Estoy releyendo el libro “El mundo y sus demonios” de Carl Sagan. Y esta vez me está dejando una sensación desagradable. Es un libro escrito desde el sentido común, donde
se defienden estrategias tan obvias como no buscar explicaciones inverosímiles si las hay simples o que si te han desaparecido las llaves de casa no eches la culpa a un extraterrestre, probablemente las has dejado en el bar.
¿Porqué entonces ese regusto amargo? Pues porque ahora, unos años más tarde, veo más claro que la superchería, los gurús, los vendedores fraudulentos de salud y bienestar son de un atractivo tan enorme que estarán siempre con nosotros. Aprovechan esa estrategia de parásitos para la que hay siempre espacio, especialmente en sociedades de cultura débil y donde el conocimiento científico es muy limitado. La situación se agrava en tiempos donde no se promueve el pensamiento crítico en la educación y donde, a juzgar por su comportamiento público, cualquier patán puede llegar a diputado sin excesivos problemas.
Esta sensación de desasosiego se agrava al escuchar continuamente declaraciones pomposas o falaces por parte de los responsables de los nuevos (¿) paradigmas educativos. Les pongo sólo un ejemplo mínimo, casi irrelevante, pero que posee esa extraña cualidad que me enerva como pocas otras cosas: hace unos días, el secretario de Estado de Universidades e Investigación, Salvador Ordóñez dice que “se están dando grandes pasos en política científica, con compromisos como el incremento presupuestario del 25 por ciento anual”. Muy bonito, magnífico, don Salvador, pero estoy harto de que se confundan las promesas con los hechos. Este tipo de declaraciones son una estafa porque sólo venden humo y generan esa suerte de majadería que en las primeras semanas de vida de este
blog, no hace tanto tiempo, llamé
nonoticias.

Y ahí está el libro de Sagan, que debería ser obligatorio en los institutos y promocionado en las bibliotecas, comparando a la ciencia con una pequeña luz perdida en la oscuridad del mito y la superstición.
No será posible ganar, sin duda, porque la superchería es una
estrategia evolutivamente estable y eliminarla es volver a la utopía. Lo que al menos debemos intentar es evitar que toda esta basura llegue a la vida pública en forma de ley. Para eso deberían estar sus señorías/os, los diputados/as, Pero no, su reino no es del mundo mortal, está en otro país, nación o lo que diablos sea esto, en un plano astral que tiene tanto que ver con la realidad como la echadora de cartas del tarot.