Pero, como dice el anuncio, va a ser que no. Hubiera quedado bien pero tuve la puñetera mala suerte de conocer el percal y la zona de la que hablaban y puedo comentar cuestiones que contradicen la visión bucólico-pastoril que nos vendían. Como que la vegetación de la zona en cuestión persiste parcialmente a pesar de sus habitantes (no gracias a), que la han quemado, talado y roturado durante siglos; que restos de la fauna original aún existen, pero a pesar de que los lugareños la han envenenado, cazado indiscriminadamente con lazos, a tiros, con nieve y mediante cepos, también durante décadas. Que el "saber tradicional" hizo que en algunos rincones del parque recibieran a los veterinarios a tiros o estacazos cuando intentaban erradicar la brucelosis o tuberculosis endémica en el ganado. Que la aprobación del plan rector de uso y gestión del parque siempre estuvo supeditada a la ejecución de obras, que las actuaciones de protección de ecosistemas previstos en los planes ni siquiera se iniciaron. Y eso con un parque "emblemático" como dicen los cursis.
Triste panorama que me hace ser escéptico, una vez más, con la visión del buen salvaje de los ilustrados, falsa como un billete de a euro. Por eso, para terminar con la arenga de forma positiva, recomendaré otro libro, magnífico, sobre el choque cultural. Nigel Barley era un antropólogo teórico que decidió hacer prácticas de campo con una tribu poco conocida de Camerún, los dowayos. El objeto de estudio resultó ser muy peculiar, así como la capacidad del antropólogo para atraer los problemas. Su primera experiencia de campo (casi la última) generó un libro delirante donde el mito del indígena en armonia con su medio queda bastante malparado. Antropología irreverente.
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Nigel Barley, 2002. El antropólogo inocente. Notas desde una choza de barro. Barcelona, Anagrama, 240 p.
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