28 enero 2013

Tombuctú, religiones y bibliotecas

Tropas francesas han entrado en Tombuctú sin oposición armada. La batalla se libró días atrás en un ámbito diferente. Los bárbaros de la yihad se dedicaron a destruir lo que más miedo les da: la cultura. Tras demoler santuarios y tumbas, quemaron miles de manuscritos. Hace cinco años escribí la extraña historia de estos documentos cuyo origen es, en gran parte, una historia española que comienza en Granada y Toledo.

En España ha habido raros momentos de tolerancia y convivencia en paz de culturas diferentes. El de esta historia no es uno de ellos y nos recuerda, una vez más, que todos somos emigrantes y exiliados. Es el relato del improbable pero real nexo entre la Granada española y el Tombuctú de Mali.

Aunque la ocupación de la colina llamada la Sabika era anterior, la historia de verdad empieza en el siglo XIII, cuando la Alhambra, antes sólo un fuerte, se convierte en residencia real de la corte nazarí. Un tal Mohammed ibn Yusuf ben Nasr construyó su palacio en esa colina, con buenas vistas y río al fondo ¿qué más se puede pedir? En los dos siglos siguientes la construcción creció con la alcazaba a un lado y la medina al otro.
Granada fue conquistada por el ejército de los Reyes Católicos ante los que Abu 'Abd Allāh (Boabdil para los cristianos) capituló en 1492 después de más de un año de asedio.
Con este acontecimiento finalizó en España el periodo musulmán, nada menos que siete siglos de más luces que sombras si los comparamos con las características de la Edad Media del resto del continente.

El éxodo de los antes residentes en al-Ándalus se hizo retornando al Norte de África a lo largo de los dos siglos siguientes. Con ellos se fueron costumbres, cultura y escritos. Cierto es que no se fueron solos porque coincidieron al principio con la expulsión de los judíos sefardíes, algunos de cuyos descendientes mantienen el judeo-español o ladino como idioma (Sefarad es un programa que se emite por Radio Exterior de España en lengua sefardí).
Volviendo al tema, la mayoría de los exiliados se extendieron por el Norte, Marruecos, Argelia... Pero algunos llegaron más lejos atravesando media África.

Y aquí llegamos a un episodio más notable aún de la historia porque una parte de su legado se conserva en Tombuctú, la mítica ciudad origen y destino de las caravanas que cruzaban el Sahara. Se conserva en forma de biblioteca.
La biblioteca tuvo su origen muy lejos, en un exiliado llamado Ali ben Ziyad al-Quti, que cruzó el estrecho a mediados del siglo XV con una carga de cuatrocientos manuscritos. Ceuta, Fez, Tuwat, Walata, Gumbu... un larguísimo camino donde compró muchos más libros en una trayectoria apasionante y amarga (1).
A través de los años, la familia conservó y amplió la biblioteca aunque en varias ocasiones las circunstancias políticas les aconsejaron su dispersión por casas y aldeas para preservarla del saqueo. La última reunificación se hizo en el siglo XX y permitió darse cuenta de los daños de las humedades, incendios e insectos. El fondo Kati (un derivado del al-Quti original) contiene ahora unos 3000 ejemplares que versan sobre ciencia, arte, historia, religión... con ejemplares como el Corán de Ceuta, fechado en 1198:

Pagina del Corán de Ceuta, escrito sobre vitela y fechado el 13 de noviembre de 1198 (2).

Nombres que casi todos desconocemos llenan esas páginas: Al Fazzazi, poeta, nacido en Córdoba en 1229; Es-Saheli, arquitecto, nacido en Granada en 1290, o una mujer, Arkia Ali-Gao "la más erudita de su tiempo". Ejemplares del Corán, biografías, tratados matemáticos... un reflejo de la vida cultural de aquellos siglos y de los siguientes porque Tombuctú fue un foco cultural y religioso de gran importancia donde crecieron las bibliotecas hasta que las rutas del desierto cayeron en el olvido.

La historia parece acabar bien: la inauguración de la Biblioteca Andalusí de Tombuctú, construida por la Junta de Andalucía, se hizo en septiembre de 2003. Un nuevo edificio con condiciones adecuadas que garantiza una mejor conservación para el futuro. El fondo está gestionado por la Fundación Mahmud Kati cuyos objetivos son la preservación, restauración y digitalización de los fondos bibliográficos.
En Tombuctú, el fondo Kati no es único, hay más bibliotecas agrupadas en The Timbuktu Libraries: Mamma Haidara, Cedrab, Al-Wangari... Todas ellas están siendo digitalizadas por lo que su futuro se aclara poco a poco. Y leyendo las sucintas historias de algunas de ellas, nada tienen que envidiar a la que ha sido objeto hoy de esta entrada.

Un arcón de la biblioteca Mohamed Tahar (3)

Si alguien quiere echar un vistazo a algunos manuscritos escaneados aquí están.
De Tombuctú no puedo ponerles fotos mías pero sí de la Alhambra, uno de los orígenes de esta historia.
Y así cerramos el ciclo.



[Pulsar en las fotos para ampliar]

06 enero 2013

Contra las corridas de toros

No soy un defensor de la vida a ultranza en el sentido de que no me preocupa excesivamente que se maten animales para nuestra alimentación. Sí me interesa, en cambio, en qué circunstancias se produce esa muerte. Respecto a los animales que usamos para alimentarnos ha habido una tendencia hacia una tibia protección de la calidad de su muerte (aunque no tanto la de su vida). Una vaca muere hoy "mejor" que hace unas décadas y la percepción general, incluso para los indiferentes, es que es preferible una muerte rápida y poco dolorosa que una agonía. Tal vez en un futuro no muy lejano seamos capaces de "cultivar" tejidos para la alimentación y la necesidad de crear proteína animal emulando el ciclo vital natural habrá desaparecido. Yo al menos estaré un poco más satisfecho que ahora, aunque solo sea porque se habrá reducido el "sufrimiento global", un parámetro difícil de definir objetivamente pero que todo el mundo entiende.

Creo que es un sentimiento universal que la reducción del dolor es algo deseable para nosotros y contribuye a mejorar el mundo. Este objetivo tiene sus matices y no es absoluto. Hay ocasiones en las que el dolor temporal es un precio a pagar para una mejora duradera de nuestra salud: nadie diría que una luxación no deba reducirse por ser una manipulación dolorosa cuando la perspectiva es quedar impedido de forma permanente. En este sentido, también ponderamos los efectos colaterales de la reducción del dolor: poca gente estaría dispuesta a sedarse de forma permanente hasta el estad vegetativo por evitar un dolor débil o moderado ya que anteponemos vivir de forma consciente, aunque sea con sufrimiento, siempre que lo consideremos soportable. Dentro de estos balances, complicados y llenos de variaciones, creo que hay una generalización razonable con la que estaríamos de acuerdo de forma general: la reducción del dolor gratuito, innecesario, es algo "bueno" y contribuye, aunque sea en una proporción minúscula, a que este mundo sea mejor.

"El picador", grabado de la colección Génesis de tauromaquia de Eduardo Naranjo
Observarán que el primer párrafo hace referencia a la muerte de los animales administrada por nosotros mientras que en los siguientes hablo de la muerte y el dolor de los humanos. Aunque hay argumentos para defender planteamientos alternativos, solemos admitir que no es lo mismo infligir dolor a un humano que a un animal. Hubo quien defendió hace no tanto tiempo que los animales no sentían dolor y que por tanto tratarlos mejor o peor era irrelevante desde el punto de vista ético. Hoy sabemos que los animales (vamos a centrarnos, por ejemplo, en los vertebrados) sienten el dolor y que todo ser con sistema nervioso lo evita si está en su capacidad hacerlo.

Quiero usar el párrafo anterior para defender la idea de que la reducción del dolor es algo deseable tanto para humanos como para no humanos. Nadie salvo un psicópata consideraría una mejora para el mundo si se pusiera de moda tener a un perro colgado por una pata, agonizando, a la entrada de nuestras casas. Todos, creo, consideraríamos "bueno" que, de repente, nadie apaleara sus animales domésticos para desahogarse por una frustración. Es cierto que la mayoría de los animales, tal vez todos, no son conscientes de que les espera su muerte pero eso solamente elimina la angustia por el futuro, no el sufrimiento físico.

Obviamente, valorar la "fiesta" de los toros como algo indeseable se deduce directamente de las anteriores reflexiones. Las "faenas" taurinas finalizan con la muerte del toro pero ese no es el problema principal sino el sufrimiento. Es cierto que hace unos cien años el espectáculo era mucho más sangriento: hasta la década de 1930, los caballos usados en el tercio de varas morían destripados en la propia plaza en una proporción de tres caballos por cada toro. Parece, sin embargo, que no fue precisamente la compasión por los caballos la causa de hacer obligatorio el peto protector, sino un suceso en el que una invitada extranjera de Miguel Primo de Rivera se vio regada por los intestinos de uno de los jacos en una corrida en Aranjuez, en el año 1928. Lo desagradable del asunto motivó que el dictador ordenara el uso de petos a partir de ese momento. Hoy vemos esos petos como algo obvio pero hubo opositores que defendían que la suerte de varas había quedado devaluada y se había perdido la autenticidad.
"La cogida", grabado de la colección Génesis de tauromaquia de Eduardo Naranjo
Los toros no han tenido esa suerte, obviamente. Sin necesidad de meterse en detalles sobre las lesiones que provocan las picas y banderillas, la faena termina con el toro agonizando, con los pulmones encharcados de sangre. Si su muerte se retrasa excesivamente, se pasa al descabello (lesión masiva del bulbo raquídeo). Si esta maniobra se realiza bien, el toro muere con rapidez (aunque no instantáneamente) ya que el corazón y la respiración se detienen. Si se realiza mal, el animal queda aparentemente muerto, paralizado por la sección de la médula espinal, pero la muerte real no se produce. No es caso hacer una descripción más o menos gore del asunto, aunque se podría, sino señalar la trastienda del espectáculo, que no es otra que la destrucción progresiva de un animal mediante la rotura violenta de músculos y tendones acompañada de hemorragias masivas.

Las corridas de toros son una tradición centenaria, con orígenes aún más antiguos, pero este hecho no es una justificación para que se perpetúe. Muchas costumbres han sido erradicadas debido a que actualmente hay gente más sensible al sufrimiento, aunque sea de animales. En cada corrida, seis toros son heridos reiteradamente mediante picas, arpones y espadas hasta que mueren debido a las heridas y la pérdida de sangre. Incluso una suerte de matar bien ejecutada tiene por objetivo seccionar la aorta para provocar una hemorragia interna masiva. Es un sufrimiento que solo tiene su justificación en el placer que tienen los espectadores viendo el espectáculo.  Es cierto que el incentivo de esos espectadores no es ver el sufrimiento sino la habilidad, estética y adaptabilidad del torero en la ejecución de su faena. El punto clave, a pesar de esto, es que ese sufrimiento se produce.

Los argumentos a favor de la tauromaquia son diversos aunque los más habituales se refieren a que forman parte de la cultura, que son una tradición centenaria y que se trata de un arte. No se niega el sufrimiento pero se propone que todo lo anterior son valores positivos y que, en conjunto, serían suficientes para justificar el espectáculo. Desde mi punto de vista esos planteamientos no son correctos. La ablación es una tradición centenaria (milenaria) y forma parte de la cultura de los países donde se realiza pero es absolutamente rechazable según nuestra manera de ver las cosas. La antigüedad y la tradición no son, por tanto, propiedades necesariamente positivas (ni negativas) y su existencia no es condición suficiente para perpetuar ninguna costumbre.

Creo que las corridas de toros desaparecerán más pronto que tarde. Las sociedades cambian y, al menos las nuestras, se hacen menos indiferentes ante este tipo espectáculos. Otros, como las peleas de perros están prohibidas en España, los enfrentamientos de otros animales parecen haber desaparecido, las peleas de gallos son ilegales salvo en algunos lugares de Andalucía y Canarias (¡alegando la costumbre o tradición!). Hubo épocas en las que ver la arena de los cosos teñida de sangre era común. Hoy, de esos espectáculos cruentos sólo está legalmente extendida la tauromaquia. También hubo épocas en las que la gente se reunía en la plaza mayor para ver las ejecuciones, frecuentemente realizadas con la mayor crueldad. Hoy eso se nos haría insoportable. Espero que en breve, lo antes posible, las corridas de toros caigan en el olvido o queden registradas como un espectáculo que hubo, durante unos siglos, en algunos países donde torturar un animal para diversión del "respetable" era considerado de "interés cultural".

Nota: he escrito este post a causa de una discusión estos días atrás. Hay otros blogs donde este mismo tema se ha discutido ampliamente pero con énfasis en otras cuestiones, como la naturaleza de los derechos de los animales. A mí ese enfoque no me parece correcto: no importa si concedemos derechos a los animales (a fin de cuentas los derechos no existen por sí mismos, sólo son un convenio social), lo que importa es tender a la reducción del sufrimiento innecesario, sea nuestro o ajeno. Todo sin excesivos aspavientos pero con claridad y firmeza.

31 diciembre 2012

Mortalidad y suicidio

Les relaté hace un tiempo que, echando cuentas, he estado a punto de morir al menos cuatro veces (vean aquí, en la entrada titulada "Ruleta rusa"). "A punto" significa, en este contexto, tener la sensación plenamente lúcida de que me quedaban unos segundos de vida a menos que ocurriera algo que, aparentemente, tenía una probabilidad pequeña de pasar. Las cuatro veces tuve esa suerte, la moneda cayó de canto y sigo aquí. Terminé aquel post reconociendo que el inventario, desde la distancia que da el tiempo transcurrido, era aterrador y que estar escribiéndolo era un acontecimiento fortuito que debía, consecuentemente, ser disfrutado intensamente.


Hoy terminé el librito Mortalidad, de Christopher Hitchens. Es el libro de una persona en su viaje a la muerte a través del cáncer. Independientemente de lo que Hitchens cuenta, su relato me llevó a recordar uno de los momentos luminosos en los que tomé una decisión importante en mi vida. He vivido ya la muerte de seres queridos y la agonía de familiares por un progresivo deterioro físico y mental. Estas situaciones siempre te pillan de sorpresa cuando comienzan a producirse. Unos años antes nada te afecta pero a partir de un momento, súbitamente, todo a tu alrededor envejece y se derrumba. Asistes a la muerte de tus padres, a la puntual pero real desaparición de algunos amigos y empiezas a ser consciente de tu propia mortalidad. Probablemente te quedan décadas de vida pero ya comienzas a pensar qué porcentaje de la misma habrá transcurrido.

Nadie con la mente sana quiere morir sin motivo. Vivir es probablemente el instinto más sólidamente arraigado en nuestros cerebros en nuestra historia evolutiva. Sin embargo, en esa etapa de derrumbe de nuestra ilusión de inmortalidad (la muerte estaba tan lejana que no la considerábamos ni como posibilidad) comenzó a preocuparme la forma de morir. Habiendo visto formas horribles de hacerlo y sabiendo de  otras aún más aterradoras ¿qué me espera a mí, en concreto, en un futuro posiblemente lejano pero al que llegaré irremediablemente?

Algunos de ustedes habrán tenido esta preocupación como yo, de vez en cuando, tal vez ante una biopsia o un análisis de sangre. En cierto momento llegué a una decisión. La primera parte de ella fue fácil: escribir un testamento vital manifestando mi deseo de, ante ciertas circunstancias (daño cerebral severo, tumor maligno diseminado en fase avanzada...), no ser sometido a tratamientos que prolonguen mi vida (y de que, a mi muerte, mis órganos sean donados). Esta parte es relativamente fácil de asumir ya que, en realidad, solo se trata de reconocer que tus problemas no tienen solución y alargar tu vida artificialmente solo va a empeorar en cuanto a dolor propio y ajeno. La segunda parte de mi decisión fue más dura: la de interrumpir mi vida en el momento en que lo juzgue conveniente. No tengo la más mínima intención de entrar en cuidados paliativos, caer en situación de agonía, llegar a una fase terminal o que un Alzheimer acabe con mi memoria y mi razón. Lamentablemente, en este país ningún partido político ha tenido los arrestos suficientes para formular una ley de eutanasia y si alguien me ayuda al suicidio podrá ser perseguido legalmente (1).

(1) Existe la Ley 2/2010 de Derechos y Garantías de la Dignidad de la Persona en el Proceso de la Muerte promulgada en la Comunidad Autónoma de Andalucía pero no contempla la regulación de la eutanasia, que no entra dentro de las competencias autonómicas, estando sancionada en el artículo 143 del Código Penal (aunque no figure con ese nombre).

No sé si esta situación seguirá vigente cuando me toque llevar adelante mi decisión, si es que me toca,  o si seguiremos plegados a las presiones religiosas, que creo es la única razón por la cual no existe en España una ley que regule la eutanasia en sus múltiples variantes, incluyendo el suicidio asistido. No quiero entrar en el asunto del derecho a matarme, que considero fuera de toda discusión, sino de la presión que supone que, si estoy incapacitado por una enfermedad degenerativa incurable o por una tetraplejía, no pueda recibir ayuda de un amigo para poner fin a mi vida (o no pueda darla yo mismo a un amigo).

La postura de la Iglesia Católica, que sin duda es la fuerza más influyente en contra de la regulación, es diferente en según que caso. Por ejemplo, apoya que no exista "encarnizamiento terapéutico" para alargar la vida cuando no hay posibilidad de recuperación y también acepta los cuidados paliativos incluso cuando puedan reducir la duración de la vida mientras no vayan dirigidos a matar al enfermo. Sin embargo, condenan firmemente el suicidio por ser "un rechazo de la soberanía absoluta de Dios sobre la vida y sobre la muerte" y, por supuesto, la asistencia al suicidio: "una acción o una omisión que, por su naturaleza y en la intención, causa la muerte, con el fin de eliminar cualquier dolor" constituye "una grave violación de la ley de Dios" (encíclica Evangelium vitae, 65-66). Los que hayan leído algo de este blog saben que no tengo nada que objetar si esas reglas se aplican exclusivamente a católicos ya que cada uno es dueño de sufrir lo que le apetezca. Sin embargo, las presiones de la Iglesia Católica impiden la sola regulación de ese acto voluntario ya que niega el derecho de las personas a poner fin a su vida y eso sí tiene consecuencias para todos.

No he encontrado ninguna objeción al suicidio asistido que no sea religiosa ya que el fundamento de la oposición es siempre que la vida nos es dada por un dios y que no somos dueños de ella. Contra este argumento pueden estar incluso las personas religiosas: sí, la vida me ha sido dada y mi obligación es administrarla pero en ningún sitio dice que deba alargarla todo lo posible. Aún así, las posiciones a favor del suicidio asistido parten aparentemente siempre de organizaciones laicas. estas organizaciones son conscientes de que para evitar abusos, deben regularse las condiciones en las que se acepta el suicidio asistido, también llamado eutanasia voluntaria. Algunas de estas condiciones son razonables: que sea solicitado por una persona consciente y sin presiones externas, que la enfermedad sea incurable y que todo sea documentado fehacientemente. Lamentablemente, suelen caer en condiciones menos razonables: que sea solicitado reiteradamente o que el sufrimiento sea intolerable. Lo primero es absurdo: basta con que sea solicitado una vez en las condiciones adecuadas. Lo segundo es terrorífico: yo no quiero llegar a un "sufrimiento intolerable" sino anticiparme a él.

¿Qué hacer entonces? Pues mi decisión es, en su momento, acudir a algún lugar donde sea posible adquirir el cóctel de fármacos adecuado y anticiparme a la situación terminal o, en el mejor de los casos, programar que mi último viaje por el mundo acabe en Suiza, donde hay organizaciones que valoran y, en su caso, ayudan a morir antes de perder la dignidad. Tal vez, si llega el momento, tendré que renunciar a un tiempo de vida que no querría perder, pero no puedo meter a nadie en la situación de ir a la cárcel por ayudarme cuando ya no tenga autonomía suficiente para suicidarme.

"Es absurdo hacer a un hombre esclavo de la ética de los médicos, de la moral de los curas o de la terrorífica y amenazante protección de papá Estado". Ramón Sampedro.
"Nunca diría que estoy cansado de la vida, estoy cansado de la forma en la que estoy viviendo. Sé que no voy a curarme y ya he tenido suficiente. Estoy perdiendo la razón porque esto no es vida". Reginald Crew.


04 noviembre 2012

Exoplanetas, vida y trascendencia humana


El simposio
En noviembre del año 2011 se celebró un simposio internacional en Madrid bajo el título “Ciencia y religión en el siglo XXI: recuperar el diálogo”. Creo que el título es suficiente para entender el objetivo de dicha reunión. El libro con los ensayos, coordinado por Emilio Chuvieco y Denis Alexander, puede descargarse gratuitamente en la Fundación Ramón Areces, organizadora del evento.

El ensayo de J. J. Wiseman
Hubo una docena de presentaciones y, tras leerme el libro con bastante atención, creo que haré comentarios sobre algunas de ellas. Hoy me centraré en el capítulo que da título a este post, redactado por Jennifer J. Wiseman, astrofísica en del Goddard Space Flight Center. En este ensayo Wiseman se propone analizar las posibles repercusiones de encontrar vida inteligente extraterrestre en “las concepciones actuales sobre la vida en la Tierra” aunque con esa vaga expresión se refiere en realidad al posible impacto sobre las religiones.
Jennifer J. Wiseman
Tras una introducción sobre el estado actual de la búsqueda de planetas susceptibles de albergar vida (recordemos que en el momento presente hay evidencia de varios cientos de exoplanetas, aunque pocos en la llamada zona “habitable”), Wiseman revisa las “respuestas” de las religiones ante la vida extraterrestre. Como era esperable, ninguna religión tiene en cuenta esa posibilidad no porque la nieguen, sino porque no estaba en la concepción del mundo del tiempo en el que se originaron. Afirma que “para las religiones judaicas monoteístas, la idea de que Dios creó la Tierra y toda forma de vida en ella, es igualmente fehaciente en cualquier lugar del universo, ya sea a través de un milagro o por medio de procesos evolutivos” (afirmación sin documentar) y sostiene que el Islam incluye la idea de otros mundos (aunque en realidad se basa en una cita única del filósofo del siglo XII Fakhr al-Din al-Razi).
La cuestión relevante se aborda a continuación ¿Daría lugar la existencia de civilizaciones extraterrestres a un profundo replanteamiento de las actuales creencias religiosas? La primera respuesta se basa, no en un análisis de los posibles conflictos sino en una encuesta donde más del 90% (de creyentes) dijeron que no tendría impacto sobre ellos. Luego se centra en el caso del cristianismo, cuyos fundamentos descansan en una base que, sospecho, podría parecer un tanto extravagante a un ET: Dios se hace humano (no otra cosa) en un judío (cuestión no irrelevante), en un lugar y tiempo terrestre (no en otro sitio), para redimir y salvar a la humanidad (hecha a su imagen y semejanza, no a otros) de cuestiones relacionadas con su historia (no la de los ETs).
En este momento Wiseman menciona la única cita crítica de su ensayo:
… la verdadera amenaza vendría del descubrimiento de inteligencia extraterrestre, porque si hay seres en otros lugares del universo, entonces los cristianos están en un terrible aprieto. Ellos creen que Dios se encarnó en la persona de Jesucristo con el fin de salvar a la humanidad, no a los delfines o chimpancés o pequeños hombres verdes de otros planetas (Paul Davies, en The Washington Post). 
Paul Davies
Ese era el momento, pienso yo, de entrar a debatir como la tradición cristiana podría ser explicada a un ET salvando esas tremendas dificultades y como podría, al menos potencialmente, ser asumida por éste como propia.
¿Y qué hace Wiseman en el momento de entrar en el problema? En mi opinión, muy poca cosa. Cita al “padre O’Collins” (Gerry O'Collins, profesor emérito de teología en la Pontificia Universidad Gregoriana) diciendo
...al final, si hay extraterrestres, los cristianos pueden afirmar con confianza que ellos también son salvados por Cristo, aun cuando la cuestión de la salvación conlleve otras reflexiones.
Y dos páginas después escribe “para los creyentes cristianos el descubrimiento de vida inteligente extraterrestre plantea una consideración especial, al requerir que los efectos de la ‘encarnación’ de Dios en la Tierra sean extensibles a todas las formas de vida del cosmos”.
Y ya está. Con la cita de O’Collins, rebosante de confianza pero ignorando todas las contradicciones, y con el aparente reconocimiento de que se plantearían algunos problemillas (“consideración especial”), Wiseman da por terminado el asunto.

Mi conclusión
Wiseman no entra en el debate, no analiza las potenciales dificultades, no propone o busca soluciones a ellas. Por mi parte, veo que las religiones están hechas por la especie humana a medida de sí misma y no son exportables a nada más, simplemente porque en su origen los seres humanos no podían prever el trascurso de la historia y las novedades que estaban por venir. Para los que suponemos un origen natural (no sobrenatural) de las religiones lo realmente sorprendente sería una que desde sus orígenes más remotos hubiera predicho e integrado a civilizaciones ET. Pero eso, en la Tierra, no existe. A todo lo que pueden aspirar la mayoría de las religiones es, en palabras de Jill Tarter, directora del Center for SETI Research, a intentar acomodarse a la posibilidad de ET mediante esforzados ejercicios de gimnasia teológica. O, añado, a confiar en que ese contacto no se produzca nunca, cosa en la que creo que tendrán suerte.
Nota: podrán ustedes calificar esta disquisición de pura especulación. Les doy la razón pero recuerden que no he sido yo el que ha traído el tema :-)

16 octubre 2012

La RAE está desnortada ¿quién la desdesnortará?

No resisto la tentación de hacer una entrada rápida ante lo que acabo de ver. Resulta que según El País, la Real Academia Española incorporará acepciones de origen estadounidense al Diccionario. Ya ha habido numerosas críticas a incorporaciones pasadas donde la RAE no parecía tener claro qué palabra era muy probablemente de uso efímero y dejaría de usarse en pocos años (como "tuit" por poner un ejemplo).
Ahora la cosa se pone más seria porque de ciencias no parecen andar muy bien y han aceptado algo extravagante. Es sabido (salvo por algunos periodistas) que billón en español es un millón de millones (un 1 seguido de doce ceros) pero que billion en inglés es equivalente a mil millones (1 seguido de nueve ceros). La RAE incorporó en 1995 el término "millardo" para definir los mil millones y, aunque la palabra era un tanto chocante, fue adoptada con rapidez y sin quejas.
Bueno, pues ya era cansino corregir una y otra vez la traducción automática en las noticias del tipo "en la Tierra habitan 7 billones de personas" como para que la RAE, que lo tenía resuelto en su diccionario con el billón y el millardo, haya caído en la tentación o negligencia de liarla ya que se propone admitir billón con la acepción inglesa de mil millones. La consecuencia es que no sabremos de qué estamos hablando ya que el valor dependerá de cómo se interprete la palabra, en español o en "hispanounidense· (sic).

Lamentablemente no sólo es eso sino que, según El País, el término trillón (un millón de billones en la actualidad, un 1 seguido de 18 ceros) podrá significar ¡mil billones! que, según la acepción que se usa podrían ser desde 1 seguido de 12 ceros a 1 seguido de 15 ceros. Una chapuza impresentable, como podrán suponer.
Visto el asunto sugiero una iniciativa que se extendería a todo el léxico científico: que la RAE abra un web donde gente especialista pueda pulir o rectificar las actuales definiciones de muchas palabras del ámbito de la ciencia que están mal definidas o, en no pocos casos, son simplemente un horror o una risa (ver, por ejemplo, la definición de dinosaurio). Algo como la Wikipedia pero en diccionario. Luego ya estarían los académicos para filtrar, pedir detalles o asesoría y decidir qué acepciones se mantienen o se cambian.

14 octubre 2012

Del supuesto decaimiento de la cultura

Cuando vivía en el Norte era visitante asiduo de la Casa de la Cultura de Avilés que en aquellos años albergaba la biblioteca municipal y, espero que siga igual, tenía una extensa programación de cine y exposiciones de arte, pintura principalmente. Con estas últimas tenía problemas: no sólo no me gustaba casi ninguna sino que me gustaban aún menos las reseñas que las acompañaban, hechas por alguien de la casa. Eran reseñas aparentemente bien escritas, impresas en dípticos de exquisito diseño... y ausentes de todo contenido. Frases con palabras que parecían haber sido colocadas al azar y cuyo significado era más oscuro que los escritos de Lacan.  Ayer me quedé sin internet en casa y me puse a repasar algunos vídeos que tenía a la espera. Entre ellos estaba el de Steven Pinker en TED Talks "La tabla rasa", donde habla de su libro homónimo. Hacia la mitad de la charla entra en el debate sobre el supuesto decaimiento de la creación cultural y artística, un debate extraño por cuanto aparentemente nunca se han editado tantos libros o compuesto tanta música como en las últimas décadas.
¿O será que por “cultura” se entiende otra cosa? En efecto, la idea es que ese decaimiento se ha dado en las artes ejercidas por ciertas "élites culturales" por motivos concretos que veremos a continuación. Donde no hay descenso es en la cultura más "popular", despreciada por la élite por una presunta falta de exquisitez y de sofisticación.
Apenas acabo de empezar el libro de Pinker pero la idea que me he hecho (seguro que mezclando lo que él postula con mis propias impresiones) es la siguiente: Algunas "élites" artísticas del siglo XX generaron movimientos que desprecian la belleza, el placer, la claridad, la comprensión y el estilo tal como se valoraba por la mayor parte de la sociedad. La percepción de la gente no perteneciente a esas élites coincide con invariantes estudiados acerca de esas mismas cosas por la antropología: belleza, armonía, argumento, placer... Las mencionadas élites se apartan de esos invariantes realizando obras donde existe (esta lista aparece en una de las diapositivas de la charla algo modificada):
  • arte visual sin atisbo de belleza porque se busca expresamente la fealdad, la desproporción y la falta de armonía.
  • novela y teatro sin trama y sin narrativa, muchas veces con sintaxis o puntuaciones extrañas o inexistentes.
  • poesía sin metro y sin rima, cuando no sin sentido.
  • arquitectura y urbanismo sin decoración, sin escala humana, sin espacios verdes, sin luz natural.
  • música sin melodía, sin tono, sin ritmo, sin armonía.
  • todo ello aglutinado por una literatura crítica de lenguaje incomprensible, sin ninguna atención a un mensaje claro que el lector pueda asimilar.
En la entrada de la Wikipedia dedicada al “arte conceptual” hay ejemplos de este tipo de productos aunque este "arte" no sea el todo al que se refiere la crítica.
En este punto recuerdo exposiciones en aquella Casa de la Cultura donde el feísmo o el vacío (cuadros en blanco con un punto o con salpicaduras de brocha, por ejemplo) era la norma, algún concierto de música “académica moderna” de donde huí al poco tiempo de soportar golpes, chirridos de violín y algo que parecían latas.
Hoy leo que estudios antropológicos han mostrado que todas las sociedades humanas tienen desarrollos artísticos que coinciden en algunas propiedades, lo que sugiere que, por ejemplo, la percepción de la armonía como algo agradable y placentero está sólidamente implantado en nuestra percepción (por los motivos que sean, eso es otro tema). Por tanto, cuando una tendencia artística se basa en la negación u olvido de esa parte de la naturaleza humana a través de la rotura de los invariantes y pautas generales, está probablemente condenada al fracaso.

Altamira: proporción, color y armonía de hace más de 15000 años
En esta tendencia, que Pinker etiqueta como modernista o postmodernista, las formas de apreciación del arte que funcionan desde hace siglos o milenios son negadas o descartadas y la belleza y el placer en la contemplación del arte son consideradas vulgares, comerciales y poco sofisticadas.
La primera consecuencia es el rechazo general por la mayoría de la sociedad, que se aparta de este "arte de élite" y de su literatura crítica con lo que todo el movimiento queda reducido a un grupo de "iniciados" y de seguidores que se realimentan a sí mismos pero que no tienen vínculos ni nexos con el resto de la gente.
La segunda consecuencia es que el mencionado decaimiento del arte sólo es real en la parte que coincide con esta rotura de la forma tradicionalmente humana de apreciar la creación artística. Ese decaimiento, que podría ser irrelevante, no lo es porque se da en un segmento de la sociedad que tiene influencia en las universidades (supongo que Pinker habla aquí de los EE.UU.) de donde los alumnos van perdiéndose ante la falta de empatía con la concepción de la obra artística.

Obra de Sean Norvet

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