Lo compré porque me gustan los libros de antropología (El antropólogo inocente debería ser de lectura obligatoria) y metí la pata hasta el corvejón. Pero miren, no todo se ha perdido porque puedo contarles a grandes rasgos de qué va la historia y luego tomen sus propias decisiones, que ya son “personas humanas” adultas.
Se supone una historia autobiográfica, donde una mujer realiza el clásico viaje iniciático. Viaje que, como todos los iniciáticos, le permitirá descubrir lo equivocada que estaba, lo llena de prejuicios y lo bien que se lo monta un grupito de aborígenes australianos. Novela del buen salvaje químicamente pura.
La chica en cuestión, que se dice médica acupuntora, viaja a Australia. Allí la está esperando un grupo de indígenas que han oído su “llamada” psi porque la pobre pasa por malos momentos personales. Pero claro, antes de abrirle los ojos hay que hacerle algunas pruebas a ver si es digna de tal regalo. Las pruebas son difíciles: coger una piedra de un montón, bendecir una fruta a ver si luego se pelaba así o asá y tirar unos huesos a ver como caen (es que allí no usan los posos del café porque no hay).
Superadas estas pruebas de sabiduría profunda, la ponen a caminar descalza por el desierto. Lógicamente, los pies le duran 5 minutos y sangra copiosamente. Pero no hay problema, una del grupo le dice que “ponga su atención en otra cosa”, y listo, a seguir. Al final del día el chamán le cura los pies con una canción:
“Hace sonidos especiales para curar heridas y cortes. También emite sonidos que extraen los fluidos de la hinchazón”.Lógicamente, todo funciona y la Morgan empieza a darse cuenta de su cerrazón mental de urbanita.
El siguiente paso es entender la profunda filosofía del grupo aborigen. Les ahorro detalles pero al leerla me pregunté como podían haber llegado al desierto profundo australiano los tópicos de la beatería ecológica “new age” típica de los EE.UU. Misterios de la vida.
Bueno, siguen caminando, la Morgan se vuelve rápidamente fuerte y receptiva, soporta temperaturas de hasta 55 ºC sin problemas. Oye los pasos de las lagartijas, la mirada de las águilas y cosas así. Y todo sin comer peyote, que se sepa.
Pero lo más interesante viene después. Por ejemplo, los tales aborígenes son telépatas. No de vez en cuando, ni alguno en concreto, no. Todos y continuamente.
“Por fin comprendí porqué caminábamos siempre en silencio. Aquella gente se comunicaba la mayor parte del tiempo mediante telepatía, y yo era testigo presencial” (sic).Aparte del sistema de comunicación, poseen muchas otras virtudes. Lógicamente, su dieta “desintoxica el cuerpo”, están en perfecta armonía con el mundo, no padecen enfermedades, no conocen la ira, la envidia ni, supongo, ningún otro pecado capital.
Curan la fiebre poniendo los pies en arena fría: “me dijeron que si conseguían atraer el calor de la cabeza a los pies se equilibraría su temperatura corporal”. Y funciona, claro.
Esa terapia fue, sin embargo, muy poca cosa comparada con la cura de una fractura abierta que hizo el chamán mediante imposición de manos.
¿El resultado?
“Sencillamente, el hueso volvió a meterse por el agujero del que asomaba”. “Al día siguiente […] se levantó y caminó con nosotros. No cojeaba en absoluto.”Aquí la presunta médica nos regala los oídos con un discurso definitivo:
“De hecho, estoy convencida de que jamás ningún médico en ningún lugar de ningún país y en ninguna época de la historia ha curado a nadie. Cada persona lleva la curación en su interior”.Y aquí, sobre la página 150, dejé de leer.