La cosa venía a cuento de que, como ya les conté alguna vez, estamos finalizando un proyecto donde intentamos evaluar los potenciales efectos que algunos escenarios de cambio climático tendrían sobre la vegetación peninsular. No puedo aún darles detalles pero la cosa pinta de regular a mal. Y claro, en las reuniones ya se empieza a plantear la discusión: ¿qué se puede hacer para reducir ese posible daño?
La pregunta es un arma de doble filo: por un lado se reconoce la necesidad de hacer algo pero, por otra, se reconoce el fracaso de no haber hecho nada en el pasado. Por ese motivo, y aunque las discusiones tienen su interés, creo poco en las medidas que podemos recomendar tomar. La causa es mi impresión de que muchas medidas de protección del medio natural son esencialmente lo que dije antes: coartadas. Me explico con un ejemplo conocido: España firma en 1990 el compromiso de que en el año 2014 sus emisiones de CO2 no se incrementarían más allá del 15%. A 5 años de esa fecha nuestras emisiones ya han aumentado casi el triple. ¿Cuál es el motivo? Pues fácil: después de firmar no se ha hecho gran cosa para controlar esas emisiones. Eso sí, la firma se presentó como un éxito, un gran detalle de solidaridad mundial y de buen rollo ambiental. ¿Qué se va a hacer cuando llegue la fecha y se haga patente el flagrante incumplimiento? Con mis poderes paranormales predigo que se firmará otro acuerdo, tal vez más ambicioso (total, qué más da) pero con fecha del 2025 o 2050. Y con este pasará, muy probablemente, lo mismo que con el anterior.
Parece común en estos tiempos la sensación de que firmar un acuerdo es suficiente para conseguir la meta. O de que anunciar que algo se va a hacer es equivalente a haberlo hecho. Parece tan común como la desidia para tomar medidas inmediatas ante los daños reales que estamos, ahora, viendo crecer ante nuestros ojos.
En el caso de nuestro proyecto de vulnerabilidad de la vegetación nos encontramos con una paradoja (parajoda diría alguno) que afecta tanto a los bosques como a las especies singulares. Ambos grupos lo van a pasar mal y probablemente algunas especies desaparezcan definitivamente si se confirma alguno de los escenarios analizados. Pero su problema principal no es el cambio climático, nunca lo ha sido. Su problema viene de nuestra actuación pasada y actual. Varios bosques pueden verse reducidos drásticamente pero esto es una consecuencia sobrevenida sobre la realidad de que ya los tenemos en una situación crítica: fragmentados y limitados a unas extensiones ridículas respecto a su área potencial. Del mismo modo, muchas especies que actualmente están en las “listas rojas” o equivalentes, lo están debido como causa primaria a la reducción o degradación de su hábitat no porque hayan subido las temperaturas de febrero o bajado las lluvias de abril.
Temperatura media de las máximas anual en el periodo 1961-1990; los datos de las estaciones provienen de la AEMET, su tratamiento, organización y proceso posterior (interpolación y gradientes antitudinales) es nuestro.
Otro día me desahogo y les cuento algunas medidas obvias que hay que tomar, a ver si están de acuerdo conmigo. Mientras tanto les diré que la semana pasada estuve en La Casa Encendida en Madrid, reunido con otros "agentes" de la compleja cadena que analiza y propone cosas respecto al llamado "cambio global". Analiza y propone pero no dispone. Allá estábamos un par de universitarios, algunas organizaciones ecologistas, otras ONG no directamente ecologistas, sindicatos del campo, seguros, algún medio de comunicación y varios técnicos del Ministerio y de las Comunidades Autónomas. Por la mañana nos dedicamos en privado a hablar de los problemas y retos, también de las soluciones. Por la tarde hubo una mesa redonda pública en el auditorio.
Mis sensaciones son encontradas. Por un lado es necesario hacer estas reuniones, por otro nunca sale nada nuevo de ellas. Lo que sí me quedó claro fueron dos cosas, una buena y otra mala. La buena es que el personal técnico, funcionario o contratado, es generalmente estusiasta y se molesta en hacer bien su trabajo. La mala es que en el piso de arriba, los políticos de ir y venir cada cuatro años, no les hacen ni puñetero caso. Los tienen porque mola en estos tiempos pero no se creen nada ni están dispuestos a mojarse lo más mínimo. Finalmente, la repetición de ese patrón de exigencia y frustración tiene efectos demoledores en los técnicos. La muestra de ese divorcio, el más importante de toda la cadena de decisión, es que los políticos no están nunca en las discusiones, eso lo dejan a los técnicos que, lógicamente, no tienen responsabilidad en las decisiones finales, en la acción o la inacción.
Por lo tanto, las medidas que propondremos serán probablemente brindis al sol porque suponen decisiones serias y con efectos a medio y largo plazo. Para un político medio esto carece de interés: muchos no creen que haya que hacer nada (primera dificultad) pero aunque eso no se de, las decisiones son complicadas y van contra la corriente: mucha mejor gestión del suelo, mucha menos contaminación, mucho mejor control en la explotación del agua, muchos más medios contra los incendios, promoción real y decidida del transporte público... todo ello aderezado con honradez en la gestión urbanística, sensibilidad ambiental y mucho sentido común. Nada interesante a cuatro años vista.
Les dejo con un par de mapas, el de arriba y el de abajo. Tenemos muchos más, a cientos, resultado de modelizaciones donde trabajamos con tres modelos, dos escenarios (A2 y B2) y tres horizontes temporales. Como ya se han expueto en público creo que puedo ponerlos aquí para ir abriendo boca y contarles más adelante los detalles de la cuestión, lo que hemos hecho y lo bueno y lo malo del proyecto, que de todo hay, claro.
Temperatura media de las máximas anual prevista en el periodo 1971-2100 de acuerdo con el modelo CGCM2 y el escenario A2. La escala de colores es la misma que en la figura de arriba. La temperatura media se incrementa 4.6 ºC.