Donde las invasiones no vienen del espacio sino de nuestra inconsciencia
1. Un petrolero descarga en un puerto del sur de Australia. Llena los tanques de agua de mar para usarla como lastre y vuelve a su origen, por ejemplo, el Mar del Norte. Allí vacía tanques y sentinas y con ello libera a miles de kilómetros de su área de distribución natural unos cuantos miles de millones de organismos, desde fitoplancton hasta posiblemente peces en diversos estados de desarrollo, pasando por docenas de grupos zoológicos poco favorecidos por la publicidad. Lo más habitual es que este trasiego ocasione la muerte inmediata de todos los viajeros forzosos pero ocasionalmente las condiciones ambientales del lugar de destino no son desfavorables.
2. Hablamos entonces de especies invasoras cuya entrada tiene efectos devastadores sobre los ecosistemas preexistentes. ¿O no? Las especies no tienen áreas de distribución fijas e inmutables en el tiempo sino que varían, avanzan sobre frentes de colonización, se reducen en otros sitios e incluso desaparecen. Las áreas de distribución se establecen en una suerte de equilibrios con otras especies, con las condiciones ambientales siempre cambiantes y con la capacidad de propagación: viabilidad, resistencia, dispersión.... Por ejemplo, parece que las hayas (Fagus sylvatica) entraron en la Península Ibérica hace unos pocos miles de años procedentes de Centroeuropa y aquí se extendieron sobre una buena parte del territorio. Pero no consideramos al haya una especie invasora sino autóctona. La pregunta pertinente es ¿qué diferencia las especies invasoras de las que han penetrado y se han extendido de forma natural sobre nuevos territorios?
3. La respuesta que propongo la comentábamos brevemente hace unos meses en otro blog. La "invasión" es un proceso que se diferencia de la colonización natural al menos en tres aspectos: el tiempo utilizado (breve), el mecanismo de colonización (inducido) y los sujetos implicados (especies aisladas).
Las especies tienen un área de distribución que varía en el tiempo pero la colonización de nuevas áreas o la desaparición de las antiguas será gradual pero no será protagonizada por una especie aislada sino por una comunidad más o menos surtida. El papel que esta comunidad desempeña es mantener una estabilidad que en el caso de las especies invasoras no se aplica. La escala temporal y la entrada brusca, no gradual, también son importantes porque en los movimientos naturales normalmente hay tiempo para reajustes graduales de los ecosistemas preexistentes. La consecuencia de la invasión es un desequilibrio en los ecosistemas invadidos que carecen de tiempo para adaptarse y aceptar al nuevo componente sin excesivos trumas. Este desequilibrio suele manifestarse por la desaparición de especies y por la reducción de la diversidad.
4. Dentro de este esquema general hay casos de todo tipo: especies introducidas que no ocasionan desequilibrios ni efectos negativos aparentes o especies cuya aparición tiene un efecto devastador sobre los ecosistemas anteriores. El impacto de una invasión depende de factores como la cantidad de individuos iniciales, su sensibilidad ante predadores, las condiciones ambientales, la existencia de competidores, la capacidad de reproducción y dispersión u otros menos evidentes como el grado de degradación del ecosistema invadido, que puede hacerlo más sensible. Como ejemplo de caso no traumático, los castaños (Castanea sativa) parecen ser una especie introducida en la Península Ibérica hace un par de miles de años que, sin embargo, se ha adaptado e integrado en bosques mixtos atlánticos sin efectos negativos.
5. Pero hay otros casos. El quagga era una especie de équido similar a la cebra (se dice que una subespecie) que fue aniquilado en su hábitat sudafricano a mediados del siglo XIX. Los quaggas se han reencarnado y, como decía la niña de Poltergeist, ya están aquí bajo la forma, en inglés, de quagga mussel, zebra mussel o, en español, de mejillón cebra (Dreissena polymorpha).
El mejillón cebra tiene su área de distribución natural en las cuencas de los mares Caspio y Negro. La navegación fluvial y tal vez otros mecanismos transportaron larvas de esta especie por buena parte de Europa de forma que, allá donde se encontraron cómodas, se establecieron. En estos nuevos hábitats el mejillón mostró una tasa de reproducción elevadísima, un hambre feroz y un espíritu competitivo digno de Bobby Fisher. Y encima no es comestible. Los Grandes Lagos norteamericanos fueron colonizados probablemente por la limpieza de tanques o vaciado de sentinas hace apenas 25 años. Desde entonces el mejillón cebra no ha dejado de extenderse alcanzando densidades increibles de decenas de miles de individuos por metro cuadrado. El resultado es devastador incluso para las infraestructuras humanas y no se ha encontrado solución alguna. En España han saltado las alarmas ante la expansión en algunos grandes ríos, como el Ebro. Han saltado embalses aguas arriba con lo que sólo se entiende por causas artificiales, en concreto por ser usado como cebo por pescadores poco conscientes del problema.
6. Y es que somos la especie invasora más peligrosa. No sólo somos prolíficos, destructores, voraces y resistentes sino que además adoptamos conductas de riesgo. La del petrolero es una de ellas pero hay otras más cercanas. Por ejemplo, pasen por unos grandes almacenes y echen un vistazo a las cajas de semillas para césped. Encontrarán sin gran dificultad que en la composición aparece un Paspalum paspaloides, más conocido como hierba del búfalo. En España esta gramínea se está extendiendo por todas partes cuando debería haberse quedado, por ejemplo, en las grandes praderas norteamericanas. O el Carpobrotus, una bonita crasulácea sudafricana que tapiza playas y acantilados en la costa cantábrica, eliminando de paso al resto de la flora y que se extiende desde los jardines que la consideran muy decorativa. O el amazónico camalote (Eichhornia crassipes) extendiéndose por el río Guadiana hasta cubrirlo de una espectacular alfombra verde.
7. Al final este asunto está lo que algunos han llamado la “ruleta rusa ecológica”, un juego donde importamos y exportamos especies sin demasiada preocupación por las posibles consecuencias. Los ecosistemas son resultados de milenios de un juego complejo de interacciones y son razonablemente sólidos y resistentes ante variaciones naturales pero no están preparados ante agresiones antrópicas, mucho más devastadoras. Los desequilibrios acaban siempre igual: pérdida de diversidad, extinción de especies, un mundo más pobre...