08 agosto 2006

De ratones paracaidistas y otras leyendas vivas

Donde los ratones invasores saltan desde avionetas en una conspiración estatal-ecologista

No sé si les comenté que estoy de vacaciones en un pueblo de Tierra de Campos. Para los de fuera les diré que se llama así a un paisaje de Castilla donde los árboles han sido sustituidos por campos de trigo, centeno y girasoles. Apenas ondulado, algunos chopos y álamos flanquean los ríos y en cada pueblo no falta la iglesia, una o más, construida cuando se hacían esas cosas. A falta de convento, estoy en una casa pequeña de adobe, con las paredes revestidas de barro mezclado con paja, ya que aquí nunca hubo piedra, y vigas de madera. Este pueblo no es Macondo pero tampoco desmerecería en una novela.
Por la tarde, cuando afloja el calor, la gente saca las sillas a la calle y se sienta a hablar. Los temas son limitados porque la vida no aporta muchas novedades y la política, que tanto da de sí en otras tertulias, es del color único del cacique local. La Castilla profunda tiene fama de hosca, de silencios cuando pasas a su lado y eres forastero mientras te siguen con miradas tan expresivas como la de Charles Bronson.
A veces me acerco en bicicleta hasta otro pueblo donde me dejo caer por el bar antes de comer. Este me gusta porque se considera que la cháchara en las mesas es privada pero si se produce de un lado a otro de la barra (mostrador, se decía antes) es pública y puedes intervenir sin mayores problemas. Si lo haces con acierto puede que la dueña, buena conversadora, te invite a una ronda rellenando el vaso sin preguntarte.
El otro día lo hizo dos veces porque la conversación derivó sobre los topillos, unos roedores cuyas poblaciones sufren variaciones demográficas explosivas de vez en cuando, según venga la primavera. La explicación local es otra, por supuesto:
—Pues este año el ICONA no ha soltado ratones.
—No, pero soltaron serpientes porque el otro día mataron una grande en X por la tarde de esas que no hay por aquí.
—Mientras no hagan como en XX, que soltaron chacales.
Aquí, la dueña, que no me quitaba ojo desde el principio de la conversación, me rellenó por primera vez el vaso a ver si me sacaba del estado cataléptico.
La media hora siguiente fue de lo más ilustrativo. ICONA fue el acrónimo del Instituto Nacional para la Conservación de la Naturaleza, organismo extinto hace un par de décadas aunque aquí sigan sin enterarse. Y allí intenté explicar los rudimentos de la dinámica de poblaciones bajo un amable pero impermeable silencio. Intenté decirles que yo conocí bien el ICONA y que jamás soltaron ratones ni serpientes, que eso era una leyenda recurrente. Que la serpiente que mataron en X la otra tarde fue en mi calle y que era una culebra de agua, una Natrix despistada de apenas 90 cm, inofensiva, de las que hay en el arroyo de más abajo. Que XX era mi tierra natal, Asturias, donde aún hay lobos y zorros pero nunca chacales, especie que sólo puede verse en España en los documentales de la tele.
Mi poder de convicción fue escaso y dio lugar a que surgieran otras pruebas de mi ignorancia.
—Entonces usted tampoco creerá que…
Y en ese “que” reaparecieron todos los mitos rurales que aprendí en mi infancia: las lechuzas que entran en las iglesias a beber aceite de las lámparas (siguen haciéndolo, parece ser, aunque ya no hay lámparas de aceite). O las serpientes que entran a la cuadra (la corte en Asturias) a mamar leche de los tetos de las vacas. O que las vacas paren con luna menguante o que cuando el mochuelo se pone pelmazo desde la torre de la iglesia es que va a morir alguien.
El segundo vino que me puso la dueña fue cuando uno comentó que el ICONA tiraba los ratones desde avionetas pero que, como se mataban muchos, habían terminado metiéndolos en bolsas con agua. Atados rápidamente de cuatro en cuatro, los echaban por la ventanilla. El que tenía la mala suerte de caer debajo se espachurraba pero los otros, rota la bolsa antes de ahogarse, salían corriendo empapados pero felices. Finalmente, la variante más eficaz fue, parece ser, tirarlos con pequeños paracaídas, siempre de noche para que la gente no se diera cuenta.
Los argumentos manejados eran irrebatibles: “pues lo vio fulano, que estaba a la puerta de la bodega”, o “me lo dijo el médico, que un hermano suyo vive en Madrid”. Razones de autoridad ante las cuales no caben doctorados en biología.
La conversación siguió agradablemente, aderezada con pimientos picantes fritos, hasta que llegó la hora de comer. Al irme me recomendaron sinceramente que no fuera caminando por la chana de noche, una especie de páramo local, porque a veces se oyen voces.

13 comentarios:

Anónimo dijo...

La cuestión es: ¿los ratones gritaban "Gerónimo" o no?

Anónimo dijo...

Bonita entrada, muy gustosa...

Jack Maybrick dijo...

¿los ratones gritaban "Gerónimo" o no?
¡Por supuesto que no!
Gritaban ¡Mickey Mouse!
Me lo dijo el Pato Donald...

Pereque dijo...

¡Qué folclórica es la Iberoamérica rural! Uno no sabe si sacar el arsenal escéptico ante cuentos de estos o nomás sentarse y disfrutar. Creo que lo segundo es mejor. - P.

Anónimo dijo...

Ten cuidado, le estás dando ideas a Iker para su folletín dominguero. No me extrañaría que lo incorporase, al fin y al cabo tus contertulio son una fuente tan reputada como las que suele citar en su ¿programa?, y, por si fuera poco, puede decir eso de "el fenómeno es sobradamente conocido en la zona", o eso otro de "incontables testigos acreditados", lo que en argot magufo se entiende como: "hay dos que dicen que les contaron que algo parecido pasó en algún lugar"

mrci dijo...

Esto me trae a la memoria los relatos de mi abuelo... :)
Me contaba que de joven había visto, al amanecer, a una hermosa Xana, de largos y sedosos cabellos rubios, cantando una triste canción a la orilla del rio...
Aún siendo un niño, aquello me pareció una tontería, un cuento de hadas.
Solo muchos años después, comprendí que había logrado “tocar” los últimos restos que quedaban de una vieja cultura.
Un saber que estaba basado en la transmisión oral de unos mitos cuyas raíces se hundían en el saber popular.
Cuando los dioses eran femeninos y en el páramo, de noche, aún se oían voces.
Un saludo desde el norte :)

Anónimo dijo...

Bonita entrada

Ángel M. Felicísimo dijo...

La xana, el cuélebre, el trasgu... hasta los lobisomes gallegos son un patrimonio a conservar porque ha formado parte de las costumbres. A lo mejor es como en Xena "hubo un tiempo donde las xanas se mezclaban...". Bueno, va a ser que no, pero eso no nos quita las leyendas, que hay que disfrutarlas.

Ulisses 101 dijo...

Ha, ha, ha! Me he partido de la risa al leer este post. Esos mitos rurales són bueníssimos.
Creía que en España ya no quedaban zonas taaaaan rurales. Debes de estar disfrutando mucho con tus vacaciones.

mrci: El relato de tu abuelo, además de provenir de la tradición oral, responde a una experiencia que él tuvo. No dice "fulanito me contó que...", dice que él habia visto. Y me parece interesante, incluso poético, preguntarme qué vió tu abuelo. Quizá vió una joven de la que se enamoró peró que tuvo que reprimir haciéndola pasar al imaginario (una xana) debido a su amor por tu abuela (o su madre).

mrci dijo...

No hace falta escapar a sitios inaccesibles donde aún no llega la luz o la cobertura del móvil (que los hay) para encontrar sitios tan "rurales".. :)
A menos de 10 minutos en coche de muchas capitales de provincia se puede uno "sumergir" en otra época y hasta en otra cultura que se resiste a desaparecer.
Como decía "Angel" a veces solo es necesario entrar con "buen pie" en la tasca del pueblo. :)
Y por lo que respecta a mi abuelo, estoy seguro que aquella "Xana" le traía muy buenos recuerdos :)...
Pero la asociación inconsciente que él hacía con la diosa de la fecundidad, sus cabellos largos y rubios, la cueva, el agua que brotaba de ella... tiene una simbología y profundidad mítica que por desgracia desapareció, como vivencia, en sus herederos.
Un saludo :)

Anónimo dijo...

Me sorprende que haya quien asocie este tipo de pensamiento con la población rural.
Sé de zonas urbanas donde las echadoras de cartas, curanderos y otros fabuladores son parte importante del mobiliario público.
El post me ha gustado.
Nací en un pueblo así que ha dejado de ser así aunque haya alguna gente que sigue pensando así.

Sentido Comun dijo...

Sin embargo los curanderos, echadores de cartas y vendedores de chochitos estan muy poco relacionados con el folcklor popular rural, salvo quizas por la ignorancia, pero sin la parte del dolo.

De acuerdo con pereque, yo prefiero sentarme a disfrutar,y solo intervenir cuando crea que me puedo ganar otro vaso de vino.

Saludos

Ángel M. Felicísimo dijo...

¡Diablos, me habeis pillado!: era por el vino.

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