El caso de hoy es diferente porque el pobre dodo, lo mismo que algún otro pájaro que comentaré al final, no era un predador.
El dodo fue bautizado por Linneo en 1766 con el poco halagador nombre de Didus ineptus. Más tarde él mismo se lo cambió por el más discreto de Raphus cucullatus.
El dodo vivía exclusivamente en la Isla grande de Mauricio, al Este de Madagascar, donde al parecer fue descubierto por una expedición portuguesa en 1505. Se le supone un descendiente de palomas o similares que llegaron volando y colonizaron la isla mucho tiempo antes. La ausencia de predadores dio al futuro dodo la justificación para aumentar de peso y dejar de volar. Se convirtió en un grandote de 1 m de altura y más de 20 kg peso, sin alas y sin miedo. Ni siquiera tenía pesadillas en sus sueños. Era la perfecta candidata a la extinción en cuanto sus idílicas condiciones de vida cambiaran.
Y cambiaron. Los navíos portugueses, británicos y alemanes establecieron Mauricio como escala obligada en la zona para abastecerse de carne fresca... de dodo. A base de garrotazos, los dodos conoceron a su primer predador, aunque su carne tampoco era, dicen, especialmente apetitosa. El golpe de gracia lo dio la colonización de la isla hacia 1638. Aparte de la gente, ya dañina por sí misma, vinieron los perros y las ratas. Antes del fin del siglo XVII el dodo sólo existió en los relatos.
Dodo según un cuadro de de Jan Savery (1589-1654).
A pesar de la pasión coleccionista de los portugueses en cuanto a historia natural se refiere, apenas nos queda nada del desafortunado bicho. Hay dibujos y pinturas pero, en cuanto a restos biológicos no queda ningún ejemplar disecado, ningún esqueleto completo. Sólo un par de cabezas y de pata en el Museo de Historia Natural de la Universidad de Oxford y en el Museo Británico y huesos dispersos.
Dos leyendas por el precio de una
A la leyenda del dodo se asoció un tiempo después la del tambalacoque, un árbol con nombre científico Sideroxylon grandiflorum o Calvaria major. Cuentan en algunos sitios que en Mauricio existen aún ejemplares de este árbol endémico de la isla pero que, si se pasea entre ellos, no encontrarán ejemplares jóvenes: todos tienen más de 300 años. El motivo es que las semillas del tambalacoque nunca germinan si, simplemente, caen al suelo. Esto no es infrecuente en el mundo vegetal donde hay muchas especies cuyas semillas necesitan pasar por procesos más o menos agresivos para poder germinar (o, a veces, esperar mucho tiempo expuestas a la intemperie). Actualmente, para acelerar la germinación, en los viveros se usan técnicas que van desde mantenerlas en agua durante unos días a sumergirlas en ácido pasando por rallar la cáscara con una lima o hendirla con una cuchilla. De hecho, y para evitar estas manipulaciones, se utiliza frecuentemente la mucho más cómoda multiplicación vegetativa mediante estaquillas o esquejes.
Un tambalacoque jovencito (fuente de la imagen)
Un ornitólogo llamado Stanley Temple dijo en los años 70 que había descubierto el secreto del ocaso del tambalacoque. El grueso y duro endocarpo de la semilla impedía la germinación a menos que pasara por el tracto digestivo del dodo. En ese tránsito, diversas circunstancias(imagínense lo que quieran) debilitaban las paredes permitiendo que la semilla, una vez expulsada, germinara en un ambiente ricamente abonado. Así, al extinguir los dodos, el hombre había condenado a una extinción paralela a los bosques de la isla que, desde entonces, sólo envejecían y casi habían desaparecido: apenas quedaban trece árboles vivos en 1973. Una auténtica historia de armonía biológica. Lástima que sea falsa.
Temple publicó sus trabajos en Science, en los años 1977 y 1979:
Temple, S.A. (1977). Plant-animal mutualism: Coevolution with dodo leads to near extinction of plant. Science, 197, 885-886.
Temple, S.A. (1979). The dodo and the tambalacoque tree. Science, 203, 1364.
En esos trabajos comprobó su hipótesis mediante un experimento: obligó a unos pavos (lo más parecido a un dodo que encontró) a comerse 17 semillas de tambalacoque. Siete de ellas fueron trituradas en la molleja y de las diez restantes germinaron tres. Aparte de este trabajo, es Temple el que asegura que no hay tambalacoques más jóvenes de 300 años en Mauricio. La hipótesis del mutualismo entre dodo y tambalacoque tuvo notoriedad no sólo por donde se publicó sino por el transfondo romántico de la misma, muy del gusto del público conservacionista.
Sin embargo, la historia que propone Temple hace aguas por varios motivos. El más relevante es que hay autores han reportado la germinación de semillas de este árbol sin necesidad de abrasión (por ejemplo, Hill 1941). Temple no los cita en sus trabajos. Otra no menos importante es que otros han verificado que su afirmación de que no hay árboles de menos de 300 años es errónea (Vaughn and Wiehe 1941), lo mismo que lo de los 13 únicos supervivientes. Aunque, en efecto, los bosques de tambalacoque son hoy residuales, hay varios cientos de árboles vivos, no sólo trece como aseguraba Temple (Witmer and Cheke 1991).
Aparte de lo anterior, el trabajo de Temple presenta algunos problemas desde el punto de vista científico. El más importante, que debería haber obligado a revisar la publicación, es que en su experimento no tuvo grupo de control (semillas puestas a germinar sin pasar por el trance del pavo). Ante la ausencia del grupo de control y dado el minúsculo tamaño de muestra podría sugerirse perfectamente que los pavos dificultan la germinación ya que sólo 3 de 17 semillas pudieron hacerlo: el experimento no demuestra nada.
Es obvio que el dodo está extinto y que al tambalacoque no le va nada bien pero la historia del mutualismo obligado no se sostiene. Para explicar el desastre hay candidatos mucho más evidentes pero más prosaicos como la deforestación, los cultivos de caña de azúcar, la introducción de fauna exótica como ciervos, cerdos y monos, y nuevas enfermedades fúngicas, también introducidas. Pero, ya saben, nunca dejes que la realidad te estropee una buena historia.
Curiosamente, la historia del mutualismo obligado entre dodo y tambalacoque está bastante extendida por internet mientras que los argumentos en contra no disfrutan, ni de lejos, de tanta popularidad.
Epílogo
El dodo no estaba solo en su breve y catastrófica experiencia con la marinería. Lo acompañaron otros parientes de la zona menos conocidos como el dronte de Reunión (Raphus solitarius) extinto a principios del siglo XVIII y el solitario de Rodríguez (Pezophaps solitaria) extinto hacia 1790.
Dibujo From George Edwards en "A Natural History of Uncommon Birds and of some other Rare and Undescribed Animals, Quadrapeds, Reptiles, Fishes, Insects, &c.", London, 1750.
Referencias básicas
Hill, A.W. (1941). The genus Calvaria, with an account of the stony endocarp and germination of the seed, and description of the new species. Annals of Botany, 5(4): 587-606.
Owadally, A.W. (1979). The dodo and the tambalacoque tree. Science, 203, 1363-1364.
Vaughn, R.E. and Wiehe, P.O. (1941). Studies on the vegetation of Mauritius III. The structure and development of the upland forest. Journal of Ecology, 29, 127-160.
Witmer, M.C. and Cheke, A.S. (1991). The dodo and the tambalacoque tree: An obligate mutualism reconsidered. Oikos, 61, 133-137.
Un artículo crítico sobre el mutualismo del dodo y tambalacoque y otro, en español, estusiasta y bien escrito.