Acabo de oír por la radio dos secuencias de declaraciones de políticos de colores diferentes con un nexo: la mentira. Sólo citaré una de ellas: Grande-Marlaska en el asunto del cese de Pérez de los Cobos. Sus declaraciones van cambiando, a veces sutilmente, otras no tanto, según se destapaba información que comprometía las anteriores. Estoy seguro de que en cada país se pueden encontrar ejemplos locales que replican lo mismo.
Eso me ha hecho recordar el librito de Sam Harris “Mentir” donde desgrana los argumentos que hacen que mentir no sea la mejor opción en casi ninguna circunstancia (creo recordar que él defiende que en ninguna).
Y ambas cosas me han hecho reconocer que la mentira en la política (y en más ámbitos, pero hoy hablo concretamente de esto) tiene más consecuencias que la mera exposición pública de que alguien nos ha querido engañar. Voy a intentar enumerarlas para comprender mi propia desolación.
Cuando alguien nos miente está afirmando un hecho falso con intención de engañarnos y lo está haciendo con consciencia y con intención. Las consecuencias de una mentira son, o deberían ser, de cierta importancia. La primera es la pérdida de confianza: esa persona ha demostrado que no es de fiar y si ha querido engañarnos una vez, no podemos asegurar que sea la única y que en el pasado y en el futuro esa conducta e intención sean otras. Ya solo con esto, esa persona deja de ser un referente y se convierte en un escombro, una sombra que, no sólo no nos vale para nada, sino que debemos eliminar, siempre con esfuerzo por nuestra parte, del paisaje político en cuando a promesas, programas, declaraciones y confianza. Nada en lo que él intervenga será fiable, nada quedará limpio cuando hable de ello, nada podemos creer si pasa por sus manos porque él mismo se ha encargado de destruir la confianza que podríamos haberle concedido a priori como regalo, ahora dilapidado.
Otras reacciones son posibles, claro, especialmente en política. La más común es la justificación, que muchas veces acaba recurriendo a la causa mayor: en efecto, ha mentido, pero lo hacía por una buena razón o para salvaguardarnos de un mal mayor. No voy a entrar hoy en la repugnancia que me provocan los “fans” que acuden sistemáticamente a este tipo de argumento. Sólo diré que si el político ha destruido la confianza, el “fan” dinamita su propia credibilidad personal al hacer patente que prefiere que nos engañen a que nos cuenten la verdad. Con ello deja claro que él mismo mentiría sin problema renunciando voluntaria y púbicamente a su honradez e integridad, algo de lo que los demás deberíamos tomar nota por si en un futuro nuestros caminos se cruzan en cualquier ámbito, personal o profesional incluidos.
Pero el problema, lamentablemente, no se limita a la destrucción de la confianza en el individuo pillado en falta. Cuando un político miente, lo más frecuente es que en su propio partido se le proteja, se juegue con nuevos engaños para intentar camuflar o atenuar la mentira original. La bola de nieve crece según más políticos se añaden al alud, mienten a su vez y usan un “argumentario” construido para reducir la realidad a términos más beneficiosos para su color, simples de asimilar e intencionalmente sesgados para ocultar lo que evidencia la mentira. Hay intención de confundir, de ofuscar, de impedir la libertad de análisis de la ciudadanía ocultándole información o dándola tan distorsionada que resulta perniciosa.
Cuando esta conducta se generaliza a todos los partidos, las mentiras acumuladas forman tramas complejas, en constante colisión entre ellas, y las consecuencias suben un nivel más: no solo la confianza se socava definitivamente a nivel global (personas y partidos) sino que obliga a los ciudadanos a un inmenso esfuerzo para intentar atisbar la verdad detrás de todas las “realidades alternativas” que se han ido formando con la bola de nieve infinita que una mentira libera.
En este estadio, ya no es fácil distinguir qué debemos usar como dato y qué debemos descartar, la falsedad se hace tan común que oculta y degrada la información veraz ¿quién nos garantiza la veracidad si la mentira se ha hecho herramienta común para llegar a fines partidistas, para manipular a los ciudadanos a beneficio de un color? La honradez se compromete, no sólo a nivel del mentiroso, sino que éste y sus secuaces consiguen que la duda se extienda a todo el escenario político que se convierte en un mal sueño ¿quién querría vivir en un decorado donde no sólo sabes que hay una gran proporción de falsedad, sino que, además, no puedes reconocer la verdad?
Como dije antes, las consecuencias a nivel social son demoledoras: el ciudadano no fanatizado puede seguir con su ideología personal pero descree del sistema para llevarla adelante, no confía en los “representantes” ya que la mentira usada y aceptada como herramienta política ha destruido esa confianza. Todo el sistema en el que debería basarse una democracia se tambalea y la unión de la sociedad con la política, que es el fundamento de una sociedad avanzada, desaparece. La mentira ha traído la desolación que, como en La historia interminable, nos oscurece el mundo poco a poco.