi propia mente-, y mi setting era generalmente o en bellezas naturales o en seguras soledades.
No podía dar cuenta de por qué mis aventuras con psicodélicos eran tan uniformemente placenteras hasta que dejaron de serlo, entonces, las puertas del infierno finalmente se abrieron, y parecía que fuera para siempre. En lo sucesivo, ya sea que el viaje fuera bueno o no en su conjunto, por lo general había un desvío en el camino a lo sublime. ¿Alguna vez has viajado más allá de todas las simples metáforas, a la montaña de la vergüenza y te quedaste durante mil años? No te lo recomiendo.
Pokhara, Nepal. |
Pero todo salió mal. Bueno, no todo: no me ahogué. Y tengo un vago recuerdo de haber llegado a tierra y de ser rodeado por un grupo de soldados nepalíes. Luego de mirarme por un rato mientras yo los veía fijamente por la borda como un lunático, se veían como decidiendo qué hacer conmigo. Unas palabras educadas en Esperanto, y algunos movimientos locos del remo y ya estaba alejándome de la costa. Así que supongo que eso pudo haber acabado de manera diferente.
Pero al poco tiempo ya no había lago, ni montañas, ni bote, y si hubiera caído en el agua estoy bastante seguro de que no habría habido nadie para sacarme. Por las siguientes horas, mi mente se convirtió en un perfecto instrumento de autotortura. Lo que quedó fue un continuo y aplastante terror para el cual no tengo palabras.
Estos encuentros sacan algo de ti. Incluso si drogas como el LSD son completamente seguras, el potencial de tener una extremadamente desagradable y desestabilizadora experiencia representa un riesgo. Yo creo que mis buenos viajes me afectaron positivamente por semanas y meses, y que mis malos viajes me afectaron de forma negativa. Debido a estas posibilidades en cierta forma azarosas, uno puede sólo recomendar precaución.
Mientras la meditación puede abrir la mente a un rango similar de estados concientes, éstos son menos azarosos. Si el LSD es como ser metido en un cohete, aprender a meditar es como levantar suavemente la vela de un barco. Si, es posible, incluso con guías, llegar a algún lugar terrorífico, y hay personas que probablemente no deban pasar grandes periodos de práctica intensiva. Pero el efecto general de la medicación entrenada es como meterse cuidadosamente dentro de la propia piel, sufriendo menos, en vez de más.
Como planteaba en El fin de la fe, encuentro la mayoría de las experiencias psicodélicas como potencialmente malinterpretables. Los psicodélicos no garantizan la sabiduría. Únicamente garantizan más contenido. Y las experiencias visionarias, consideradas en su totalidad, me parecen éticamente neutrales. Por lo cual, me parece que el éxtasis psicodélico debe de ser dirigido hacia nuestro bienestar personal y común según otro principio. Como Daniel Pinchbeck señaló en su muy entretenido libro Breaking Open the Head el hecho de que tanto los mayas como los aztecas usaran psicodélicos mientras al mismo tiempo practicaran con entusiasmo el sacrificio humano hacen que cualquier liga idealizada entre el uso de plantas chamánicas e iluminación colectiva suenen terriblemente ingenuas.
Como discutiré en ensayos futuros, la forma de trascendencia que parece enlazar directamente con el comportamiento ético y el bienestar humano es la trascendencia de la “egoidad” en medio de la conciencia ordinaria de vigilia. Es por medio de dejar de aferrarse a los contenidos de la conciencia, a nuestros pensamientos, humores, deseos, etc., que progresamos. Dicho proyecto no implica, en principio, que experimentemos más contenidos. La libertad del yo que es a la vez el objetivo y fundamento de la vida "espiritual" es coincidente con la percepción normal y la cognición, sin embargo, admitámoslo, esto puede ser difícil de realizar.
El poder de los psicodélicos, sin embargo, es que en ocasiones revelan, en el lapso de unas pocas horas, profundos sentimientos de respeto y entendimiento que nos podría llevar toda una vida aprender. Como suele ser el caso, William James lo dijo tan bien como las palabras lo pueden permitir:
“Una conclusión llegó a mi mente en ese momento y mi impresión sobre su verdad ha permanecido inamovible desde entonces. Es que nuestra conciencia despierta normal, nuestra conciencia racional como la llaman, no es más que un tipo especial de conciencia, mientras que al lado de ella, separadas por delgadas y transparentes capas, yacen formas potenciales de conciencia totalmente distintas. Podemos ir por la vida sin sospechar de su existencia pero apliquemos el estímulo adecuado y en un momento ellas aparecerán en toda su plenitud, tipos definidos de mentalidad que probablemente en algún lugar tienen su campo de aplicación y adaptación. Ninguna explicación del universo en su totalidad puede ser final, lo que deja a estas otras formas de conciencia bastante inexploradas. La cuestión es cómo abordarlas –pues son tan discontinuas de la conciencia normal-. Sin embargo, ellas pueden determinar actitudes aunque no proporcionar fórmulas, pueden abrir regiones pero no dar mapas. En cualquier caso, prohíben un cierre prematuro de nuestras cuentas con la realidad."
22 abril 2012
El museo en el aeropuerto de México
El blog Antigua y medieval publicó hace unos días un post titulado El Museo Nacional de Antropología expone 100 piezas prehispánicas. Se trata de piezas de culturas del antiguo México (teotihuacana, tolteca, mexica, maya...) con las que se ha editado un volumen con fotos procedentes del proyecto de digitalización denominado MNA-Canon.
Al ver las fotos me acordé de otras que había sacado yo en un viaje a México de hace un par de años. En ese viaje estuvimos trabajando y apenas tuvimos un día para hacer una visita. El caso es que al final me quedé con las ganas de ver los sitios arqueológicos que salen en todos los libros. No pudo ser pero tuve la suerte de que, cuando ya había abandonado toda esperanza, me encontré en el propio aeropuerto con una magnífica muestra de grandes piezas arqueológicas. Y otra casualidad ha sido que algunas de ellas parecen ser las mismas que las que aparecen en la exposición de las 100 piezas prehispánicas.
Aprovecho este fin de semana para rescatar algunas de ellas del archivo y mostrárselas. Disculpen algunos fallos pero la iluminación era muy escasa y no dejaban usar trípode. Si alguien puede darme más detalles de las piezas para poner una información correcta el pie de cada foto lo agradeceré.
Debo reconocer que la antiguas culturas mesoamericanas me atraen y me repelen al mismo tiempo. Casi siempre con un toque siniestro pero con algunas piezas de una estética insuperable. Situadas más lejos de lo que la geografía nos señala son, para los hijos de las culturas mediterráneas, extrañas rayando en lo incomprensible. Como resultado tengo varios libros con buenas fotos de todo el tinglado pero me queda aún cumplir con una visita de viajero (no de turista) a algunos lugares necesarios.
Al ver las fotos me acordé de otras que había sacado yo en un viaje a México de hace un par de años. En ese viaje estuvimos trabajando y apenas tuvimos un día para hacer una visita. El caso es que al final me quedé con las ganas de ver los sitios arqueológicos que salen en todos los libros. No pudo ser pero tuve la suerte de que, cuando ya había abandonado toda esperanza, me encontré en el propio aeropuerto con una magnífica muestra de grandes piezas arqueológicas. Y otra casualidad ha sido que algunas de ellas parecen ser las mismas que las que aparecen en la exposición de las 100 piezas prehispánicas.
Aprovecho este fin de semana para rescatar algunas de ellas del archivo y mostrárselas. Disculpen algunos fallos pero la iluminación era muy escasa y no dejaban usar trípode. Si alguien puede darme más detalles de las piezas para poner una información correcta el pie de cada foto lo agradeceré.
Cabeza olmeca |
Atlante (Tula, 900-1250 dC). |
Etiquetas:
arqueología,
México
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