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12 febrero 2012

La chica de la biblioteca

Un tren nocturno casi vacío es uno de los mejores espejos de la soledad. Parecería que una biblioteca tiene el mismo carácter pero es diferente. Cuando me acomodo en mi sillón a leer, me gusta dedicar unos segundos a hacerme consciente de los libros que me acompañan, todos ellos reflejo de un autor que en algún momento del pasado hizo aparecer palabra a palabra, frase a frase, lo que dentro de unos instantes voy comenzar a leer. En una biblioteca, además de la compañía de los autores, tienes la de los otros viajeros, la de gente que hace el mismo ejercicio que tú: rescatar emociones de personas a través de sus obras, viajar en el tiempo recuperando una y otra vez sensaciones ajenas a partir de esos pequeños signos que conforman la escritura. Los autores despliegan su historia en lo que lees. A veces lo hicieron voluntariamente, dejando señales explícitas de sus sentimientos. En otras lo hacen con menos claridad, dejando pistas que se desentierran poco a poco, a veces en varios libros. Los otros protagonistas, los lectores, me fascinan porque cuando los miro se me asemejan a los libros que, alineados sobre los estantes, aún no has abierto.

Acababa de dejar a unos amigos y volvía hacia lo que me parecía ningún sitio. Y es que no hay como un tren nocturno para reflejar soledades. 
Un viernes a finales de diciembre recogía mi despacho pasadas las 20 h. Ya era de noche y una niebla espesa, iluminada por las farolas de luz amarilla, lo envolvía todo. Miré hacia el aparcamiento y, aparte del mío, sólo había tres coches. Por las pocas luces que quedaban encendidas en los edificios supuse que eran de las personas que atendían esa tarde la conserjería y la biblioteca. Desde mi ventana veo el tercer edificio y, en efecto, había solamente una persona en las mesas de la biblioteca, una chica que leía en una mesa al lado de la ventana. Una luz sobre la mesa, un 23 de diciembre, en una biblioteca rodeada de niebla. Qué buena historia podría comenzar así.

07 diciembre 2007

Los códices desaparecidos

Juan de Zumárraga nació en Durango (Vizcaya) hacia 1475 (otros dicen 1468) y se hizo franciscano. Fue inquisidor en España y ejerció con provecho ya que la enciclopedia franciscana lo etiqueta como "represor de brujas en el País Vasco". Nombrado por Carlos I, fue obispo de México además de ostentar el cargo de "protector de indios", cosa que se entendía en aquel tiempo como más bien orientado hacia la evangelización porque ello supondría mayor beneficio espiritual (of course).

«Por la presente vos cometemos y encargamos y mandamos que tengáis mucho cuidado de mirar y visitar los dichos indios y hacer que sean bien tratados e industriados y enseñados en las cosas de nuestra santa fe católica por las personas que los tienen o tuvieren a cargo y veáis las leyes y ordenanzas e instrucciones y provisiones que se han hecho o hicieren cerca del buen tratamiento y conversión de los dichos indios, las cuales haréis guardar y cumplir como en ellas se contiene, con mucha diligencia y cuidado»

Movido por su ardiente celo apostólico inició también procesos inquisitoriales en México con un total de 183 causas. En una de ellas, en 1539, actuó contra Carlos Ometochtzin, hijo del señor de Texcoco, Nezahualpilli, acusado de apóstata e instigador de la idolatría. Fue quemado vivo el 30 de noviembre en la plaza Mayor de la ciudad de México. Estaba claro cual era el dios verdadero y qué pasaba si abandonabas el buen camino.

No contento con la conversión de los vivos, decidió facilitar el olvido del legado de los muertos. Cito literalmente el texto de su biografía en la poco sospechosa web de la Insigne y Nacional Basílica de Santa María de Guadalupe:

...apenas cinco meses antes de recibir a Juan Diego, se precia en una carta al Capítulo General de su Orden, en Tolosa, de haber arrasado con cuanto había podido: ‘quinientos templos de los dioses y más de 20.000 imágenes de los demonios que adoraban...'

Pero no sólo templos e imágenes, sino también libros y papeles prehispánicos, de naturaleza jurídica, administrativa, comercial y de diversos ámbitos de conocimiento, fueron destruidos sistemáticamente por Zumárraga y sus ayudantes

Fernando Báez ratifica: "en el año 1530, en Tetzcoco, hizo una hoguera con todos los escritos e ídolos de los mayas". Eduardo Galeano, Juan Bautista Pomar y C. W. Ceram repiten la existencia del "auto de fe" donde se borraba irrecuperablemente el pasado para dejar paso libre a un futuro recto.

La parajoda (no es errata) está en que Fray Juan fue también el primer editor de libros en México. Libros, no lo duden, siempre correctos.

Como hoy va de franciscanos, citaremos también a Diego de Landa, otro celoso vigilante de la fe nacido en Cifuentes (Guadalajara) en 1524. En este caso realizó su labor en Yucatán, donde fue Provincial a partir de 1561 (la zona incluia también la actual Guatemala). Al año siguiente se estrenó mediante un auto de fe en Maní que, tras "interrogatorio hostil" (así se dice ahora), culminó el 12 de julio con la quema de cientos de ídolos y todos los libros que pudieron encontrar. En su obra "Relación de las cosas de Yucatán" (hacia 1566) lo dice y justifica:

Hallámosles gran número de libros de estas sus letras, y porque no tenían cosa en que no hubiese superstición y falsedades del demonio, se los quemamos todos, lo cual sintieron a maravilla y les dio mucha pena.

Otra parajoda (sigue sin ser errata) es que Fray Diego fue el único que describió los signos de la escritura maya y su equivalencia con el español. A pesar de los numerosos errores, derivados del empeño en usar una clave alfabética en vez de reconocer la naturaleza silábica de la escritura, fue útil para comenzar la tarea de desciframiento. Asimismo, su Relación es un documento único para el estudio de la situación en aquel siglo crítico donde tanto se perdió.

La destrucción de los escritos mayas fue eficaz ya que sólo cuatro de ellos sobrevivieron en forma de códices (otras muestras han quedado esculpidas o pintadas en murales o cerámica). Los códices están escritos sobre papel plegado en acordeón, hecho de corteza vegetal. Los supervivientes son los llamados de Dresden (39 pág., 3.6 m), de Madrid (112 pág., 6.8 m), de París y Grolier (11 páginas fragmentarias y de autenticidad discutida). Todos pueden descargarse en los enlaces anteriores aunque algunas fotos son antiguas (el códice de París, por ejemplo, lleva tiempo almacenado en una caja sellada por su fragilidad).


Una página del códice de Madrid

La escritura maya surgió de forma independiente del resto de las escrituras del mundo. A pesar de su complejidad, los glifos en que se basa se saben leer actualmente en buena parte, aunque aún hay muchos detalles sin comprender.

El personaje clave de este trabajo fue Yuri Valentinovich Knórosov (1922-1999), un soldado ruso en la Segunda Guerra Mundial. Se dice que, al entrar con el ejército ruso en Berlín se llevó de la Biblioteca Nacional dos libros: la mencionada Relación de las cosas de Yucatán de Diego de Landa y Códices mayas (1930-1933), con reproducciones de los hermanos guatemaltecos José Antonio y Carlos A. Villacorta Calderón. Pero esto merece ser una historia aparte.


Yuri Valentinovich Knórosov

Finalizo con la trascripción de un texto de José de Acosta (1539-1600):

En la provincia de Yucatán, donde es el obispado que llaman de Honduras, había unos libros de hojas a su modo encuadernados o plegados, en que tenían los indios sabios la distribución de sus tiempos, y conocimiento de plantas y animales, y otras cosas naturales, y sus antiguallas; cosa de grande curiosidad y diligencia. Parecióle a un doctrinero que todo aquello debía de ser hechizos y arte mágica, y porfió que se habían de quemar, y quemáronse aquellos libros, lo cual sintieron después no sólo los indios, sino españoles curiosos, que deseaban saber secretos de aquella tierra.

02 diciembre 2007

Los libros arden tan bien...

Sugerencia: lean esto primero (o después)

La obra completa de Aristóteles estaba en la Biblioteca de Alejandría. No desapareció sola ya que en su destrucción se acompañó de cientos de miles de rollos: 700000 según Aulo Gelio (Noctes Atticae, Libro VI: XVII) y Amiano Marcelino (Ammiani Marcellini Historiae, Libro XXII: 16,13); otros dan cifras menores pero, en cualquier caso, enormes.

La Biblioteca de Pérgamo, en la costa occidental de la actual Turquía, fue fundada hace algo más de 2000 años. Fue contemporánea de la de Alejandría y llegó a reunir entre doscientos y trescientos mil volúmenes sobre pergamino, material más resistente que el papiro. El esfuerzo fue vano ya que, tras ser parcialmente destruida en las guerras de Asia Menor, lo que pudo quedar desapareció sin dejar rastro, tal vez en la conquista de la ciudad por Marco Antonio o poco después en Alejandría, donde se dice que fueron a parar los fondos que quedaban como regalo de Marco Antonio a su Cleopatra.

No fueron las únicas, aunque sí las más famosas de la antigüedad. Se mencionan en fuentes clásicas las bibliotecas privadas del propio Aristóteles, Eurípides, Pisístrato o Hierón, las públicas de Atenas o Rodas. De otras sólo queda registro en alguna mención o inscripción: Cos, Milasa, Delfos...

Las bibliotecas islámicas fueron muchas y preservaron durante siglos oscuros el saber anterior y desarrollaron el propio. No por ello se libraron de la destrucción (los libros arden tan bien). Por mencionar dos: Dar al-Hikmah, fundada por el califa abbasí Hārūn al-Rashīd a finales del siglo VIII en la ciudad de Bagdad y que alcanzó su cénit con su hijo al-Mámun. La biblioteca fue destruída junto con la ciudad de Bagdad completa por los mongoles de Hulagu Khan en 1258.

La otra podría ser Dar al-I'lem, fundada en el año 1005 en al-Qáhira (El Cairo) por el sultán de la dinastía fatimí al-Hakim y destruida por Saladino el año 1172.

En España también tenemos casos notables ya que época omeya hubo hasta 70 bibliotecas entre públicas y privadas. La más famosa fue la fundada por Al-Hakem II (961-976), califa de Córdoba que compró o mandó copiar todo lo que consiguió, incluyendo viajes a Bagdad, Damasco o Alejandría. Se estima que atesoró unas cuatrocientas mil obras. La biblioteca de Córdoba duró poco ya que fue quemada en su mayor parte por Al-Mansur (Almanzor en nombre cristiano) en un intento, eliminando libros impíos, de aparecer como adalid de la religión ante sus críticos.

Cosas de antiguos, podríamos suponer si no tuviéramos memoria. Pero los avances cientificos y tecnológicos no han supuesto necesariamente avances culturales equivalentes.

Así, muy cerca tenemos ejemplos magníficos por lo recientes y por lo que podríamos aprender de ellos. Cuenta Fernando Baéz, citando al escritor Ivan Lovrenović, la destrucción de la Biblioteca Nacional de Bosnia y Herzegovina en Sarajevo (pueden ver un artículo de Lovrenović sobre estas destrucciones aquí):

La biblioteca tenía 1500000 de volúmenes, 155000 obras raras, 478 manuscritos, millones de periódicos del mundo entero, pero fue devastada por órdenes del general serbio Ratko Mladic por medio de 25 obuses incendiarios...

Y en otra ocasion hablé del peor acontecimiento, permitido, cuando no alentado, por las potencias que se supone más desarrolladas en cultura y derechos.

La Biblioteca Nacional de Iraq, en Bagdad, fue quemada en abril de 2003. El día 10 comenzó el saqueo. Las tropas de los EE.UU. estaban allí pero no hicieron nada para proteger el edificio. Una semana más tarde un grupo no identificado entró, de nuevo sin oposición alguna, y provocó el incendio. En el mismo también desapareció el Archivo Nacional, con 10 millones de documentos. Sólo por mencionar un libro entre tantos: el Canon en Medicina de Avicena (980-1037 d. C).

No fue esto lo único, claro, la Biblioteca Awqaf, en el Ministerio de Asuntos Religiosos, quedó en ruinas. Algo parecido pasó en la Casa de la Sabiduría (Bayt al-Hikma) y en la Academia de Ciencias de Irak.

En el archivo de Bagdad (foto de NYT)

Donald Rumsfeld lo explicó con claridad "la gente libre es capaz de cometer fechorías, y eso no puede impedirse". En el Ministerio del Petróleo no se extravió nada. Ahí sí pudieron impedirlo ya que estaba fuertemente custodiado.

Algo más de información:
Artículo de Fernando Báez con fotografías.
Artículo de Javier Gimeno.

Quema de libros en Berlín, 10 de mayo de 1933. Fue coordinada en Bonn, Braunschweig, Bremen, Breslau, Dortmund, Dresden, Frankfurt, Göttingen, Greifswald, Hannover, Hannoversch-Münden, Kiel, Königsberg, Marburg, München, Münster, Nürenberg, Rostock y Worms.

Nota: no me olvido de la quema sistemática de códices en América tras la conquista. Otro día hablaremos de ello pero es un excelente ejemplo de destrucción sistemática destinada a borrar el pasado y sustituirlo por "valores" nuevos.

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