25 agosto 2006

Sólo un fragmento de vida diaria

No esperen gran cosa, entradilla ligera, de fin de agosto...

Parte 1. La situación.

No sé cómo se organizan allá por las américas para ir de compras. Aquí nos hemos metido poco a poco en un protocolo de esos que te vuelven gili…, digo, que te armonizan con los nuevos tiempos de conductas complejas y esencialmente estúpidas. Por eso odio ir a los supermercados, porque son como el colmo de los absurdos cotidianos.
Lo primero es llegar, cosa no especialmente simple. Es obligado usar coche porque está en las afueras y el transporte público no existe o está completamente inadaptado a su función. El uso del coche supone contaminación, un incremento de coste y te incita a comprar de más para amortizar el viaje.
En el enorme local los productos cambian periódicamente de lugar con el único y exclusivo fin de que el usuario callejee unos cientos de metros por los pasillos y se inunde de información basura. Esta versión del spam puede suponer el 99.9% de todo lo que ves. Un bonito ejercicio sobre la estrategia de convertir el comprador en el judío errante es situar en un croquis la ubicación de los productos básicos: pan, aceite, leche, huevos y coñac. Fíjense que siempre están convenientemente lejanos entre sí, supongo que en beneficio del usuario ya que caminar es excelente para la salud.
Pero caminar por un hiper de estos difiere esencialmente del paseo por el parque o por la calle peatonal de tu ciudad. En este último caso, el paseo es hasta relajante, intercambias saludos con los conocidos ociosos, criticas las obras municipales con todos o simplemente te dedicas a ver pasar la vida del sexo opuesto. En un hiper la conducta es diferente, agarrado fuertemente al carrito, harto del ruido que te envuelve y sobre el que se sobrepone a duras penas la música con la que promocionan el último disco de Bisbal, compites por el espacio y la circulación.
La hora de pasar por caja es una mis preferidas por el protocolo: si sacas tu tarjeta de crédito te piden el documento de identidad para comprobar si la has robado. Este bonito detalle es esencialmente latino: eres siempre sospechoso de ser un delincuente. Y la encargada de hacer ese test jurídico es la chica de la caja (aquí hay pocos hombres). Por eso yo robo las carteras completas para que los nombres coincidan porque luego nunca miran si el de la foto eres tú. En un arrebato experimental, un amigo mío pasó el test sin problemas enseñando el carnet de una organización juvenil extinta con el franquismo, donde el susodicho ostentaba 30 años menos.
Tras pasar la prueba de honradez, te piden la tarjeta del supermercado con la que acumulas puntos para que luego te descuenten el 10% de tu próxima e inverosímil compra de chanquetes marca Acme. Yo nunca llevo esa tarjeta por lo que la cajera me examina, ya atentamente, con sospecha y me recomienda que no me vaya sin pasar por la caja principal a encargar una. El procedimiento no es inocuo: para sacar la tarjetita hay que rellenar un papel con tus datos personales: nombres y apellidos, fecha de nacimiento, domicilio, teléfono… y firmar algo redactado por el mismo sujeto de las instrucciones del teléfono móvil (ver una de las entradas anteriores). Y esto me lleva a la segunda parte.

Parte 2. Las consecuencias.
Poco a poco, fragmentos de nuestra identidad se trasmiten a las tarjetas de la biblioteca, del videoclub, de crédito, de la gasolinera, del hipermercado, de sanidad, de la universidad. Nuestro teléfono suena continuamente por parte de compañías telefónicas rivales que se empeñan en que les contemos nuestra profesión, nuestra edad, cuántos somos en casa, si tenemos internet, en qué rango está nuestro sueldo… Y dentro de poco todos los coches y teléfonos móviles llevarán GPS y serán localizables en cualquier momento. Google incorporará la utilidad de ver en qué cajeros hemos usado nuestra tarjeta en los últimos meses. Carrefour nos enviará un correo electrónico diario personalizado con las ofertas de productos que, de acuerdo con nuestras compras anteriores, son esenciales para nosotros. Mientras tanto, sin esperar a esto, en el aeropuerto de Barcelona se graban en video las matrículas de los coches que entran y salen; las autopistas tienen cámaras fijas y las compañías telefónicas retienen los números de las llamadas durante meses. Todos sin preguntar, claro.
No soy especialmente celoso de mi identidad (a partir del blog se llega a mi nombre completo, foto y currículo académico en tres clicks). Pero sí me gusta practicar una desobediencia civil moderada ante el control de nuestras actividades privadas aunque sólo sea para hacer patente lo patético del esfuerzo. Yo les propongo dos o tres medidas: no contesten a las encuestas, no usen tarjetas salvo en caso de emergencia, no den su teléfono más que a los amigos. A mí, el servicio (¿) de Correos me ha facilitado las cosas negándose a llegar a mi casa por lo que mi dirección, incluso para la recaudación del Estado, es un apartado postal.
Pero ahí se acabaron las opciones (a menos que se les ocurra algo, soy todo oídos).
Por último y para acabar bien: no se tomen esto demasiado en serio y no se les ocurra ver “Enemigo público”.

3 comentarios:

Ulisses 101 dijo...

Pues a mi me gustan mucho los supermercados. Són mucho mejores que lo de antes (aquello de salir al bosque a recolectar y cazar los productos básicos.

Por cierto: sabemos quién eres, sabemos lo que has estado haciendo, sabemos dónde encontrarte y te estamos vigilando.

Saludos.

Anónimo dijo...

Complemento: (publicado el 20/02/06 en Materia GRiX)

Consejos para afrontar debidamente el desafío de una encuesta.

Lo primero es preguntarse qué saca uno de todo eso. Está claro que te piden que trabajes gratuitamente para quien la encarga. Puede que el encuestador argumente que es para mejorar el servicio. Es mentira y, aunque fuera cierto, él cobra por dar la matraca sin que usted reciba nada a cambio. Si hay tiempo y ganas de charlar un rato el deber cívico es poner a caldo el servicio o la empresa en cuestión incluso en los aspectos dignos de elogio. Si de mejorar el servicio se trata, no hay otra opción lógica. No olvide que las corporaciones no tienen abuela.

En segundo lugar, es indispensable preguntar para quién se realiza. Si no saben/no contestan, haga lo mismo o insista con vehemencia en el punto uno, negociando al alza la contrapartida económica o el irrenunciable regalo.

Si le compensa “colaborar” [recuerde que esto es un eufemismo para designar su trabajo] diviértase, no intente hacerlo bien, ni siquiera correctamente. Dude, muéstrese titubeante y responda lo que pase por su cabeza aunque sea lo contrario de lo que quiera decir. Tómese su tiempo; cuanto más pueda mejor pues eso incrementa notablemente los costes del estudio. No intente desvirtuar los resultados, deje esa tarea para los avezados y los toca pelotas profesionales.

Como norma, nunca responda a encuestas telefónicas. Son una falta de consideración hacia el encuestado. No dan nada a cambio, incordian y además resultan baratas para los interesados. Deje hablar al encuestador, especialmente si le llaman al móvil y recuerde que el tiempo es oro para ambas partes. Si anda apresurado, remítase al punto primero y enfatícelo con frases como “interés material” o “beneficio personal”; es contundente, sólo podrán rebatirle con falacias.

Si le abordan a pie de calle el asaltante puede apelar a la filantropía o la caridad alegando que le pagan por cuestionario. En tal caso proporcione los datos necesarios sin descuidar su privacidad y que otros se ocupen de cumplimentar lo restante.

Si el encuestador [ ella “ello” o él ] atrae su interés personal por algún motivo, lo tiene a huevo. Olvídese del objeto de la encuesta y responda centrándose exclusivamente en su interés por el interlocutor. No desperdicie una magnífica oportunidad.

Los sondeos sobre política no sirven para nada. Buscan resultados preestablecidos. Pregunte por curiosidad quién la encarga y responda siempre con una gran mentira sobre su intención de voto.

Las encuestas “científicas” suelen estar mal redactadas facilitando la tarea de no tener que pensar sobre lo que se responde. Déjese llevar, son irrelevantes y podrá poner en el currículo que participó en tal o cual estudio. Ningún científico serio haría una encuesta; prefieren los experimentos.

Los formularios de Internet son el caso más sencillo y reconfortante. Mienta a placer, sin complejos. Rellene todas las casillas de la incordiante página con datos falsos, la impunidad le avala.

Conducirse de esta manera altruista es un intento de evitar la explotación del hombre por las corporaciones y los estados, proteger el derecho a la privacidad y evitar la concentración de técnicas de condicionamiento y manipulación social en manos de unos pocos.
Y no se confunda, las encuestas electorales son de un tipo especial; sólo son útiles cuando lo son para uno mismo.

Ángel M. Felicísimo dijo...

Félix dixit "sabemos quién eres..."
¡Vaya! ¡lo mismo que hace mi mujer! ;-)

Materia grix: completamente de acuerdo.

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