Me enteré hace un par de horas de la muerte de Sabato. No tengo mucho más que decir que lo que escribí hace un tiempo y que reedito aquí debajo. Noventa y nueve años es mucho tiempo para lo que suele ser nuestra vida y creo que Ernesto Sabato no solo no los desperdició sino que nos dejó un legado magnífico que deberíamos aprovechar.
A Ernesto Sabato se le conoce sobre todo como escritor y, para los que tienen memoria, por haber sido presidente de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas. La CONADEP elaboró el tremendo
Informe Sabato (1984) donde se documentó y destapó la estrategia de desaparición, tortura y ejecución desarrollada por el gobierno militar argentino entre 1976 y 1983. Ya han pasado 23 años de aquel informe, publicado en 1984.
Pero mucho más tiempo ha pasado desde que Sabato se dedicara a la investigación en física, una faceta menos conocida de su vida. La cronología es sucinta. En 1929 ingresó en la Universidad de La Plata donde se doctoró en Física en 1938. Con una “beca anual al mejor candidato del año” se fue a trabajar al Laboratorio Curie de París. En 1939, se traslada al MIT y en 1940 vuelve como profesor a su antigua universidad argentina.
La ciencia no sólo no llenó a Sabato sino que le llevó a una tremenda crisis personal que bordeó el suicidio. Consideró que la ciencia desvalorizaba al ser humano entre otras cosas por su neutralidad ante el mundo por lo que su dedicación a ella era sólo vacío. Su crítica se resume en
este artículo de 1955 del cual rescato lo que me ha parecido fundamental:
[...] la ciencia llega a ser monarca, en efecto; pero cuando lo alcanza, su reino es apenas un reino de fantasmas. A medida que se van unificando los hechos más opuestos, también van desapareciendo los atributos concretos que los distinguen, y la riqueza de la realidad va como evaporándose en el laboratorio y en el razonamiento. Y el Universo se va transformando, de un conjunto de montañas, pájaros, flores, cacerías y luchas sociales, en un conglomerado de sinusoides, letras griegas, tensores y ondas de probabilidad. Y, lo que es peor: nada más que en eso.
La trágica falacia es sostener que ese fantasma matemático es la realidad, la única y verdadera realidad. Falacia primero sostenida por los científicos y finalmente acatada por el pueblo. Frente a la infinita riqueza del universo, los fundadores de la ciencia positiva seleccionaron los atributos cuantificables: la masa, el peso, la forma geométrica, etc. Y llegaron al convencimiento de que la naturaleza está escrita en caracteres matemáticos, como Galileo afirmó. Cuando lo que está escrito en caracteres matemáticos no es la naturaleza, sino... la estructura matemática de la naturaleza. Perogrullada tan brillante como la de sostener que el esqueleto de los animales tiene caracteres esqueléticos. No era, pues la rica realidad exterior la que expresaban los científicos con el lenguaje matemático, sino apenas su fantasma pitagórico.
Por suerte el suicidio no se perpetró y Sabato se conformó con abandonar la ciencia y dedicarse a la literatura. Renunció a su puesto universitario y se fue a vivir en un remoto lugar de las sierras de Córdoba con su mujer, Matilde, y su primer hijo, Jorge Federico, de 4 años. Un lugar hermoso que le dió algo de sosiego pero difícil ya que no tenían electricidad ni agua corriente; ni siquiera vidrios en las ventanas para soportar el invierno.
De su época de científico apenas he encontrado nada, es una lástima. Con cierto orden cronológico, les pongo primero la referencia de lo que parece ser su único trabajo científico en una revista "de impacto" y que escribió en su estancia en París:
Sabato, E. R. (1939),
On Alfvén's Hypothesis of a "Cosmic Cyclotron", Physical Review, 55: 1272-1273.
(Es curioso como en este caso y con la distancia que da el tiempo, lo del "impacto" se hace claramente irrelevante, si no absurdo).
Ya en Argentina, tuvo que sobrevivir como pudo:
Conseguí algo de dinero dictando clases y haciendo traducciones por las que me pagaban miserablemente... (Antes del fin).
A estos años debemos la versión en castellano de
Nacimiento y muerte del Sol (George Gamov, tr. 1942) ):
Después vino El ABC de la relatividad y
El ABC de los átomos (Bertrand Russell, tr. 1942 y 1945).
Y como trabajos propios, finales, está el artículo "El concepto de temperatura en la termodinámica fenomenológica" (1945) y un capítulo de Física en la
Enciclopedia Práctica Jackson (1951).
Sabato debe ser leido por todos los que perdemos de vez en cuando el sentido de lo importante. Uno de sus párrafos más conocidos es de una carta a un "querido y remoto muchacho" donde le contesta a la obvia pregunta de la adolescencia ¿qué debo hacer para ser escritor?
Querido y remoto muchacho: [...] además del talento o del genio necesitarás de otros atributos espirituales: el coraje para decir tu verdad, la tenacidad para seguir adelante, una curiosa mezcla de fe en lo que tenés que decir y de reiterado descreimiento en tus fuerzas, una combinación de modestia ante los gigantes y de arrogancia ante los imbéciles.
Buscando un poco por internet me sorprendió la cantidad de referencias personales que hay hacia Sabato en la red. Me quedo con una y se la trasmito. Es la del escritor Juan Carlos Botero, que dice haberse apartado del suicidio y acercado a la escritura gracias a leer en tiempos de crisis
Sobre héroes y tumbas. Entre otras cosas comenta algo que comparto:
Los escritores deberían practicar el idioma de las nubes: guardar un enigmático silencio o, al escribir, tronar. Un ejemplo de esta clase de creador fue Juan Rulfo, quien en dos obras magistrales consideró dicho lo que tenía que decir, y después no hubo tentación capaz de quebrar su silencio hasta la muerte. Otro caso cada vez más valioso, es Ernesto Sábato.
Yo sólo les recomiendo que lean
Antes del fin, un pequeño libro autobiográfico que deberíamos tener a mano siempre. Luego ya decidirán si siguen explorando el resto de su obra superviviente.
No sé si se nota, acaso por el caos atropellado con que he escrito este post, que el enorme respeto que siento por este hombre es único, no lo tengo por nadie más.