28 enero 2013

Tombuctú, religiones y bibliotecas

Tropas francesas han entrado en Tombuctú sin oposición armada. La batalla se libró días atrás en un ámbito diferente. Los bárbaros de la yihad se dedicaron a destruir lo que más miedo les da: la cultura. Tras demoler santuarios y tumbas, quemaron miles de manuscritos. Hace cinco años escribí la extraña historia de estos documentos cuyo origen es, en gran parte, una historia española que comienza en Granada y Toledo.

En España ha habido raros momentos de tolerancia y convivencia en paz de culturas diferentes. El de esta historia no es uno de ellos y nos recuerda, una vez más, que todos somos emigrantes y exiliados. Es el relato del improbable pero real nexo entre la Granada española y el Tombuctú de Mali.

Aunque la ocupación de la colina llamada la Sabika era anterior, la historia de verdad empieza en el siglo XIII, cuando la Alhambra, antes sólo un fuerte, se convierte en residencia real de la corte nazarí. Un tal Mohammed ibn Yusuf ben Nasr construyó su palacio en esa colina, con buenas vistas y río al fondo ¿qué más se puede pedir? En los dos siglos siguientes la construcción creció con la alcazaba a un lado y la medina al otro.
Granada fue conquistada por el ejército de los Reyes Católicos ante los que Abu 'Abd Allāh (Boabdil para los cristianos) capituló en 1492 después de más de un año de asedio.
Con este acontecimiento finalizó en España el periodo musulmán, nada menos que siete siglos de más luces que sombras si los comparamos con las características de la Edad Media del resto del continente.

El éxodo de los antes residentes en al-Ándalus se hizo retornando al Norte de África a lo largo de los dos siglos siguientes. Con ellos se fueron costumbres, cultura y escritos. Cierto es que no se fueron solos porque coincidieron al principio con la expulsión de los judíos sefardíes, algunos de cuyos descendientes mantienen el judeo-español o ladino como idioma (Sefarad es un programa que se emite por Radio Exterior de España en lengua sefardí).
Volviendo al tema, la mayoría de los exiliados se extendieron por el Norte, Marruecos, Argelia... Pero algunos llegaron más lejos atravesando media África.

Y aquí llegamos a un episodio más notable aún de la historia porque una parte de su legado se conserva en Tombuctú, la mítica ciudad origen y destino de las caravanas que cruzaban el Sahara. Se conserva en forma de biblioteca.
La biblioteca tuvo su origen muy lejos, en un exiliado llamado Ali ben Ziyad al-Quti, que cruzó el estrecho a mediados del siglo XV con una carga de cuatrocientos manuscritos. Ceuta, Fez, Tuwat, Walata, Gumbu... un larguísimo camino donde compró muchos más libros en una trayectoria apasionante y amarga (1).
A través de los años, la familia conservó y amplió la biblioteca aunque en varias ocasiones las circunstancias políticas les aconsejaron su dispersión por casas y aldeas para preservarla del saqueo. La última reunificación se hizo en el siglo XX y permitió darse cuenta de los daños de las humedades, incendios e insectos. El fondo Kati (un derivado del al-Quti original) contiene ahora unos 3000 ejemplares que versan sobre ciencia, arte, historia, religión... con ejemplares como el Corán de Ceuta, fechado en 1198:

Pagina del Corán de Ceuta, escrito sobre vitela y fechado el 13 de noviembre de 1198 (2).

Nombres que casi todos desconocemos llenan esas páginas: Al Fazzazi, poeta, nacido en Córdoba en 1229; Es-Saheli, arquitecto, nacido en Granada en 1290, o una mujer, Arkia Ali-Gao "la más erudita de su tiempo". Ejemplares del Corán, biografías, tratados matemáticos... un reflejo de la vida cultural de aquellos siglos y de los siguientes porque Tombuctú fue un foco cultural y religioso de gran importancia donde crecieron las bibliotecas hasta que las rutas del desierto cayeron en el olvido.

La historia parece acabar bien: la inauguración de la Biblioteca Andalusí de Tombuctú, construida por la Junta de Andalucía, se hizo en septiembre de 2003. Un nuevo edificio con condiciones adecuadas que garantiza una mejor conservación para el futuro. El fondo está gestionado por la Fundación Mahmud Kati cuyos objetivos son la preservación, restauración y digitalización de los fondos bibliográficos.
En Tombuctú, el fondo Kati no es único, hay más bibliotecas agrupadas en The Timbuktu Libraries: Mamma Haidara, Cedrab, Al-Wangari... Todas ellas están siendo digitalizadas por lo que su futuro se aclara poco a poco. Y leyendo las sucintas historias de algunas de ellas, nada tienen que envidiar a la que ha sido objeto hoy de esta entrada.

Un arcón de la biblioteca Mohamed Tahar (3)

Si alguien quiere echar un vistazo a algunos manuscritos escaneados aquí están.
De Tombuctú no puedo ponerles fotos mías pero sí de la Alhambra, uno de los orígenes de esta historia.
Y así cerramos el ciclo.



[Pulsar en las fotos para ampliar]

06 enero 2013

Contra las corridas de toros

No soy un defensor de la vida a ultranza en el sentido de que no me preocupa excesivamente que se maten animales para nuestra alimentación. Sí me interesa, en cambio, en qué circunstancias se produce esa muerte. Respecto a los animales que usamos para alimentarnos ha habido una tendencia hacia una tibia protección de la calidad de su muerte (aunque no tanto la de su vida). Una vaca muere hoy "mejor" que hace unas décadas y la percepción general, incluso para los indiferentes, es que es preferible una muerte rápida y poco dolorosa que una agonía. Tal vez en un futuro no muy lejano seamos capaces de "cultivar" tejidos para la alimentación y la necesidad de crear proteína animal emulando el ciclo vital natural habrá desaparecido. Yo al menos estaré un poco más satisfecho que ahora, aunque solo sea porque se habrá reducido el "sufrimiento global", un parámetro difícil de definir objetivamente pero que todo el mundo entiende.

Creo que es un sentimiento universal que la reducción del dolor es algo deseable para nosotros y contribuye a mejorar el mundo. Este objetivo tiene sus matices y no es absoluto. Hay ocasiones en las que el dolor temporal es un precio a pagar para una mejora duradera de nuestra salud: nadie diría que una luxación no deba reducirse por ser una manipulación dolorosa cuando la perspectiva es quedar impedido de forma permanente. En este sentido, también ponderamos los efectos colaterales de la reducción del dolor: poca gente estaría dispuesta a sedarse de forma permanente hasta el estad vegetativo por evitar un dolor débil o moderado ya que anteponemos vivir de forma consciente, aunque sea con sufrimiento, siempre que lo consideremos soportable. Dentro de estos balances, complicados y llenos de variaciones, creo que hay una generalización razonable con la que estaríamos de acuerdo de forma general: la reducción del dolor gratuito, innecesario, es algo "bueno" y contribuye, aunque sea en una proporción minúscula, a que este mundo sea mejor.

"El picador", grabado de la colección Génesis de tauromaquia de Eduardo Naranjo
Observarán que el primer párrafo hace referencia a la muerte de los animales administrada por nosotros mientras que en los siguientes hablo de la muerte y el dolor de los humanos. Aunque hay argumentos para defender planteamientos alternativos, solemos admitir que no es lo mismo infligir dolor a un humano que a un animal. Hubo quien defendió hace no tanto tiempo que los animales no sentían dolor y que por tanto tratarlos mejor o peor era irrelevante desde el punto de vista ético. Hoy sabemos que los animales (vamos a centrarnos, por ejemplo, en los vertebrados) sienten el dolor y que todo ser con sistema nervioso lo evita si está en su capacidad hacerlo.

Quiero usar el párrafo anterior para defender la idea de que la reducción del dolor es algo deseable tanto para humanos como para no humanos. Nadie salvo un psicópata consideraría una mejora para el mundo si se pusiera de moda tener a un perro colgado por una pata, agonizando, a la entrada de nuestras casas. Todos, creo, consideraríamos "bueno" que, de repente, nadie apaleara sus animales domésticos para desahogarse por una frustración. Es cierto que la mayoría de los animales, tal vez todos, no son conscientes de que les espera su muerte pero eso solamente elimina la angustia por el futuro, no el sufrimiento físico.

Obviamente, valorar la "fiesta" de los toros como algo indeseable se deduce directamente de las anteriores reflexiones. Las "faenas" taurinas finalizan con la muerte del toro pero ese no es el problema principal sino el sufrimiento. Es cierto que hace unos cien años el espectáculo era mucho más sangriento: hasta la década de 1930, los caballos usados en el tercio de varas morían destripados en la propia plaza en una proporción de tres caballos por cada toro. Parece, sin embargo, que no fue precisamente la compasión por los caballos la causa de hacer obligatorio el peto protector, sino un suceso en el que una invitada extranjera de Miguel Primo de Rivera se vio regada por los intestinos de uno de los jacos en una corrida en Aranjuez, en el año 1928. Lo desagradable del asunto motivó que el dictador ordenara el uso de petos a partir de ese momento. Hoy vemos esos petos como algo obvio pero hubo opositores que defendían que la suerte de varas había quedado devaluada y se había perdido la autenticidad.
"La cogida", grabado de la colección Génesis de tauromaquia de Eduardo Naranjo
Los toros no han tenido esa suerte, obviamente. Sin necesidad de meterse en detalles sobre las lesiones que provocan las picas y banderillas, la faena termina con el toro agonizando, con los pulmones encharcados de sangre. Si su muerte se retrasa excesivamente, se pasa al descabello (lesión masiva del bulbo raquídeo). Si esta maniobra se realiza bien, el toro muere con rapidez (aunque no instantáneamente) ya que el corazón y la respiración se detienen. Si se realiza mal, el animal queda aparentemente muerto, paralizado por la sección de la médula espinal, pero la muerte real no se produce. No es caso hacer una descripción más o menos gore del asunto, aunque se podría, sino señalar la trastienda del espectáculo, que no es otra que la destrucción progresiva de un animal mediante la rotura violenta de músculos y tendones acompañada de hemorragias masivas.

Las corridas de toros son una tradición centenaria, con orígenes aún más antiguos, pero este hecho no es una justificación para que se perpetúe. Muchas costumbres han sido erradicadas debido a que actualmente hay gente más sensible al sufrimiento, aunque sea de animales. En cada corrida, seis toros son heridos reiteradamente mediante picas, arpones y espadas hasta que mueren debido a las heridas y la pérdida de sangre. Incluso una suerte de matar bien ejecutada tiene por objetivo seccionar la aorta para provocar una hemorragia interna masiva. Es un sufrimiento que solo tiene su justificación en el placer que tienen los espectadores viendo el espectáculo.  Es cierto que el incentivo de esos espectadores no es ver el sufrimiento sino la habilidad, estética y adaptabilidad del torero en la ejecución de su faena. El punto clave, a pesar de esto, es que ese sufrimiento se produce.

Los argumentos a favor de la tauromaquia son diversos aunque los más habituales se refieren a que forman parte de la cultura, que son una tradición centenaria y que se trata de un arte. No se niega el sufrimiento pero se propone que todo lo anterior son valores positivos y que, en conjunto, serían suficientes para justificar el espectáculo. Desde mi punto de vista esos planteamientos no son correctos. La ablación es una tradición centenaria (milenaria) y forma parte de la cultura de los países donde se realiza pero es absolutamente rechazable según nuestra manera de ver las cosas. La antigüedad y la tradición no son, por tanto, propiedades necesariamente positivas (ni negativas) y su existencia no es condición suficiente para perpetuar ninguna costumbre.

Creo que las corridas de toros desaparecerán más pronto que tarde. Las sociedades cambian y, al menos las nuestras, se hacen menos indiferentes ante este tipo espectáculos. Otros, como las peleas de perros están prohibidas en España, los enfrentamientos de otros animales parecen haber desaparecido, las peleas de gallos son ilegales salvo en algunos lugares de Andalucía y Canarias (¡alegando la costumbre o tradición!). Hubo épocas en las que ver la arena de los cosos teñida de sangre era común. Hoy, de esos espectáculos cruentos sólo está legalmente extendida la tauromaquia. También hubo épocas en las que la gente se reunía en la plaza mayor para ver las ejecuciones, frecuentemente realizadas con la mayor crueldad. Hoy eso se nos haría insoportable. Espero que en breve, lo antes posible, las corridas de toros caigan en el olvido o queden registradas como un espectáculo que hubo, durante unos siglos, en algunos países donde torturar un animal para diversión del "respetable" era considerado de "interés cultural".

Nota: he escrito este post a causa de una discusión estos días atrás. Hay otros blogs donde este mismo tema se ha discutido ampliamente pero con énfasis en otras cuestiones, como la naturaleza de los derechos de los animales. A mí ese enfoque no me parece correcto: no importa si concedemos derechos a los animales (a fin de cuentas los derechos no existen por sí mismos, sólo son un convenio social), lo que importa es tender a la reducción del sufrimiento innecesario, sea nuestro o ajeno. Todo sin excesivos aspavientos pero con claridad y firmeza.
Grab this Widget ~ Blogger Accessories
 
º