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05 junio 2007

Kico y su pastelera madre

Me gusta la arqueología. Y tengo más respeto por lo viejo que por lo nuevo que frecuentemente me parece puro esnobismo. Por ejemplo, el puente de Santiago Calatrava en Mérida (puente Lusitania, 1992) me parece un desastre. La razón es que don Santiago no se dió cuenta de que no estaba construyendo en un erial sino a pocos metros de una obra como el puente romano y que esa vez no te tocaba a él ser protagonista. En mi imaginación veo algo que no ocurrió: lo veo pensando como hacer una obra nueva armónica con la vieja, sin imitar, distinta pero amiga. ¿Que es difñícl? Pues claro, pero para eso es un arquitecto estrella.
Lo que pasó fue lo contrario, hizo lo de siempre, sin valorar el lugar y parecería que su puente tiene complejo ante el otro. Por ejemplo, el que circule en coche por el puente Lusitania se dará cuenta de que la altura de los tubos que hacen de barandilla es exactamente la adecuada para impedir la vista del puente romano. O el que lo haga de noche quedará deslumbrado por los cientos de tubos fluorescentes que anulan las discretas farolas que permiten el paseo relajado por el otro.
En fin, aparte de la digresión, sobre arquelología recuerdo dos sensaciones especialmente fuertes. La primera fue paseando por Tirinto, esa ciudad griega que tuvo su esplendor hace algo más de 3300 años y donde aún se mantienen en pie las galerías y sus enormes piedras. Otra fue al visitar un poblado celta fuera de las rutas turísticas en el concejo de Boal, en Asturias, y ver como salía de la tierra un horno. El día, húmedo y neblinoso controbuyó sin duda al efecto.

Por eso llevo mal que algún imbécil vacíe su espray en la puerta de madera de la universidad vieja de Oviedo o en los postigos del edificio histórico de Alcalá de Henares. Por eso me acuerdo de Kico y de sus antepasados cada vez que paso por la zona sur del puente de Mérida. Piedras que fueron labradas hace dos mil años, que han sobrevivido trabajosamente al montón de guerras que nos apasionan por estos lares y que, superado lo peor, se encuentran con Kico y su ansia de ser recordado. Por mi parte lo ha conseguido, me acuerdo de él con cierta frecuencia.

09 mayo 2007

Otra de romanos

Hoy sólo les traigo un par de fotos de donde vivo, la Mérida ibérica (hay tres Méridas más en el mundo, en México, Venezuela y Filipinas).
Es sabido que esta Mérida fue fundada en el año 25 a.C. con el nombre de Augusta Emérita y como retiro de soldados veteranos de las guerras cántabras, los últimos territorios conquistados en la península. El repentino crecimiento supuso la aparición de las grandes obras públicas en las que los romanos eran expertos.
El acueducto de Los Milagros era una de las tres conducciones que surtían de agua a la ciudad. De una de ellas, subterránea y poco conocida, ya mostré algunas fotos en un post anterior (una de romanos).
En cuanto a este acueducto, su nombre es lógicamente muy posterior a la fecha de su construcción que parece ser de finales del siglo I a.C. (fundación de la ciudad) con retoques en el III. El agua procedía del pantano de Proserpina, uno de los pocos que conservan el muro romano (hay debate sobre ello), y era conducida a lo largo de unos 10 km por canales subterráneos primero (hay restos de bóvedas) y por el acueducto al final, todo ello con una sorprendente pendiente de apenas 3.5 mm cada 10 m. La construcción original tenía una longitud de 830 m y una altura máxima de 25 m. Estos son datos fáciles de localizar y bastante conocidos.
Tal vez son más esquivos los trabajos donde se presentan argumentos a favor y en contra de la naturaleza romana de la presa de Proserpina, nombre que se le puso, parece que espuriamente, en el siglo XIX. Por un lado está este trabajo donde se defiende esa antigüedad de casi 2000 años y donde las pruebas más sólidas son sin duda algunos análisis de C14 que dan fechas sobre el siglo I d.C. (polen en sedimentos y un tapón y una muestra de madera localizados en la limpieza de 1995 que vació el embalse). Por otro lado, este otro trabajo sostiene que esas pruebas son insuficientes y da sus propios argumentos sobre la construcción de la presa en la Edad Media. A mí me parecen más convincentes las primeras porque las del segundo artículo se basan más en insistir en que las pruebas son insuficientes que en presentar pruebas que avalen sus propias hipótesis y las dataciones me parecen difíciles de refutar.
Pero, independientemente de este asunto, el espectáculo es magnífico:

Pilares del extremo Sur donde se ve la alternancia de sillares de granito con ladrillo tanto en los pilares como en los arcos.

En el tramo central, actualmente ajardinado, quedan algunos de los contrafuertes y se aprecia la parte de mampostería que con los sillares de granito y los ladrillos conforma la construcción. Los pilares cercanos al cauce poseen tajamares en la zona baja.

Y por si me lee gente informada sobre el tema ¿fueron derribados algunos arcos para dejar paso a las vías del ferrocarril? El aspecto actual lo sugiere pero la declaración del acueducto como bien cultural en 1912 parecería impedirlo.

Imagen tomada de Google Earth donde se ve el acueducto de Los Milagros salvando el pequeño valle del río Albarregas

28 diciembre 2006

Libros, grutas y arqueólogos

Donde un arqueólogo consigue la biblioteca perdida

A la famosa biblia de Gutenberg le corresponde el honor de ser el primer libro impreso con el sistema de tipos móviles, mientras que anteriormente era necesario esculpir, generalmente en madera, las planchas que se usarían para imprimir en serie cada página. Pero eso fue en Europa. Como en todas estas cosas, en el continente asiático todo se había hecho antes. Parece que los tipos móviles habían sido inventados por un tal 畢昇 (pronúnciese ) allá a mediados del siglo XI y que eran de arcilla endurecida al fuego.
Pero hoy quería hablarles del libro impreso más antiguo que se conoce y de su peculiar aventura. Se trata, cómo no, de un libro chino y ha podido datarse con exactitud: año 868, hace 1138 años.
La historia comienza en un lugar perdido en medio del desierto del Gobi, a cuatro días de camello de Dunhuang, una población del Norte de China donde confluían los caminos norte y sur de la Ruta de la Seda (8000 km de nada para conectar todo el Sur del continente asiático). Ese lugar se ha llamado de varias formas; entre ellas las Grutas de los Diez Mil Budas o, con algo menos de espectáculo, las grutas de Mogao. Se trata de un gran complejo de santuarios excavados en un cortado rocoso de algo más de 1.5 km de longitud. Fue un lugar estratégico donde los viajeros invocaban protección ante el incierto futuro que suponía internarse en el desierto de Taklamakan o, para los que hacían la ruta de Oeste a Este, para agradecer el regalo de haber sobrevivido.
El origen de los santuarios se remonta a mediados del siglo IV, cuando al monje Lo-tsun se le aparecieron mil Budas simultáneamente convenciéndole, supongo que por abrumadora mayoría, de la oportunidad de decorar las grutas con imágenes y textos sagrados. Poco a poco las grutas existentes fueron decoradas hasta alcanzar más de mil, de las cuales quedan actualmente algo menos de la mitad.
Este lugar atesoró pinturas y esculturas durante más de un milenio, circunstancia desconocida para los europeos hasta primeros del siglo XX. Antes había estado allí algún aventurero y explorador como el ruso Nikolai Mikhaylovich Przhevalsky, o el húngaro Lajos Loczy, ambos pioneros en la exploración de las remotas regiones del Tibet e Himalayas (remotas para nosotros, claro).

Una pequeña parte de las grutas en una foto antigua
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El caso es que un 12 de marzo de 1907 apareció en Dunhuang un notable personaje llamado Marc Aurel Stein. Stein fue un explorador sobresaliente que acabó siendo nombrado Sir por el gobierno británico (aunque era húngaro de nacimiento) y doctor honoris causa por Oxford y Cambridge, además de obtener la medalla de oro de la Royal Geographic Society. Nada raro porque Stein abasteció durante décadas al Museo Británico con tesoros traidos de sus expediciones al Taklamakan, en viajes imposibles donde lo mismo atravesaba el Karakorum que excavaba en invierno con temperaturas glaciales.

Stein con su perro y su peculiar equipo arqueológico
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Stein quería ver las grutas poco menos que en plan turista porque acababa de descubrir en las profundidades del desierto de Lob lo que parecían ser restos del extremo occidental de la Gran Muralla (y que, por cierto, lo eran, con 2000 años de antigüedad y 500 km de longitud).
Allá le cotillearon que había un monje llamado Wang Yuanlu que ejercía de guardián de las grutas y que había encontrado una biblioteca en una cueva antes desconocida. Al oir la historia, a Stein se le pusieron las orejas como a un perro perdiguero y se acercó a las cuevas para encontrar que el monje estaba ausente y que la gruta en cuestión estaba cerrada a cal y canto con una sólida puerta.
Mientras esperaba al monje taoísta, le contaron que había miles de manuscritos y que la puerta había sido puesta por orden del gobernador de la provincia, al que había llegado la noticia.
Stein se dedicó en las semanas siguientes a engañar al monje. Primero le ofreció dinero (donaciones para restaurar el lugar), intentó halagarle fingiendo lo interesado que estaba en las restauraciones (parece que horribles) y finalmente logró interesarle hablandole de un santo que reverenciaba, Con esta última estrategia consiguió ganar su confianza hablándole de los lugares que había visitado en pos del santo (muy viajero al parecer). Wang acabó enseñándole algunas pinturas donde el santo salvaba libros sagrados sacándolos de India y llevándolos a China lo que sirvió para convencerle de que Stein había llegado en el momento justo de examinar los antiguos textos y sacarlos del olvido. El momento en el que Wang abre la cueva a Stein queda reflejado en su relato: “una apretada masa de manuscritos enrollados y apilados en estratos sin orden surgió bajo la luz de la pequeña lámpara del monje. Alcanzaban los tres metros de altura y llenaban ciento cincuenta metros cúbicos como pude medir posteriormente” (luego se supo que contenía unos 40000 documentos).
Wang no le dejó sacar los manuscritos aunque sí examinarlos uno a uno en una pequeña cueva vecina. A eso se dedicó Stein durante meses, encontrando que los rollos estaban en un perfecto estado de conservación. Seleccionaron cientos de ellos convenciendo a Wang de que los llevarían a un “templo del saber” en Inglaterra a cambio de una donación al santuario. Al cabo de un año y medio, una pequeña caravana con 24 cajas llenas de manuscritos y 5 más con pinturas sobre seda llegaron a la British Museum Library (luego British Library).
Entre estas riquezas estaba el Sutra del Diamante, el libro impreso más antiguo que se conoce. La datación se debe a que la fecha está escrita en el rollo de casi cuatro metros de largo: “décimotercer día del cuarto mes del noveno año de Xiantong” que, con la misma velocidad que yo, habrán identificado sin dificultad como el 11 de mayo del 868.
El rollo está impreso a partir de 7 bloques de madera. La técnica era, al parecer, pintar los caracteres sobre papel. Este se superponía a un bloque de madera con lo que se transfería la imagen especular de lo escrito. Sólo quedaba rebajar a mano la tabla para poder imprimir cientos o miles de copias. Actualmente, el Sutra del Diamante se expone en el Museo Británico muy cerca de la biblia de Gutenberg. Lógicamente, mientras Stein fue un arqueólogo heroico para Occidente, en China se le considera un vulgar saqueador.
Pero no se retiren aún. Rebuscando por internet encuentro un par de maravillas. La primera es el Digital Archive of Toyo Bunko Rare Books, donde encontramos el original escaneado y pasado por OCR de The Thousand Buddhas de Stein con magníficas imágenes. La otra es el Sutra del Diamante también escaneado y que podemos desenrollar a voluntad en Turning the pages de la British Library junto con otros 14 libros excepcionales. Finalmente, la Biblia de Gutenberg no ha sido menos y ha sido digitalizada por la Universidad de Texas.

Actualmente The International Dunhuang Project está en proceso de digitalización de miles de documentos dispersos por varios países. Piérdanse un rato por sus páginas y que tengan un buen año.

23 noviembre 2006

De cuevas y mayas

Un largo viaje desde el Norte de España al de Guatemala

Asturias es un paraíso de la espeleología debido a la enorme potencia de las calizas de los tres macizos de los Picos de Europa (no se salten este enlace, échenle un vistazo especialmente a la foto del pozo P90 y se harán una buena idea sobre qué estamos hablando).
Las cuevas ahí son verticales, frías, con cascadas de agua que se pierden en la oscuridad. La más profunda por ahora es la Torca del Cerro, con un desnivel de 1589 m entre la boca superior y el final; la segunda es el Sistema del Trave, con -1441 m.
Yo hice espeleología durante una década hasta que la dedicación que exigía me hizo mirar otras aficiones, y es que nunca fui amigo de dedicarme a una sola tarea. Una lástima porque las cuevas son la última aventura al alcance de la mano. Los polos, los desiertos, han perdido la parte de misterio que tenían pero el mundo subterráneo permanece inexplorado, a la espera de que encuentres la entrada y sigas los pozos y galerías cuya única trampa es la oscuridad y el esfuerzo. Y no funciona el GPS, culpable de que los viajes ya no sean lo que fueron.
Tengo dos recuerdos intensos de esa etapa. El primero me marcó una parte de mi carácter y el segundo de mis aficiones.
Ese primer recuerdo es una sensación, la de entrar en un lugar, una sala, una galería, donde nadie ha estado nunca. Era una sensación real porque no era difícil descubrir cuevas y su exploración nos llevaba a salas y galerías que las lámparas de carburo iluminaban por primera vez en su historia de miles de años. Y a veces posiblemente por última.
El segundo recuerdo no viene de esos laberintos verticales que la humanidad nunca ocupó ya que incluso hoy son extremadamente hostiles. Hay que descender a las zonas bajas, menos frías y menos impresionantes pero donde las cuevas fueron refugio de nuestros antepasados en tiempos difíciles. Una vez llegamos a una pequeña sala chapoteando por el río, y bajo las luces de los cascos pudimos ver, en una terraza elevada, restos de madera quemada bajo una pared con pinturas. Pinturas muy simples, de círculos y puntos rojos, hechas por alguien que se alumbró en algún momento con aquella fogata. La pátina de limo y calcita que lo cubría todo era transparente y estaba intacta. Localizamos la entrada original, cegada por un derrumbe, y salimos siguiendo el cauce del arroyo aguas abajo. Éramos tres y no tocamos ni dijimos nada nunca porque quisimos mantener la sensación de haber tenido una visión privilegiada y única. Y ahí nació mi afición por la arqueología, en esa cueva de apenas 200 metros de desarrollo.
Esa afición me llevó después a disfrutar visitando sitios tan distantes como Tirinto o las orillas de un helado Lago Argentino donde en una roca en medio del viento vi pinturas similares.
Por eso, ya en presente, me ha ilusionado leer que un equipo de arqueólogos ha encontrado cosas interesantes en un lugar llamado San Bartolo, en Petén, Guatemala. Son restos de la cultura maya y hasta el año 2001 sólo había sido excavado por saqueadores.

Una de esas cosas es un bloque de piedra como cualquier otro, con la salvedad de tener pintada una decena de signos jeroglíficos con una edad probable de 2200 años. La escritura, ese milagro al que ya me he referido varias veces en este blog, no tiene nada de tosca lo que hace suponer que no estamos viendo una muestra de sus inicios sino algo mucho más maduro.

Y otra de las cosas es un mural policromado de apenas uno o dos siglos después: en un “lienzo” de 9 metros de largo el artista ha representado el mito de la creación del mundo, la historia de un dios y la coronación de un rey.
Poco después, cerca de la pirámide donde está el mural, se encontró una tumba real maya, la más antigua hasta el presente y casi contemporánea con el mural. Eso sólo en unos pocos años de excavación.
La información publicada sobre San Bartolo es escasa, todo es un copio/pego, en parte por el poco tiempo que el proyecto lleva en ejecución pero también posiblemente por las condiciones que la National Geographic Society impone por ser la principal entidad financiadora de la aventura.


No me ha sido fácil encontrar buenas imágenes o artículos de nivel sobre los últimos hallazgos. Pero al final, en sitios no muy evidentes, encontré un buen documento sobre mural en español, con esquemas casi completos, y un video sorprendente donde podemos entrar en la excavación y asistir casi en vivo a la liberación de las imágenes de los restos que las protegieron. Son 20 Mb pero creo que merece la pena, descárguenlo aquí.
El caso es que aunque ya sa sabía que la selva oculta secretos no deja de asombrar que en este siglo aún aparezcan vestigios de aquello que una vez fue y parecía perdido.

02 noviembre 2006

Una de romanos

Pequeña historia de una excursión arqueológica

Ayer fuimos a conocer un dolmen que está apenas a media hora de coche de donde vivimos. La experiencia fue de pesadilla. Las más o menos venerables piedras (unos pocos miles de años) rodeadas de coches, mesas plegables, adolescentes en plena berrea, no tan adolescentes con motos de dos y cuatro ruedas... Por ese motivo no les voy ni a mencionar el pueblo porque no se merecen ninguna promoción.
La publicidad nunca fue buena para los restos arqueológicos, al menos en un país como el nuestro, analfabeto funcional, donde las paredes de la Universidad Cisneriana, fundada en 1499, aparecen de vez en cuando pintadas con lo que ahora se ha venido en llamar arte urbano.
En fin, para resarcirme les voy a contar una menos conocida y que deja mejor sabor de boca. Saben que Mérida es el nombre moderno de Emérita Augusta, una ciudad fundada por orden de Octavio Augusto hace 2031 años para acoger a los veteranos de las legiones romanas, retirados tras las Guerras Cántabras.
En estos tiempos, Mérida sigue recibiendo muchos turistas atraidos por los monumentos y restos que las guerras o el simple vandalismo han dejado sobrevivir. Pero el viajero curioso puede encontrarse con algunas sorpresas si se sale del circuito oficial. La foto de abajo corresponde con las afueras de la ciudad y puede observarse como sobresalen de los campos unas formaciones claramente artificiales.


De cerca podríamos ver que son como brocales de poco tapados con una gran piedra, a veces cuadrada, otras veces circular. Algunas de ellas están desplazadas y entonces podemos asomarnos a ver si desvelamos la naturaleza de estas construcciones. Abajo lo tienen: un pozo formado por piedras de buena factura y al fondo agua. Pero no estancada sino corriente, una lámina de agua de unos centímetros que circula a 3 o 4 m bajo la superficie del terreno.


Estos pozos pueden seguirse durante un largo rato según nos alejamos de la ciudad. A unos 4 km encontramos una estructura algo diferente.

A la izquierda aparece el brocal del pozo de turno, algo mayor que los vistos hasta ahora, unos 60 desde que iniciamos la marcha. A la derecha encontramos algo distinto: el hueco del suelo da acceso a una escalera. Una docena de grandes escalones nos llevan hasta el pozo.

Y aquí, finalmente, descubrimos el misterio (¡qué gran programa podría hacer alguno sustituyendo "romano" por "atlante" o algo así!): los pozos son respiraderos de un canal subterráneo que recorre varios km llevando agua hacia la ciudad.

Estos canales (hay varios) están perfectamente conservados. El de la foto mide unos 70 cm de ancho y unos 170 cm de alto, algo incómodo de recorrer si el camino es largo. Formaban parte de un complejo sistema de abastecimiento de agua potable que servía a la Emérita Augusta. Esta ciudad recibía agua de dos embalses importantes: Cornalvo y Proserpina, ambos aún conservados, mediante canales y acueductos. Pero también se trazó un árbol de canales subterráneos que, además de conductores, eran captadores: el agua se filtraba a través de la obra y poco a poco el caudal creciente era conducido a cisternas y pozos de decantación antes de ser distribuida a la población. Estos canales aún funcionan (las fotos están tomadas en época de sequía) y fueron construidos justo al lado o por debajo de los riachuelos de la zona.
Lamentablemente, en Mérida sólo se ha conservado intacto lo que se desconoce. Otro día hablaremos de algunas barbaridades cometidas desde las propias administraciones pero, por hoy, quedémonos con la sensación de haber conocido un lugar que ha sido poco visitado en los últimos dos mil años.
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