06 enero 2013

Contra las corridas de toros

No soy un defensor de la vida a ultranza en el sentido de que no me preocupa excesivamente que se maten animales para nuestra alimentación. Sí me interesa, en cambio, en qué circunstancias se produce esa muerte. Respecto a los animales que usamos para alimentarnos ha habido una tendencia hacia una tibia protección de la calidad de su muerte (aunque no tanto la de su vida). Una vaca muere hoy "mejor" que hace unas décadas y la percepción general, incluso para los indiferentes, es que es preferible una muerte rápida y poco dolorosa que una agonía. Tal vez en un futuro no muy lejano seamos capaces de "cultivar" tejidos para la alimentación y la necesidad de crear proteína animal emulando el ciclo vital natural habrá desaparecido. Yo al menos estaré un poco más satisfecho que ahora, aunque solo sea porque se habrá reducido el "sufrimiento global", un parámetro difícil de definir objetivamente pero que todo el mundo entiende.

Creo que es un sentimiento universal que la reducción del dolor es algo deseable para nosotros y contribuye a mejorar el mundo. Este objetivo tiene sus matices y no es absoluto. Hay ocasiones en las que el dolor temporal es un precio a pagar para una mejora duradera de nuestra salud: nadie diría que una luxación no deba reducirse por ser una manipulación dolorosa cuando la perspectiva es quedar impedido de forma permanente. En este sentido, también ponderamos los efectos colaterales de la reducción del dolor: poca gente estaría dispuesta a sedarse de forma permanente hasta el estad vegetativo por evitar un dolor débil o moderado ya que anteponemos vivir de forma consciente, aunque sea con sufrimiento, siempre que lo consideremos soportable. Dentro de estos balances, complicados y llenos de variaciones, creo que hay una generalización razonable con la que estaríamos de acuerdo de forma general: la reducción del dolor gratuito, innecesario, es algo "bueno" y contribuye, aunque sea en una proporción minúscula, a que este mundo sea mejor.

"El picador", grabado de la colección Génesis de tauromaquia de Eduardo Naranjo
Observarán que el primer párrafo hace referencia a la muerte de los animales administrada por nosotros mientras que en los siguientes hablo de la muerte y el dolor de los humanos. Aunque hay argumentos para defender planteamientos alternativos, solemos admitir que no es lo mismo infligir dolor a un humano que a un animal. Hubo quien defendió hace no tanto tiempo que los animales no sentían dolor y que por tanto tratarlos mejor o peor era irrelevante desde el punto de vista ético. Hoy sabemos que los animales (vamos a centrarnos, por ejemplo, en los vertebrados) sienten el dolor y que todo ser con sistema nervioso lo evita si está en su capacidad hacerlo.

Quiero usar el párrafo anterior para defender la idea de que la reducción del dolor es algo deseable tanto para humanos como para no humanos. Nadie salvo un psicópata consideraría una mejora para el mundo si se pusiera de moda tener a un perro colgado por una pata, agonizando, a la entrada de nuestras casas. Todos, creo, consideraríamos "bueno" que, de repente, nadie apaleara sus animales domésticos para desahogarse por una frustración. Es cierto que la mayoría de los animales, tal vez todos, no son conscientes de que les espera su muerte pero eso solamente elimina la angustia por el futuro, no el sufrimiento físico.

Obviamente, valorar la "fiesta" de los toros como algo indeseable se deduce directamente de las anteriores reflexiones. Las "faenas" taurinas finalizan con la muerte del toro pero ese no es el problema principal sino el sufrimiento. Es cierto que hace unos cien años el espectáculo era mucho más sangriento: hasta la década de 1930, los caballos usados en el tercio de varas morían destripados en la propia plaza en una proporción de tres caballos por cada toro. Parece, sin embargo, que no fue precisamente la compasión por los caballos la causa de hacer obligatorio el peto protector, sino un suceso en el que una invitada extranjera de Miguel Primo de Rivera se vio regada por los intestinos de uno de los jacos en una corrida en Aranjuez, en el año 1928. Lo desagradable del asunto motivó que el dictador ordenara el uso de petos a partir de ese momento. Hoy vemos esos petos como algo obvio pero hubo opositores que defendían que la suerte de varas había quedado devaluada y se había perdido la autenticidad.
"La cogida", grabado de la colección Génesis de tauromaquia de Eduardo Naranjo
Los toros no han tenido esa suerte, obviamente. Sin necesidad de meterse en detalles sobre las lesiones que provocan las picas y banderillas, la faena termina con el toro agonizando, con los pulmones encharcados de sangre. Si su muerte se retrasa excesivamente, se pasa al descabello (lesión masiva del bulbo raquídeo). Si esta maniobra se realiza bien, el toro muere con rapidez (aunque no instantáneamente) ya que el corazón y la respiración se detienen. Si se realiza mal, el animal queda aparentemente muerto, paralizado por la sección de la médula espinal, pero la muerte real no se produce. No es caso hacer una descripción más o menos gore del asunto, aunque se podría, sino señalar la trastienda del espectáculo, que no es otra que la destrucción progresiva de un animal mediante la rotura violenta de músculos y tendones acompañada de hemorragias masivas.

Las corridas de toros son una tradición centenaria, con orígenes aún más antiguos, pero este hecho no es una justificación para que se perpetúe. Muchas costumbres han sido erradicadas debido a que actualmente hay gente más sensible al sufrimiento, aunque sea de animales. En cada corrida, seis toros son heridos reiteradamente mediante picas, arpones y espadas hasta que mueren debido a las heridas y la pérdida de sangre. Incluso una suerte de matar bien ejecutada tiene por objetivo seccionar la aorta para provocar una hemorragia interna masiva. Es un sufrimiento que solo tiene su justificación en el placer que tienen los espectadores viendo el espectáculo.  Es cierto que el incentivo de esos espectadores no es ver el sufrimiento sino la habilidad, estética y adaptabilidad del torero en la ejecución de su faena. El punto clave, a pesar de esto, es que ese sufrimiento se produce.

Los argumentos a favor de la tauromaquia son diversos aunque los más habituales se refieren a que forman parte de la cultura, que son una tradición centenaria y que se trata de un arte. No se niega el sufrimiento pero se propone que todo lo anterior son valores positivos y que, en conjunto, serían suficientes para justificar el espectáculo. Desde mi punto de vista esos planteamientos no son correctos. La ablación es una tradición centenaria (milenaria) y forma parte de la cultura de los países donde se realiza pero es absolutamente rechazable según nuestra manera de ver las cosas. La antigüedad y la tradición no son, por tanto, propiedades necesariamente positivas (ni negativas) y su existencia no es condición suficiente para perpetuar ninguna costumbre.

Creo que las corridas de toros desaparecerán más pronto que tarde. Las sociedades cambian y, al menos las nuestras, se hacen menos indiferentes ante este tipo espectáculos. Otros, como las peleas de perros están prohibidas en España, los enfrentamientos de otros animales parecen haber desaparecido, las peleas de gallos son ilegales salvo en algunos lugares de Andalucía y Canarias (¡alegando la costumbre o tradición!). Hubo épocas en las que ver la arena de los cosos teñida de sangre era común. Hoy, de esos espectáculos cruentos sólo está legalmente extendida la tauromaquia. También hubo épocas en las que la gente se reunía en la plaza mayor para ver las ejecuciones, frecuentemente realizadas con la mayor crueldad. Hoy eso se nos haría insoportable. Espero que en breve, lo antes posible, las corridas de toros caigan en el olvido o queden registradas como un espectáculo que hubo, durante unos siglos, en algunos países donde torturar un animal para diversión del "respetable" era considerado de "interés cultural".

Nota: he escrito este post a causa de una discusión estos días atrás. Hay otros blogs donde este mismo tema se ha discutido ampliamente pero con énfasis en otras cuestiones, como la naturaleza de los derechos de los animales. A mí ese enfoque no me parece correcto: no importa si concedemos derechos a los animales (a fin de cuentas los derechos no existen por sí mismos, sólo son un convenio social), lo que importa es tender a la reducción del sufrimiento innecesario, sea nuestro o ajeno. Todo sin excesivos aspavientos pero con claridad y firmeza.

7 comentarios:

Arturo dijo...

Totalmente de acuerdo con este post. La tauromaquia, y la gente que la defiende en su estado actual, me genera un odio y asco total, y es de las cosas que te hace sentir asco por tu pais mas de una vez en la vida.

Jack Astron dijo...

Muy bueno, Angel.

Concuerdo con el objetivo de minimizar el sufrimiento, y la idea de divertirse a costa de él me repugna.

Se ha especulado también acerca de que muchos animales no humanos podrían ser más sensibles al dolor que nosotros, ya que el dolor es una forma de enseñarle al animal a no repetir una cierta conducta porque se hace daño a sí mismo, y como nosotros disponemos de una capacidad cerebral superior, necesitamos menos sensación de dolor para aprender a evitar la conducta.

Saludos.

Anónimo dijo...

Yo espero que en el futuro las corridas de toros sean abandonadas y que su recuerdo histórico quede registrado, al igual que hoy con las ejecuciones públicas, los autos de fe de la Inquisición o los combates de gladiadores de la Antigua Roma, como una costumbre aberrante de épocas bárbaras e impensable para una sociedad nueva y verdaderamente civilizada.

Anónimo dijo...
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Unknown dijo...

Es difícil aceptar como es que a pesar de la modernidad de nuestros tiempos, sigan habiendo cosas tan aberrantes como es las corridas de toros, ya que de ninguna manera puede ser considerado un deporte, ya que de cualquier forma el toro siempre será el perdedor y por lo tanto no hay una competencia, no puede ser un acto de cultura, puesto que la cultura termina cuando es violado el bienestar de un ser vivo, en verdad espero que esto sea erradicado y todo quede como un horrible recuerdo.

Unknown dijo...

Te felicito Ángel, por el post, me parece lucido y coherente. Habiendo vivido durante algunos años, el mundo de las corridas de toros, por motivos de trabajo desde una cercanía y perspectiva que no es la que percibe el espectador, si me lo permites, me gustaría expresar mi particular opinión sobre ella.
Las corridas de toros son un producto creado para satisfacer unas necesidades concretas de quienes consumen ese producto. Si no existe la demanda, no se crea el producto.
La sangre, la muerte, el peligro extremo, la violencia, el dolor y el sufrimiento infringido a otro ser por nuestra propia mano o a manos de otros que nos representan o por quienes nos sentimos representados. Sirven para saciar unos instintos y compensar unas frustraciones, que en mayor o menor medida se encuentran en cada uno de nosotros, como marca indeleble de lo que somos en el fondo.” El depredador que ocupa la cima en la pirámide que constituye la cadena trófica.”
Si el mundo de los toros, va a menos, no es porque la gente sea más humana y se sientan más concienciados y sensibles ante el sufrimiento animal.
El mundo de los toros va a menos, porque la sociedad actual, produce formas más eficaces y económicas de suministrar al público esa necesaria dosis de crueldad y violencia que necesitamos en nuestra cotidianeidad.
Cada día comemos y cenamos viendo informativos en los que nos sirven gratis y en bandeja, ejecuciones horrendas en directo, desastres y tragedias naturales en vivo, contamos con máquinas que nos hacen jugar en realidades virtuales en las que matamos a destajo y sin peligro. Acudimos a competiciones deportivas programadas hasta el más mínimo detalle para motivar la rivalidad extrema y la máxima hostilidad posible “dentro de la ley” entre los simpatizantes de cada equipo. Vasta encender la televisión para comprobar que el 90% de las series televisivas y películas tienen como eje principal la muerte de alguien o de muchos, de forma injusta y violenta.
No creo que estemos cambiando a una sociedad menos violenta o más respetuosa con el resto de seres vivos que nos rodean, simplemente hemos cambiado la forma de consumir y disfrutar esa violencia. Que ahora es más accesible para todos y en especial para los más cobardes que antes se tenían que conformar con verla ejercer a sus ídolos.

Ángel M. Felicísimo dijo...

Una opinión muy interesante, desde una perspectiva diferente a la que yo tenía. Saludos.

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